Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

06 mayo 2010

Una estación preciosa, oigan

El delicioso paseo junto al río a media tarde. Varios canes sueltos. Uno en particular, blanco con manchas marrones, sano, grande y hermoso, se acerca a mí. Las dueñas, dos jóvenas de apariencia fresca, ponen cara de preocupación. Yo sonrío; les iba a decir que no pasaba nada y que me encantan los perritos, pero en ese momento el sabueso pasa de mí y sus dueñas imitan a la mascota. Pongo cara de pijo indignado. E incluso se me pasó por la cabeza poner el culo alegremente en pompa. Pero, como ustedes comprenderán, no eran horas de hacer el ganso. Y eso que me encanta hacerlo con las mujeres. Ellas, de natural serias y sensatas, suelen adoptar esa cara de madurez impostada. Y se ponen en seguida a dar lecciones de comportamiento. Yo suelo escuchar y sonreír, aunque bastante más de lo segundo que de lo primero. Y sólo si veo que se ponen un poco pavas, un poco farrucas, cual verracas despendoladas, pues así de espléndidas son algunas mujeres, soy yo el que se pone serio y sensacional y o sea que se lo juro. A pesar de todo alguna no comprende que se acerca peligrosamente a la definición de taruga que, gratuitamente, nos ofrece el diccionario, seguramente porque aún no se lo han revelado en casa, y, como soy todo un caballero, me tengo que poner paciente y dócil a explicárselo. Será por paciencia. Un poco después, aún pensando en el perrito, veo que por la otra orilla se alejan dos pares de muslitos: blancos, tersos, firmes, jamoncitos ya hechos y derechos para el bocado y el nudo gordiano. Me quedo pensando que cada vez vienen las mallas más cortas, como con menos tela. Y que cada vez vienen las tallas más pequeñas, o las mujeres más ajustadas. Corrían ambas damas sobre sus muslos despreocupadamente, como corresponde a la siempre alocada juventud. Marcando, con descaro veraniego, negro tanga de hilo fino: casi inapreciable, salvo para los astutos ojos de un viejo diablo más verde que colorado. Y a su vez observé, ¡y por el mismo precio!, que ambas gastaban un busto generoso, arrogante, como escultórico. Aunque nunca he comprendido por qué se dice de un pecho que es generoso, pues uno puede llegar a la conclusión de que son aquellas glándulas mamarias que se dan a probar a todo el mundo, y, desgraciadamente, sobre todo para tanto desnutrido suelto, como saben, no es precisamente así . O, al menos, yo desde luego no me he enterado.