Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

19 mayo 2009

Leyendo a Saramago, con el placer acostumbrado, me encuentro con un testimonio sobrecogedor de las múltiples posibilidades que ofrece la naturaleza humana cuando de infligir el mal a sus iguales se refiere. La misma naturaleza ignominiosa de siempre, por supuesto. Como si el tiempo, civilizador de lo asilvestrado, docente del analfabetismo, inmisericorde y democrático con el alma de todos los hombres no hubiera sido capaz de poner un mínimo de orden en la conducta humana, a veces tan alejada de su definición natural. Resultando extraordinariamente paradójico que el ser humano, capaz de razonar profundas cuestiones filosóficas, crear maravillosas obras de arte o escribir profundos poemas capaces de estremecer a los seres más impíos, sea capaz de albergar por igual la iniquidad más absoluta y abyecta y degradante a que puede llegar su especie.

Un servidor, que tiene por gusto literario preferente empaparse de buenos ensayos o novelas históricas, porque entiende que la historia es el espejo en el que necesariamente hay que mirarse para afrontar, sin temor al yerro, el futuro, se queda paralizado, afligido y como asustado cuando lee determinados relatos. Casos que uno no encontraría en tratados de ajusticiamiento medieval, en que al ladrón se le cortaban las manos y al violador se le amputaban los genitales; o en textos romanos, mucho después de superar el talión (el ojo por ojo), en los que se da cuenta de como el pater familis de un muchacho revoltoso que había causado grandes daños a las propiedades de fundos vecinos, si no podía resarcir a los perjudicados, no tenía más remedio que entregar al muchacho a sus acreedores para que le diesen muerte y lo cortasen en pedacitos que serían repartidos entre los mismos, alicuotamente, según los daños que la criatura hubiese provocado; o, más cercano en el tiempo, los cruentos experimentos de castración química a que eran sometidos miles de prisioneros judíos en los campos de concentración y de exterminio nazi…

Pasados los años, e incluso los siglos, tenemos lo siguiente: un comerciante afgano pierde una carga por valor de 4.000 euros. Y un jeque árabe, cual moderno inquisidor, y como castigo a la negligencia de su empleado, realiza una serie ininterrumpida de sevicias hasta el punto de dar muerte al desdichado. Torturas que, al parecer, se recogieron en un video de 45 minutos de duración. Lo cuenta así, el Nobel portugués: “La grabación del video, de 45 minutos, muestra a un hombre de chilaba blanca golpeando los testículos de la víctima con un aguijón eléctrico, de esos que se usan para arrear al ganado, que después le introdujo en el ano. A continuación le vertió sobre los testículos el contenido de un encendedor y le prendió fuego, echando luego sal sobre la carne quemada. Para rematar, atropella varias veces al desgraciado con un coche todo terreno. En el video se pueden oír los huesos partiéndose. Como se ve, un simple capítulo más de la ilimitada crueldad humana”. Y como ven, no hay palabras.

Estaré en el pueblín hasta el viernes (estudiando, como siempre). Así que no podré colgarles nada hasta entonces. Tengo la intención de escribir de lunes a viernes. He vuelto, por si no lo habían notado.

Gracias por leerme. Y pasen una buena semana.