Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

04 octubre 2008

Hay un columnista al que desde hace tiempo sigo con la misma salivilla digestiva que me aparece cuando degusto a Arcadi Espada, Ignacio Camacho o a Raúl del Pozo. Escribe en ABC. Normalmente tres artículos a la semana. Y háganme caso, este hombre, además de oficio, tiene sabor. Sus artículos son columnas robustas, bien formadas, a la par que elegantes y adecuadamente ornamentadas. Y, además, deja un regusto, ciertamente adorable. Me gusta mucho. Su nombre es Tomás Cuesta. Les copio un extracto histórico de su columna de hoy: “En el año 78 antes de Cristo, el joven Cayo Julio -expulsado por Sila de la ciudad eterna- ponía rumbo a Rodas para cursar un «master» de oratoria con Apolonio Molo, espejo de elocuentes. La travesía se fue a pique cuando un enjambre de truhanes dio caza al bajel a fuerza de remos y recaló con el botín en su escondido abrigadero. Entre los capturados sobresalía un personaje ataviado ricamente que había presenciado la función desde la más absoluta indiferencia. El jefe de la banda intentó que el patricio le ofreciese una suma por salvar el pellejo y obtuvo por respuesta una mirada de desprecio. Enrabietado, dejó que sus esbirros se ocupasen de tasar la presa. Pongamos diez talentos, calcularon, por pedir que no quede. El capitán escupió bilis en la toga del vanidoso muchachuelo y envidó el resto. Diez talentos no, veinte, a ver si así escarmienta. Julio César, entonces, quebrantó su silencio: «¿Veinte? Si conocieras tu negocio no me liberarías por menos de cincuenta»”. Qué no aprenderíamos de la historia, si no nos fuese tan desconocida…