Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

17 mayo 2011

De prestado

“Ni qué decir tiene que las mujeres le adoraron y que esa pasión devota del público femenino fue el resultado de la admiración casi religiosa que despertó siempre en ellas la imagen controvertida de un tipo infiel, trasnochador y mujeriego que sin embargo resultaba en cualquier caso un hombre de fiar”.

(…)

“Estar un rato en el corazón de Sinatra y salir luego en camisón por la escalera de incendios era para muchas mujeres un objetivo más digno y agradable que asegurarse hasta la muerte la pegajosa lealtad de cualquier otro hombre”


Don José Luis Alvite, un respeto, oigan.


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Leyendo el blog de Quiñonero, que es la mejor forma de conocer París sin haberlo pisado, me encuentro en uno de los comentarios a uno de sus retratos instantáneos con un lector culto y exquisito que tiene la extraordinaria delicadeza de transcribir un párrafo de las Confesiones de San Agustín. Cuando lo leí me impresionó tanto que se lo mandé a una buena e inteligente amiga, además de sufrida lectora de este blog, a la que gustó el pequeño texto al menos tanto como a mí, y que, ahora, con muchísimo gusto y poquísimo tiempo, les cuelgo:


"Era, pues, yo bien miserable. ¡Y con qué violencia hiciste que sintiera mi miseria aquel día en que me preparaba yo a recitar un panegírico del emperador en el cual muchas mentiras iba a decir para ganarme el favor de quienes sabían que mentía! Con este anhelo pulsaba mi corazón, encendido en la fiebre de pestilenciales pensamientos, cuando al pasar por una callejuela de Milán vi a un mendigo, borracho ya según creo, que lleno de jovialidad decía chistes. Al verlo se me escapó un gemido. Empecé a hablar con los amigos que me acompañaban sobre los pesados sinsabores que nos venían de nuestras locuras; pues con todos aquellos esfuerzos y cuidados como el que en ese momento me oprimía (pues estimulado por mis deseos iba cargando el fardo de mi infelicidad, que se aumentaba hasta la exageración) no buscábamos otra cosa que conseguir aquella descuidada alegría y que aquel mendigo había llegado ya a donde nosotros acaso no lograríamos nunca. Esa especie de felicidad temporal que él había logrado con unas pocas monedas habidas de limosna andaba yo buscando por largos rodeos y fragosos caminos".


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Y la columna de hoy de Ignacio Camacho, esa pluma incombustible y privilegiada.