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Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

19 septiembre 2011

Recular es de sabios

En el suplemento cultural del ABC, Patricio Pron, escribe sobre Heimito von Doderer, autor, entre otras obras, de Los demonios y Un asesinato que todos cometemos. A lo largo de todo el artículo, un artículo, además, para disfrutarlo de cabo a rabo, me llamaron especialmente la atención un par de anotaciones del crítico sobre lo que él considera la temática social, cultural y personal incardinada en dichas obras. Según el autor de la reseña, el eje en que se fundamenta el escritor austriaco para elaborar dichas novelas, sería esa determinación impuesta por otros de vivir la vida de acuerdo a sus deseos y principios, y no a los que emergen de la propia experiencia individual. Es decir, ese mero consejo, a veces tan extemporáneo, de familiares, amigos y vecinos, de vivir de acuerdo a un patrón lógico y sensato, y tratar de alcanzar una meta vital relativamente razonable, para el escritor habría supuesto una cierta pérdida de capacidad decisoria en la forma que cada uno de nosotros vamos dando a esta vida.

Dado que a cada uno de nosotros lo definen sus propias circunstancias, habría que desarrollar el grado de empatía suficiente para ponerse en el pellejo de este artista, y no tacharlo, cuando menos, ¡y automáticamente!, de redomado exagerado. Que esos aforismos que defienden que somos dueños de nuestro destino, y que el carácter forja el destino de las personas (y no al revés) son una milonga publicitaria, creo que ya lo tiene todo el mundo más o menos asumido. Salvo, claro, algún pobre e ingenuo incauto que alimente su espíritu con literatura de autoayuda semibíblica. Pero de ahí a afirmar que somos tan influenciables como para vivir la vida que les hubiese gustado vivir a otros, y además guiarnos por sus instrucciones concretas, me parece a mí que se está obviando un trecho demasiado largo y abrupto que, además de recorrerlo, convendría explicarlo. La inducción tiene siempre sus límites en la actitud y aptitud de cada persona. El destino no está escrito para nadie. Esfuerzo baldío seguir las directrices nada divinas de una mente imperfecta, insatisfecha y un punto enajenada: los peajes, ya saben, hacen demasiado costoso el viaje.

Otro tema que destaca el artículo, subraya el necesario abandono (como si se pudiera) de las condiciones con las que hemos sido criados para evitar que éstas nos impidan vivir y nos asesinen prematuramente. Pero hombre, hombre, hombre: ¡vaya con el escritor!, que el crítico sitúa, nada menos, al nivel de Tolstoi. Qué curioso. Parece omitir que somos el producto de una evolución; quizá mejorable, sí: pero no somos más que una suma de información genética, social, cultural y ambiental cuyos factores son insustituibles, inalterables, prácticamente ajenos a la voluntad de cualquier sujeto. Sin nuestro pasado, en sentido muy amplio, no somos nada, ni nadie. Y no sólo es que no debamos olvidar esas condiciones que hacen de nosotros esa personita tan admirable, es que, sin ellas, no podríamos avanzar, evolucionar, desarrollarnos lo suficiente (ni siquiera lo cristianamente aconsejado). Arrancar parte de nosotros para vivir una vida supuestamente más plena y más propia, además de acto sobrenatural, roza con la actitud de quien ha perdido sin remedio toda cordura y capacidad de raciocinio equilibrado, cayendo, tal vez sin remedio, en el oscuro y profundo pozo de la locura.

Sin embargo, todo indica que crítico y escritor dejan abierta una puerta en forma de enmienda: el interés se desplaza a la forma en que puede hallarse en la vida de todos nosotros ese punto concreto a partir del cual uno podría atrapar, como quien dice, la vida, y como ese punto suele ser en la mayoría de los casos el punto en que la vida lo atrapa a uno. Ajajá: esto, ya es otra cosa. Simplemente, porque supone defender todo lo contrario a lo anteriormente manifestado. Y es que la curiosidad más llamativa, obviamente, es que si estuviésemos hablando de una operación aritmética, ya sabríamos todos el resultado.