Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

12 octubre 2008

¡Felicidades!


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Los viernes por la noche, aun de copas, se pueden escuchar ciertos ramalazos de filosofía. Nunca antes mejor aplicada a las circunstancias: “cuando en un pub te ponen dos veces el mismo tema, te están diciendo que sobras”. La vida está llena de hedonistas.


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Excelente artículo del eximio Marías.


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El off describe con precisión lacerante a nuestros políticos:

"Mañana tengo el coñazo del desfile; en fin, un plan apasionante". Mariano, Mariano, en fin; tú tampoco eres apasionante, precisamente.

“Nos conviene la tensión”. José Luis, José Luis, ya somos mayorcitos para esconder la mano. La gente, tarde o temprano, termina sabiendo quién ha tirado la piedra.

En cualquier caso, dadas las circunstancias preelectorales en que se produjo, y teniendo en cuenta esa crispación atribuida al PP durante la pasada legislatura, es razonable afirmar que Zapatero está mucho más favorecido cuando el silencio habla por él. La locuacidad nunca ha servido para disimular carencias; más bien, todo lo contrario.


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La gente haría bien en mirarse el ombligo a diario. Alguno, quizá se sorprendería. Hay quien teniendo siempre algo para los demás, me refiero a algo malo, nunca guarda nada para sí. Con el buen provecho que le haría. En algún artículo de psicología, quizá rubricado por Pilar Varela, que escribe y transmite estupendamente, he leído que estas características suelen engrosar la lista de cualidades de personas con cierto complejo de inferioridad. Inseguras. Menospreciadas, principalmente, por ellas mismas. Y, en general, insatisfechas con la imagen psíquica que les devuelve el espejo del alma: aún más puntilloso que ante el que nos acicalamos. Pero esto no es disculpa. Uno de los factores más destacados en el desarrollo personal, y profesional, del ser humano, consiste en ese asiduo ejercicio inmisericorde de autocrítica al que algunos se someten. Se crece desde el reconocimiento de la imperfección. Desconocerla o ignorarla no hace más que incrementar el defecto. Y el tiempo lo convierte en hábito, en fingida cualidad del carácter. Admiro a quien se estima, pues es fundamental, pero menosprecio notablemente a todo aquel que jamás se ha mirado al espejo o, peor aún, ha visto algo completamente distinto de la imagen que, en verdad, éste le devuelve.