Sublime sin interrupción
La prensa española tiene algo que la embellece, que la eleva de categoría y que la distingue en un panorama mediático internacional de resabiados protervos e intelectuales de tómbola. El género es chico de espacio pero de grande calado. Lo que siendo viene y seguirá siendo todo un clásico. La columna. Que es guinda de pasteles, ornamento de orfebres y fina lencería de hembras nada pacatas.
Cuando ya hace algunos años comencé a leer periódicos, esas hojas en apariencia tediosas que los jóvenes de entonces creíamos cosa de papas serios, papas pantuflos y papas fumadores, me saltaba cual gato escaldado las aún más tediosas páginas de opinión. Las creía paja que esconde grano, armario que oculta amantes, relleno que abulta bulto abultado. Pero los años pasan, la vida pasa, y las personas cambiamos. No sé si para bien o para mal, pero cambiamos, que es lo que a veces importa. Y así, un buen día, cursando quinto de derecho, escuchando a un jurista con vestimenta, lengua y coronilla de filósofo, me entraron unas ganas enormes de asomarme a esa sección de y para mayores. Y, desde luego, no me estoy refiriendo a esos anuncios de muchachas juguetonas que alquilan sus habilidades libidinosas.
De la primera columna que leí nada en claro ni en oscuro saqué de ella. La firmaba don Francisco Umbral. Yo no entendía nada, pero ustedes comprenderán que para mi joven mente y jóvenes entendederas no podían pasar desapercibidos determinados términos, o sea. Su dominio del léxico, su desparpajo temático, su envidiada cadencia y su inigualable originalidad lo convertían, como supe más tarde, en maestro de maestros del género. Aunque cuando empecé a comprender que Umbral era el más grande, su genio, su figura y su vida ya casi agonizaban. El día que se extinguió como escritor y como persona, prácticamente al unísono, masticando aquellas uvas doradas, dejaba un vacío en apariencia irrellenable, irremplazable e inigualable. Era un día de luto para el lector de periódicos, para quien la literatura le tiene secuestrado, para quien leía la prensa comenzando por la última página. Y no eran precisamente pocos.
Sin embargo, hay que decir que caído el rey, y gozando este país de múltiples dicharacheros, a alguien había que sentar en el majestuoso trono. Y ya por aquel entonces, había un periodista entre todos que dotaba a sus columnas de una esencia diferente, de un sabor verdaderamente especial. Sus artículos, como afirma don Fernando Sánchez Dragó, eran y son literatura en estado puro. De lenguaje riquísimo, elegante sintaxis y una claridad de ideas y firmeza de principios sin parangón en el actual panorama plumífero, don Ignacio Camacho, con bastante evidencia, marcaba claramente las diferencias.
El columnista de Marchena, aclarador de ambigüedades, denunciador de latrocinios, perseguidor de zotes y azote sarcástico, irónico e ingenioso de conspicuos beocios, todo un Quevedo contemporáneo, deja su indeleble y significativa rúbrica en el agua, a diario, en el diario ABC. Y lo hace todos los días, sin descanso, como compromiso con el fiel lector que, con asiduidad, deposita religiosamente el precio del periódico en el quiosco más cercano. Quien se asome a su espejo encontrará poesía, cultura, emociones, pensamiento. Un lujo impagable con el que afortunadamente enriquecemos nuestro escuálido y depauperado raciocinio, siempre tan contaminado por los perniciosos y abundantes gases mediáticos del lenocinio.
Este martes 18, el hombre que lanza los venablos más rápidos y acertados de nuestro particular Oeste, fue distinguido, a manos de un jurado presidido por don Víctor García de la Concha, con uno de los galardones más prestigiosos de toda la Prensa española: nada menos que con el Mariano de Cavia, por su sobresaliente artículo La enfermedad del olvido. Tal vez el reconocimiento más elevado que a un animal plumífero de auténtica pata negra pueda hacerse.
Los premios dignifican su objeto. Clasifican. Diferencian. Cierran muchas bocas. Y, como dicen en mi barrio, sólo queda decir una cosa: el que vale, vale. Y dicho queda, vaya.
Pasen, como siempre, un buen fin de semana.
Gracias por leerme.
De la primera columna que leí nada en claro ni en oscuro saqué de ella. La firmaba don Francisco Umbral. Yo no entendía nada, pero ustedes comprenderán que para mi joven mente y jóvenes entendederas no podían pasar desapercibidos determinados términos, o sea. Su dominio del léxico, su desparpajo temático, su envidiada cadencia y su inigualable originalidad lo convertían, como supe más tarde, en maestro de maestros del género. Aunque cuando empecé a comprender que Umbral era el más grande, su genio, su figura y su vida ya casi agonizaban. El día que se extinguió como escritor y como persona, prácticamente al unísono, masticando aquellas uvas doradas, dejaba un vacío en apariencia irrellenable, irremplazable e inigualable. Era un día de luto para el lector de periódicos, para quien la literatura le tiene secuestrado, para quien leía la prensa comenzando por la última página. Y no eran precisamente pocos.
Sin embargo, hay que decir que caído el rey, y gozando este país de múltiples dicharacheros, a alguien había que sentar en el majestuoso trono. Y ya por aquel entonces, había un periodista entre todos que dotaba a sus columnas de una esencia diferente, de un sabor verdaderamente especial. Sus artículos, como afirma don Fernando Sánchez Dragó, eran y son literatura en estado puro. De lenguaje riquísimo, elegante sintaxis y una claridad de ideas y firmeza de principios sin parangón en el actual panorama plumífero, don Ignacio Camacho, con bastante evidencia, marcaba claramente las diferencias.
El columnista de Marchena, aclarador de ambigüedades, denunciador de latrocinios, perseguidor de zotes y azote sarcástico, irónico e ingenioso de conspicuos beocios, todo un Quevedo contemporáneo, deja su indeleble y significativa rúbrica en el agua, a diario, en el diario ABC. Y lo hace todos los días, sin descanso, como compromiso con el fiel lector que, con asiduidad, deposita religiosamente el precio del periódico en el quiosco más cercano. Quien se asome a su espejo encontrará poesía, cultura, emociones, pensamiento. Un lujo impagable con el que afortunadamente enriquecemos nuestro escuálido y depauperado raciocinio, siempre tan contaminado por los perniciosos y abundantes gases mediáticos del lenocinio.
Este martes 18, el hombre que lanza los venablos más rápidos y acertados de nuestro particular Oeste, fue distinguido, a manos de un jurado presidido por don Víctor García de la Concha, con uno de los galardones más prestigiosos de toda la Prensa española: nada menos que con el Mariano de Cavia, por su sobresaliente artículo La enfermedad del olvido. Tal vez el reconocimiento más elevado que a un animal plumífero de auténtica pata negra pueda hacerse.
Los premios dignifican su objeto. Clasifican. Diferencian. Cierran muchas bocas. Y, como dicen en mi barrio, sólo queda decir una cosa: el que vale, vale. Y dicho queda, vaya.
Pasen, como siempre, un buen fin de semana.
Gracias por leerme.
2 Comments:
Gracias por leerte? Gracias a ti por derramar ese carro de flores sobre mis maltrechos hombros.... ¿Y ahora qué digo? ¿Que ya me gustaría parecerme al tipo ése que describes ahí arriba? ¿Que te debo lo que te quieras tomar en el Barrio Húmedo? Uffff... si ya me había abrumado el turbión del Cavia lo que me faltaba era encontrarme este post en mis alertas Google. Tàs pasao ocho pueblos, hasta más allá del Bierzo, y lo sabes, compañero, pero te diré una cosa: el premio está bien, es un reconocimiento de primer nivel y hasta una herencia espiritual para mis hijos (que es lo que más me importa: cuando yo ya no esté podrán buscar el nombre de su padre en la lista y verlo junto a los de gente que me da vértigo), pero lo más grato de recibirlo es el cariño de los amigos. En ese contexto te voy a perdonar las exageraciones. Lo que me sorprende es que sin haber hablado nunca aprecies con tanta exactitud la conexión umbraliana. Ese "sublime sin interrupción" de Baudelaire preside "El giocondo", un libro primerizo de Umbral que me impresionó de joven...Qué quieres que te diga; que es un privilegio saber que hay gente al otro lado de este espejo sin azogue que es el periódico de cada día...Aunque me has puesto el listón alto. Fuerte abrazo agradecido. Ignacio
Don Ignacio, mi más sincero agradecimiento por su visita y su comentario. Para mi suponen un honor y me causan un gran placer. Aunque pienso que no puede exagerar quien aún se ha quedado corto: será cuestión de perspectivas, no sé. En cualquier caso, si algún día se cae por León, no es cosa precisamente que no se pueda discutir.
Sus palabras me hacen recordar que a veces la admiración por la familia es silente, y por tanto inapreciable: trataré, desde el momento presente, de no escatimar en lo que más importa.
En cuanto a la conexión, yo no veo un paso de distancia entre el "sublime sin interrupción" y el "vales lo que tu último artículo": serán, sin duda, los lazos que unen la máxima grandeza. Un compromiso con el lector que, desde luego, no todos se plantean.
A Umbral se le echa y siempre se le echará de menos; pero, hoy día, son tus columnas uno de los mejores motivos para despertar agradecido todos los días.
Un fuerte abrazo.
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