Cogiendo el ritmo
La otra mañana, mientras deshacía triste y meditabundo mi maltrecha maleta, recordaba con cierto sarcasmo lo bueno que me había deparado el verano. El tiempo, la verdad, no había acompañado. ¡Cuántas cábalas inanes para tratar de meter todas aquellas camisetas coloridas en un espacio tan reducido! El hombre del tiempo, más que pronosticado, había prometido un verano caluroso, asfixiante, casi agotador. Pero el otro tiempo, el que vale su peso en oro y a algunos da Dios de balde, otorga a unos la razón que, inevitablemente, a otros quita: resultando apenas dos semanas de palmito forzado, helado en ristre y muchachada fresca. Dos semanas que, en cuanto al blog se refiere, e incluso a quien lo mantiene, han sabido a dos meses. Sin duda, por razón de esa indefectible convergencia del no ser y el no estar en una indolencia estival absolutamente abrumadora, aunque también un punto fascinante. Ha sido un verano, a fin de cuentas, y desde mi particular y peculiar punto de vista, verdaderamente funesto. Pues todo lo que podía haber salido bien, ha salido mal; y, mejor, no les cuento como ha ido lo que ya era previsible que saliese mal. En cualquier caso, supongo que de alguna manera hay que ir poniéndose al día. Llega mi querida y añorada rutina, así que, es razonable afirmar que con relativa regularidad, y muchísima subjetividad, volverán a tenerme por aquí. Sean todos bienvenidos.
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La personalidad de los artistas en general, y de los músicos en particular, siempre me ha resultado bastante previsible. Tengo por una obviedad, que una persona que vive por y para el arte, en sus múltiples manifestaciones, si no fuese un poco narcisista, una pizca egocéntrica, y no sé quisiese bastante más de lo necesario a sí misma, estrictamente como profesional, terminaría engullido por sus propias fobias; y su identidad, probablemente, se diluiría en los ojos de los demás como un pobre y minúsculo azucarillo…
Ahora bien, si ese ego tan especial no recibe freno alguno, pasado el tiempo, puede que un auténtico genio termine convirtiéndose en un auténtico imbécil.
Habla don Dizzy Gillespie, fallecido ya hace tiempo, en To be or not to be, de su admirada mujer:
“Ahora mismo, no surge ningún problema que ella no pueda afrontar. Todo se puede hacer bien o mal, no hay medias tintas. Lorraine es una persona de lo más incorruptible. Mi esposa me proporciona la perspectiva adecuada. Es el sostén que necesito. Tiene la inteligencia de las madres y, además, sabe todo lo que hay que saber del mundo del espectáculo..
Otra ventaja de ella es que me mantiene el ego al mínimo. Si se me dispara un poco, ella lo devuelve a la normalidad. En Harlem soy bastante conocido, y cuando camino por la calle tengo que parame mil veces. Un día regresé a casa y le dije a Lorraine:
-Fíjate, acabo de cruzar Harlem y toda esa gente está encantada conmigo. Lorraine, tu marido tiene algo, y es que sabe tratar a la gente corriente.
-Es cierto, me dijo Lorraine. Eres uno de los gilipollas más corrientes que he visto en mi vida.
Bastó esa frase para ponerme realmente en mi sitio. Con una frase, ella puede arreglarlo todo”.
Es el típico, detrás de todo gran hombre hay una… que se pronunciaba sin miedo alguno hace unos años; mucho antes de que apareciesen las feministas, y sus prédicas pretendidamente beneficiosas para todo su género: aunque, de momento, sólo hayan conocido logros las de su calaña.
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Agarradito.
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