Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

21 enero 2013

Qué calor y qué tipo tengo



Se entiende que el excelentísimo Ayuntamiento de León quiere que sus vecinos cojan sus buenos catarros. Así, por ejemplo, si un ciudadano de esta pequeña y coqueta ciudad vive cerca de uno de los termómetros plantados en los alrededores de las rotondas, cual castaños pilongos, dependiendo de cual sea el que haya visto, saldrá de casa con una ropa determinada: dada la extraordinaria e inexplicable diferencia que hay entre lo que marcan cada uno de ellos, ya pueden ir compadeciéndose del pobre. Esta misma tarde, en Eras de Renueva, uno de ellos marcaba once grados. Temperatura que, para un sevillano, a lo mejor es lo suficientemente fresca como para salir con la estufa de casa; pero aquí, en el norte, con esos grados salimos poco menos que con una camiseta  de manga corta. Curiosidades de la vida en general, y de nuestra villa en particular, en la plaza de la Inmaculada eran cinco los grados que marcaba el bálano digital. Por momentos llegué a pensar que me había quedado destemplado. Como esos señores que, pillados en flagrante delito, después de una vida dedicada a la mangancia de guante blanco, se les queda esa cara de bobos, de pasmados, como de pescado mal congelado, con la que entiendo que nacieron y siempre ha sido objeto de chacota por los más chisposos del barrio. ¡Y es que hacía tanto frío! ¡Se quejaba tanto la gente! Pero, coño, no íbamos a ponernos también en contra del mercurio: ya tenemos bastante con el gobierno. Temperatura aparte, tema socorrido para tratar cuando no abunda precisamente la confianza, hoy he podido admirar a bellas muchachas de rostro angelical, a las que apenas se las veían los ojos, embutidas en sus gorritos, bufandas y guantecitos, todo ello muy lindo, y haciendo juego, como corresponde a toda señorita que se precie. Aunque, la verdad, las comprendo. Los hombres entramos en una zapatería y tenemos un par de modelos de zapato para elegir. Ambos igualmente feos. Y bastante incómodos, por cierto. Las mujeres, en cambio, tienen una variedad tan rica e infinita, que es como para volverse loco. Loca, perdón por mi extremada empatía. El otro día, acompañando a mi hermana, observé en una tienda una fila de botines tan larga que no alcanzaba a ver su final. Negros, marrones, de piel o de ante, con juguetonas motitas, serios y circunspectos, como de ministra socialista. En fin, un sinfín de variedades. Y, claro, cuando uno pasa la vista de los estantes a los ojos de las clientas, ve ese desvarío tan delicadamente femenino, esa codicia de género, ese semblante soñador en el que ya se imaginan con sus nuevos botines, y su nuevo abriguito, y lo monas y conjuntadas que van a quedar con sus nuevas adquisiciones. Y por no mencionar el buen humor que se puede observar en sus novios o maridos. Todos ellos cargados con bolsas de la compra (y ninguna para ellos). Y, además, todas enormes. Y realmente pesadas. Y es que hay que ver cómo nos gusta a los hombres ir con las mujeres de compras. ¡Son tan felices en esos momentos! ¡Y parece, por fin, que nos quieren tanto! Y, además, ¿que hombre de bien, hoy día, y que encima se precie de serlo, iba a quitar el gusto a su santa por no acompañarla? Aunque todos sepamos lo comprensivas que se mostrarían en caso de declinar oferta tan apetecible. Porque las mujeres podrán ser frágiles y caprichosas, alguna conocerán, pero convendrán conmigo en que jamás se les pasaría por la testa fastidiar a sus admirados hombres.