Semana posteadora (esperemos)
Tocar, tocar, tocar. Entre semana arreglos, ensayos varios, pulido de imperfecciones (invariablemente minúsculas). Los días se hacen cortos. Imprescindible, e inevitable, meter mano en la noche. Causa-efecto: pequeño desajuste horario, mayor cansancio, ¿a quién dará Dios el tiempo de balde? El fin de semana depara espectáculo, mujeres bonitas y músicos omniscientes, parlanchines, asaz voraces. No obstante, resulta imposible no recoger ciertas perlas que caen ¡por su propio peso! en mitad del camino:
"Desengáñate, amigo: en esta vida estamos para comer y para follar"
Amabilio, saxofonista y pensador esporádico, 64 años, infatigable de los escenarios, sobresaliente narrador de anécdotas tan simpáticas como inverosímiles.
Hace un par de semanas, en el periódico El mundo, hallé un comienzo de columna verdaderamente fascinante (y eso que estaba ubicada en la sección Deportes):
“La paciencia distingue a quien se siente seguro de sí mismo, a quien interpreta la duda como lo hacen los inteligentes, sin apartarse de lo que se debe hacer, sino todo lo contrario, aferrándose a las certezas que le quedan. Como dijo Schopenhauer, ni neguemos, ni afirmemos, solo esperemos”
La firmaba Orfeo Suárez.
“A un joven ex ministro le oí una vez la confesión angustiada de que al dejar el poder sufrió un ataque de estrés porque no sabía dónde aparcar en el centro de Madrid. Padeció un bloqueo emocional; no estaba preparado para volver a ser una persona corriente. Y es que el problema de muchos políticos no consiste en que vayan siempre en coche oficial, sino en que no miran por la ventanilla. Ocultos tras los cristales tintados se pierden el latido de la calle, el pulso de la gente, la belleza del paisaje y el flujo mismo de la vida. Han dejado de escuchar y han renunciado a vivir la experiencia cotidiana de aquellos a quienes representan. Esos a los que obligan a ir andando por el centro de las ciudades que ellos transitan por carriles reservados. Esos que abarrotan los autobuses en los que jamás suben los altos cargos. El coche oficial no es sólo un privilegio: es una barrera. Una valla móvil de separación entre la política y la realidad.
(..)
Un antiguo alcalde de Montevideo solía decir que la ciudad es un libro que hay que leer con los pies. Nuestra dirigencia pública lee poco pero anda menos, y el resultado es que se aleja tanto del conocimiento intelectual como del práctico. Ha abandonado el roce, el diálogo, el aprendizaje. Sus integrantes se han construido para sí mismos una burbuja de confort y han perdido el anclaje con el conflicto diario de la existencia…”
Una columna semejante, será por evidencias, sólo la podía firmar don Ignacio Camacho.
Anoche, tras volver de tocar, y tan cansado que se hacía imposible conciliar el sueño, estuve viendo El cabo del miedo, de Martin Scorsese. No la había visto nunca. Y, la verdad, tenía esperando el DVD desde hacía ya algunos meses. La trama me pareció corriente, previsible, demasiado trillada en otras películas con propuestas similares. Pero lo que consideré como una auténtica barbaridad, barbaridad digna de admiración, fue la interpretación de Robert De Niro. Sencillamente exquisita, enorme, espléndida. En un mismo personaje convivían feliz y notablemente un violador, un remedo de abogado, un filósofo, un hombre rencoroso y vengativo aunque tremendamente frío y calculador, y un amante de la literatura erótica y sagrada, coches elegantes de diseño deportivo y unos puros que ya los quisiera para sí don Mariano Rajoy. Y lo más curioso de todo, es que este ser tan endiabladamente listo estaba como una puñetera cabra. En la literatura ya había leído algún ejemplo de locura inteligente, como Los renglones torcidos del recto don Torcuato; pero en el cine, sinceramente, no recuerdo haber visto nada igual. Además, en la película subyace la esencia de la mejor literatura de Dostoievski. Un hombre cargado de inmejorables virtudes y cualidades, que se cree poseedor de la verdad absoluta e irrefutable, y que tiene el oscuro convencimiento de haber sido llamado por la propia divinidad para impartir justicia con su propio puño o criterio. En cualquier caso, el final en este tipo de historias es siempre inquietante: deja tanto en el lector como en el espectador el desasosiego de que la representación artística de Muerte y Justicia puedan haber sido deliberadamente cambiadas a lo largo de los siglos. A la justicia la simbolizan ciega con el fin de subrayar su deseable imparcialidad; pero lo cierto es que es sólo la muerte, aunque la personalicen con los ojos bien abiertos (y sí, con la guadaña bien afilada), la que, en realidad, los tiene y mantiene siempre cerrados. Por lo demás, Jessica Lange es una rubia dulce y deliciosa casada con un mono menos grande, piloso y asilvestrado que quien ustedes se imaginan.
"Desengáñate, amigo: en esta vida estamos para comer y para follar"
Amabilio, saxofonista y pensador esporádico, 64 años, infatigable de los escenarios, sobresaliente narrador de anécdotas tan simpáticas como inverosímiles.
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Hace un par de semanas, en el periódico El mundo, hallé un comienzo de columna verdaderamente fascinante (y eso que estaba ubicada en la sección Deportes):
“La paciencia distingue a quien se siente seguro de sí mismo, a quien interpreta la duda como lo hacen los inteligentes, sin apartarse de lo que se debe hacer, sino todo lo contrario, aferrándose a las certezas que le quedan. Como dijo Schopenhauer, ni neguemos, ni afirmemos, solo esperemos”
La firmaba Orfeo Suárez.
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“A un joven ex ministro le oí una vez la confesión angustiada de que al dejar el poder sufrió un ataque de estrés porque no sabía dónde aparcar en el centro de Madrid. Padeció un bloqueo emocional; no estaba preparado para volver a ser una persona corriente. Y es que el problema de muchos políticos no consiste en que vayan siempre en coche oficial, sino en que no miran por la ventanilla. Ocultos tras los cristales tintados se pierden el latido de la calle, el pulso de la gente, la belleza del paisaje y el flujo mismo de la vida. Han dejado de escuchar y han renunciado a vivir la experiencia cotidiana de aquellos a quienes representan. Esos a los que obligan a ir andando por el centro de las ciudades que ellos transitan por carriles reservados. Esos que abarrotan los autobuses en los que jamás suben los altos cargos. El coche oficial no es sólo un privilegio: es una barrera. Una valla móvil de separación entre la política y la realidad.
(..)
Un antiguo alcalde de Montevideo solía decir que la ciudad es un libro que hay que leer con los pies. Nuestra dirigencia pública lee poco pero anda menos, y el resultado es que se aleja tanto del conocimiento intelectual como del práctico. Ha abandonado el roce, el diálogo, el aprendizaje. Sus integrantes se han construido para sí mismos una burbuja de confort y han perdido el anclaje con el conflicto diario de la existencia…”
Una columna semejante, será por evidencias, sólo la podía firmar don Ignacio Camacho.
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Anoche, tras volver de tocar, y tan cansado que se hacía imposible conciliar el sueño, estuve viendo El cabo del miedo, de Martin Scorsese. No la había visto nunca. Y, la verdad, tenía esperando el DVD desde hacía ya algunos meses. La trama me pareció corriente, previsible, demasiado trillada en otras películas con propuestas similares. Pero lo que consideré como una auténtica barbaridad, barbaridad digna de admiración, fue la interpretación de Robert De Niro. Sencillamente exquisita, enorme, espléndida. En un mismo personaje convivían feliz y notablemente un violador, un remedo de abogado, un filósofo, un hombre rencoroso y vengativo aunque tremendamente frío y calculador, y un amante de la literatura erótica y sagrada, coches elegantes de diseño deportivo y unos puros que ya los quisiera para sí don Mariano Rajoy. Y lo más curioso de todo, es que este ser tan endiabladamente listo estaba como una puñetera cabra. En la literatura ya había leído algún ejemplo de locura inteligente, como Los renglones torcidos del recto don Torcuato; pero en el cine, sinceramente, no recuerdo haber visto nada igual. Además, en la película subyace la esencia de la mejor literatura de Dostoievski. Un hombre cargado de inmejorables virtudes y cualidades, que se cree poseedor de la verdad absoluta e irrefutable, y que tiene el oscuro convencimiento de haber sido llamado por la propia divinidad para impartir justicia con su propio puño o criterio. En cualquier caso, el final en este tipo de historias es siempre inquietante: deja tanto en el lector como en el espectador el desasosiego de que la representación artística de Muerte y Justicia puedan haber sido deliberadamente cambiadas a lo largo de los siglos. A la justicia la simbolizan ciega con el fin de subrayar su deseable imparcialidad; pero lo cierto es que es sólo la muerte, aunque la personalicen con los ojos bien abiertos (y sí, con la guadaña bien afilada), la que, en realidad, los tiene y mantiene siempre cerrados. Por lo demás, Jessica Lange es una rubia dulce y deliciosa casada con un mono menos grande, piloso y asilvestrado que quien ustedes se imaginan.
6 Comments:
Sobra lo de comer... imagino que tratándose de un apasionado del jazz, entre Cortázar y Muñoz Molina, lo que tocas es el saxo..
Hombre, la frase no es precisamente de una profundidad filósofica sin precedentes, pero tiene su aquel...
No, en serio, sólo un músico puede llegar a los 64 manteniendo el mismo espíritu libertino, instintivo y jovial que un muchacho de 15. ¿Hedonista y libidinoso? Nadie es perfecto, oiga.
Y, por cierto, el saxo es un instrumento maravilloso: estéticamente precioso, simboliza la elegancia y seducción de la noche (aunque, probablemente, para Freud sería la perfecta metáfora fálica)y, si el instrumentista es notable, su sonido hipnotiza, encadena, conmueve. En cualquier caso, yo me quedé en pianista. Y creo que de la explicación anterior se infiere claramente quienes se llevan a las chicas (es un decir).
El saxo es místico, melancólico, existencial. Su sonido penetra en el alma como un puñal de sentimentalismo. Pero el piano es el rey, tb del jazz. Puede haber jazz sin saxo, de hecho lo hay, pero difícilmente sin piano. El piano es la música, querido, no te aflijas,porque otros nos quedamos sin saber tocar otras teclas que las de la máquina de escribir y sus sucesores (detesto los teclados digitales). En cuanto a la metáfora fálica del saxo, tan fácil de asociar en una metátesis vocálica, si fuera por eso deberían tocarlo las mujeres...Abrazos
Un señor comentario, vaya. Podría ser digno incluso de un periodista, filólogo, amante del blues y la música clásica y oriundo de un pueblo de Sevilla... si no fuera pedir demasiado, claro :-)
Nunca es demasiado tarde para aprender casi nada. Y no sabe lo que iba a apreciar, y agradecer, la sensibilidad de sus dedos el cambio de superficie.
PD(I): he tenido que informarme sobre el término metátesis.
PD(II):¡yo jamás me habría atrevido a precisar la metáfora!
Un abrazo
En realidad no sería tanto una metátesis como una simple trasposición, jajajaja. Y sí, los comentarios son de quien sospechas. Abrazos, amigo
Es todo un honor.
Y expongo la formula más cortés que conozco (aprendida de su colega Q.): quede constancia de mi agradecimiento.
Un abrazo, amigo.
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