Aun en los tiempos que corren, bien se puede suponer que no haya persona de espíritu y alma caliente que no se sienta encandilada por la música que legó Celia Cruz. La, sin lugar a dudas, reina de la salsa. Ya han pasado 5 años desde su muerte y, como dice el poeta, parece que fue ayer. Su sola presencia en los escenarios infundía respeto y magisterio; pero, sobre todo, alegría. Esa alegría que sólo son capaces de transmitir los oriundos de la isla de Cuba. Haciéndolo como sólo ellos saben: a través de la música. Pienso que el día en que Cuba se abra al mundo, éste se va a quedar sorprendido del enorme talento, sobre todo artístico, que esconden sus entrañas. Y Celia fue, sin lugar a dudas, uno de sus mayores exponentes. A pesar de vivir extramuros de la isla durante casi toda su vida, con lo que tira la tierra. La gran cantante de salsa tuvo una biografía de novela, de artista, como en realidad le correspondía. Pero como lo cortés nunca quita lo valiente, ésta, tampoco estuvo exenta de dolores y amarguras. Sus padres, como personas de bien, querían que Celia hubiera sido profesora. Pero el destino, fuente de inagotables caprichos, le guardaba otro tipo de menesteres. La voz de su juventud, hasta su vuelco profesional, dio ropa y calzado a sus hermanos, no sobrados de ellos, precisamente. Y en torno a los años 50, cuando el mundo aún se presentaba al mundo en blanco y negro, Celia Cruz entró a formar parte del gran elenco de artistas de el espectáculo de cabaret, con gran probabilidad, más famoso del mundo: Tropicana.
No hace falta decir que Tropicana, aún hoy, es uno de los emblemas de Cuba. Los artistas más talentosos y renombrados que han salido de aquella tierra, previamente, han pasado por el fantástico trance de actuar a la luz de las estrellas, sintiendo sobre su piel, por su cercanía, la suave brisa del mar Caribe. Rodaje de lujo que, inexorablemente, ha marcado el devenir artístico de la sentimental historia musical cubana. Por su suelo, por ejemplo, han pasado virtuosos de la talla de Tito Puente, Bebo y Chucho Valdés, Paquito de Rivera o, como no, Celia Cruz.
La Guarachera de Cuba, como se la conocía en las islas, dotaba a sus temas de un gusto especial. Su salsa era caliente, con ritmo, pegadiza. Tenía retazos con marcadas reminiscencias tradicionales. Y, probablemente, se trate de la salsa más pura de cuanto aquella maravillosa tierra nos ha llegado. La salsa de Celia transmitía el auténtico sabor de Cuba. El verdadero sabor de la música salsa.
Quizá la salsa de Gloria Estefan, con una voz más cuidada y educada, sea más elaborada, conste de mejores arreglos y tenga una esencia más contemporánea y comercial. Pero su ritmo es más pausado, más audible, sí, pero menos bailable. Falto del nervio necesario para hacer vibrar la cintura, como naturalmente corresponde a este tipo de música. Aunque tenga buenas y grandes excepciones, claro.
En cualquier caso pienso, con permiso del tempo dado, que la diferencia entre ambos estilos estriba en el tumbao. Que es, por antonomasia, el acompañamiento musical de piano en este tipo de ritmos. Aunque ya he escuchado a algún desaprensivo, en ingenua pretensión de modernidad, prescindir del mismo. El tumbao, en la música salsa, no es mero deuteragonista, sino el encargado de darle impulso y hasta nombre a la misma. En Gloria Estefan, el tumbao siempre ha estado como en un segundo plano, dando más relevancia a los metales o incluso a las cuerdas. En Celia Cruz, en cambio, el tumbao ha sido imprescindible. Y los seguidores de su música, como no podía ser de otra manera, se lo agradecemos profundamente. Para gustos colores, dice el dicho, y creo haber dejado claro el mío. Por cierto, ¿quién diría que sobre gustos no hay nada escrito?. Buen fin de semana. Gracias por leerme.
No hace falta decir que Tropicana, aún hoy, es uno de los emblemas de Cuba. Los artistas más talentosos y renombrados que han salido de aquella tierra, previamente, han pasado por el fantástico trance de actuar a la luz de las estrellas, sintiendo sobre su piel, por su cercanía, la suave brisa del mar Caribe. Rodaje de lujo que, inexorablemente, ha marcado el devenir artístico de la sentimental historia musical cubana. Por su suelo, por ejemplo, han pasado virtuosos de la talla de Tito Puente, Bebo y Chucho Valdés, Paquito de Rivera o, como no, Celia Cruz.
La Guarachera de Cuba, como se la conocía en las islas, dotaba a sus temas de un gusto especial. Su salsa era caliente, con ritmo, pegadiza. Tenía retazos con marcadas reminiscencias tradicionales. Y, probablemente, se trate de la salsa más pura de cuanto aquella maravillosa tierra nos ha llegado. La salsa de Celia transmitía el auténtico sabor de Cuba. El verdadero sabor de la música salsa.
Quizá la salsa de Gloria Estefan, con una voz más cuidada y educada, sea más elaborada, conste de mejores arreglos y tenga una esencia más contemporánea y comercial. Pero su ritmo es más pausado, más audible, sí, pero menos bailable. Falto del nervio necesario para hacer vibrar la cintura, como naturalmente corresponde a este tipo de música. Aunque tenga buenas y grandes excepciones, claro.
En cualquier caso pienso, con permiso del tempo dado, que la diferencia entre ambos estilos estriba en el tumbao. Que es, por antonomasia, el acompañamiento musical de piano en este tipo de ritmos. Aunque ya he escuchado a algún desaprensivo, en ingenua pretensión de modernidad, prescindir del mismo. El tumbao, en la música salsa, no es mero deuteragonista, sino el encargado de darle impulso y hasta nombre a la misma. En Gloria Estefan, el tumbao siempre ha estado como en un segundo plano, dando más relevancia a los metales o incluso a las cuerdas. En Celia Cruz, en cambio, el tumbao ha sido imprescindible. Y los seguidores de su música, como no podía ser de otra manera, se lo agradecemos profundamente. Para gustos colores, dice el dicho, y creo haber dejado claro el mío. Por cierto, ¿quién diría que sobre gustos no hay nada escrito?. Buen fin de semana. Gracias por leerme.
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