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Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

10 abril 2012

Rumbo(so), el brillo del ausente, el cuarto poder

La socialdemocracia explica la desconfianza de los mercados desde el punto de vista de Séneca: “No hay viento favorable para quien no sabe a qué puerto se dirige”. Es curioso, no obstante, que exijan claridad de ideas, de itinerarios y de objetivos quienes se diplomaron, cum laude, en el arte del bandazo. Las ocurrencias, las improvisaciones, gobernar según la caprichosa dirección del viento, fue lo normal, lo asiduo, durante toda la anterior legislatura. Y ahora, claro, hay quienes perciben en el gobierno rajoyano un remedo en cuanto a actitud y aptitud respecto de lo mostrado por el zapaterista. Sin embargo, la incongruencia no tiene su base en el desdecimiento. Un gobierno no pierde credibilidad, interior y exterior, sólo por hacer lo contrario de lo que dijo o prometió. La cuestión de fondo no es el dije diego, sino la pérdida o el fortalecimiento palmario de lo que constituyen sus esencias. Nos encontraremos, pues, ante un gobierno que ha perdido el norte, y que pretende que lo pierda su fiel electorado, cuando no reconozcamos en él lo que le ha dado su tradicional forma y consistencia. Cuando no sepamos en qué manos hemos depositado nuestra confianza. Y cuando, en fin, triunfe en todos nosotros la experiencia sobre la esperanza.



Luce como escritor lo que no lució como ministro. Un placer, en cualquier caso.



En la columna de hoy, don Ignacio Camacho, aun de soslayo, apedrea su propio gremio:


“A un dirigente público se le puede perdonar que no sepa qué decir… mientras permanezca en silencio. El problema consiste en que a menudo algunos no sólo no tienen ninguna idea sino que se empeñan en manifestarlo. Entonces recuerdan a aquella definición que dio Jardiel —¿o era Mihura?— del periodista: un señor que se sienta a escribir, no se le ocurre nada… y sigue escribiendo.


Veamos cómo veía al género, en el XIX, el gran Honoré de Balzac:


“En varias ocasiones habló de dedicarse al periodismo, y siempre sus amigos le replicaron: ¡Guárdate mucho de hacerlo!

-sería la tumba del apuesto y delicado Lucien que queremos y conocemos –dijo D´Arthez.

-No resistirás la constante oposición de placer y de trabajo que se da en la vida de los periodistas; y resistir es el fondo de la virtud. Estarías tan encantado de ejercer el poder, de tener derecho a la vida y a la muerte sobre las obras del pensamiento, que te convertirías en periodista en dos meses. Ser periodista es llegar a procónsul en la República de las Letras. ¡Quien puede decirlo todo llega a poder hacerlo todo! Esta máxima es de Napoleón, y se comprende.

-¿No estaréis a mi lado?-preguntó Lucien.

-Ya no-exclamó Fulgence-. Siendo periodista, no pensarás en nosotros más de lo que la muchacha brillante y adorada de la Ópera, en su coche forrado de seda, piensa en su pueblo, sus vacas y sus zuecos. A ti te sobran cualidades para ser periodista: la brillantez y la rapidez mental. No renunciarás nunca a una frase ingeniosa, aunque haga llorar a un amigo. Yo, cuando veo a periodistas en los foyers de los teatros, siento horror. El periodismo es un infierno, un abismo de iniquidades, de mentiras, de traiciones, que es imposible atravesar y del que es imposible salir indemne si no es protegido, como Dante, por el divino laurel de Virgilio.

Cuanto más trataba el Cenáculo de apartar a Lucien de este camino, más su deseo de conocer el peligro lo incitaba a aventurarse en él, y comenzó a preguntarse si no era ridículo dejarse sorprender una vez más por la miseria sin haber hecho nada por evitarla.”

Las ilusiones perdidas