Leer
Leer siempre es un placer. Leer, casi, cualquier cosa. Aunque no en todas las personas tenga el mismo efecto. Ni a todas aproveche del mismo modo. Pues en su versatilidad causal está su gran riqueza. Experiencia silente y valiosa, enriquecedora y entretenida, educativa y emotiva. Leer, nos hace más humanos, más personas. Sensibiliza ese duro caparazón formado en nosotros por la lucha diaria en la vida, en la sociedad. Nos ayuda a ver lo bueno de las cosas malas; lo no tan bueno de las cosas que creemos óptimas. Una persona leída, que se decía antaño, enriquece una conversación, aporta contenidos novedosos y bien fundamentados a cualquier charla y, en general, suele ser un placer escucharla. De ahí que escuchar, sin duda, sea otro de los grandes placeres en esta vida; aunque, desgraciadamente, esta característica cada vez se perciba menos en las personas, como si el paso del tiempo la hiciese prescindible. Además, la lectura no sólo cunde a quien la realiza, sino también a su entorno. El inconsciente es una inmensa grabadora que fagocita veladamente todo aquello de que se nutre el desarrollo personal del sujeto. Y, tarde o temprano, esta información latente comienza a mellar el recipiente que la guarda.
Vamos con mi ombligo. Actualmente, estoy leyendo La Regenta. Debería haberla finiquitado ya hace tiempo, pero éste es, precisamente, el que me ha impedido hacerlo. El motivo fundamental de escoger esta lectura es completar la visión que en el siglo XIX se dio a la mujer en la literatura. Y comprobar de facto, si es que es posible, la evolución que la misma ha experimentado. Hay tres lecturas fundamentales al respecto: Madame Bobary, La Regenta y Ana Karenina, con la que me pondré en el momento en que termine con la de Vetusta. He de decir que la novela de Clarín me está encantando. Su estilo es sobrio, inteligente, impecable. Pocas plumas actuales, si es que hay alguna, serían capaces de lograr un resultado siquiera aproximado. Aunque su protagonista es igual de caprichoso, romántico e idealista que el de la novela de Flaubert, que ya he leído, e incluso asimilado, gracias, por otra parte, a que mi edición comentada incluía párrafos de un ensayo fabuloso titulado Orgía perpetua, cuyo autor es Mario Vargas Llosa, y que no sólo se conforma con desmenuzar el Bovary, sino que, además, realiza una comparativa con pasajes de La educación sentimental; el resultado es, sencillamente, maravilloso.
Venía de leer Te daré la tierra, que es una buena novela histórica. Pero el paso a la obra de Clarín fue casi traumático. Como pasar de un Don Simón a un Vega Sicilia Reserva del 98. Basta leer sus primeros párrafos para darse cuenta de que se está ante una de las grandes obras maestras de la literatura. Y en cualquier caso, para muestras, a mí, siempre me ha gustado dar botones. Les transcribo dos párrafos de su capítulo XVI:
“Aquel año la tristeza había aparecido a la hora de siempre. Estaba Ana sola en el comedor. Sobre la mesa quedaban la cafetera de estaño, la taza y la copa en que había tomado café y anís don Víctor, que ya estaba en el casino jugando al ajedrez. Sobre el platillo de la taza yacía medio puro apagado, cuya ceniza formaba repugnante amasijo impregnado del café frío derramado. Todo esto miraba la Regenta con pena, como si fuesen ruinas de un mundo. La insignificancia de aquellos objetos que contemplaba le partía el alma; se le figuraba que eran símbolo del universo, que era así, ceniza, frialdad, un cigarro abandonado a la mitad por el hastío del fumador. Además, pensaba en el marido incapaz de fumar un puro entero y de querer por entero a una mujer. Ella era también como aquel cigarro, una cosa que no había servido para uno y que ya no podía servir para otro”.
“Amaré, lo amaré todo, lloraré de amor, soñaré como quiera y con quien quiera; no pecará mi cuerpo, pero el alma la tendré anegada en el placer de sentir esas cosas prohibidas por quien no es capaz de comprenderlas”.
Como ven, la señora del ex-Regente de Vetusta, es un espíritu inquieto y frágil y desdichado. Lo que me lleva a pensar que la vida, está llena de personajes escapados de la literatura. ¿O será al revés?. Pasen un buen fin de semana. Gracias por leerme.
Vamos con mi ombligo. Actualmente, estoy leyendo La Regenta. Debería haberla finiquitado ya hace tiempo, pero éste es, precisamente, el que me ha impedido hacerlo. El motivo fundamental de escoger esta lectura es completar la visión que en el siglo XIX se dio a la mujer en la literatura. Y comprobar de facto, si es que es posible, la evolución que la misma ha experimentado. Hay tres lecturas fundamentales al respecto: Madame Bobary, La Regenta y Ana Karenina, con la que me pondré en el momento en que termine con la de Vetusta. He de decir que la novela de Clarín me está encantando. Su estilo es sobrio, inteligente, impecable. Pocas plumas actuales, si es que hay alguna, serían capaces de lograr un resultado siquiera aproximado. Aunque su protagonista es igual de caprichoso, romántico e idealista que el de la novela de Flaubert, que ya he leído, e incluso asimilado, gracias, por otra parte, a que mi edición comentada incluía párrafos de un ensayo fabuloso titulado Orgía perpetua, cuyo autor es Mario Vargas Llosa, y que no sólo se conforma con desmenuzar el Bovary, sino que, además, realiza una comparativa con pasajes de La educación sentimental; el resultado es, sencillamente, maravilloso.
Venía de leer Te daré la tierra, que es una buena novela histórica. Pero el paso a la obra de Clarín fue casi traumático. Como pasar de un Don Simón a un Vega Sicilia Reserva del 98. Basta leer sus primeros párrafos para darse cuenta de que se está ante una de las grandes obras maestras de la literatura. Y en cualquier caso, para muestras, a mí, siempre me ha gustado dar botones. Les transcribo dos párrafos de su capítulo XVI:
“Aquel año la tristeza había aparecido a la hora de siempre. Estaba Ana sola en el comedor. Sobre la mesa quedaban la cafetera de estaño, la taza y la copa en que había tomado café y anís don Víctor, que ya estaba en el casino jugando al ajedrez. Sobre el platillo de la taza yacía medio puro apagado, cuya ceniza formaba repugnante amasijo impregnado del café frío derramado. Todo esto miraba la Regenta con pena, como si fuesen ruinas de un mundo. La insignificancia de aquellos objetos que contemplaba le partía el alma; se le figuraba que eran símbolo del universo, que era así, ceniza, frialdad, un cigarro abandonado a la mitad por el hastío del fumador. Además, pensaba en el marido incapaz de fumar un puro entero y de querer por entero a una mujer. Ella era también como aquel cigarro, una cosa que no había servido para uno y que ya no podía servir para otro”.
“Amaré, lo amaré todo, lloraré de amor, soñaré como quiera y con quien quiera; no pecará mi cuerpo, pero el alma la tendré anegada en el placer de sentir esas cosas prohibidas por quien no es capaz de comprenderlas”.
Como ven, la señora del ex-Regente de Vetusta, es un espíritu inquieto y frágil y desdichado. Lo que me lleva a pensar que la vida, está llena de personajes escapados de la literatura. ¿O será al revés?. Pasen un buen fin de semana. Gracias por leerme.
5 Comments:
He leído esta entrada tres veces, para paladearla bien. Sí, desde luego leer -leerte- es un placer. Un beso. Gracias.
es un placer, siga usted así
Hola Anay, estoy alagado. No todo el mundo tiene la suerte de que lean o escuchen sus desahogos.
Un beso, y gracias a ti por tus visitas.
Señor "Linx", el placer es mío. Tiene usted un blog muy interesante que suelo frecuentar, aunque no dejo comentarios, cuando el tiempo me lo permite. Permítame la disculpa.
Gracias por su visita y por su comentario. Buenos días.
Anay, para que aun quede más patente mi desliz ortográfico: sí, me comí la h. :)
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