Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

Correspondencia: fjsgad@gmail.com
Mi foto
Nombre:
Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

12 diciembre 2012

Educación, de nuevo



Me voy a la cama, es un decir, con José Antonio Marina. Siempre es un placer leerlo, escucharlo, y hasta verlo. Pero no siempre comparto sus cogitaciones. Ayer noche, en RNE, hablaban de educación. Y de la necesaria implicación de los padres en ella para que las criaturas no se tuerzan. Sin embargo, yo no estoy totalmente de acuerdo. Y no solo porque siempre tiendan a dejar de lado la naturaleza humana. Tengo un pequeño sobrino. Y gracias a él sé aproximadamente qué se cuece en la educación primaria. En mis tiempos nos atiborraban de deberes. Ahora, es a los padres a quienes los atiborran; y sin atisbo de misericordia, por cierto. ¿Qué conclusión hay que sacar de todo ello? ¿Que los poderes públicos en general, y los maestros en particular, quieren comprometer a los padres en la educación de sus hijos? ¿Acaso creen que no se aplicarían de lleno a tan delicado asunto sin la inestimable colaboración de nuestros dignos profesionales? ¿Nunca antes de ahora habían colaborado los progenitores en la formación de sus vástagos? ¿No se querrá paliar las carencias deficitarias de nuestro sistema educativo con un plus de esfuerzo a los padres en un área que no les corresponde? ¿Pero qué broma es esta? Seamos particularmente incorrectos. La sociedad tiene que entender que hay tontos. Y que los hay a manos llenas. Y por todas partes. Pero no sólo del lado de los discentes, ojo. Porque en este país no nos duelen prendas al afirmar que cuánto inútil hemos criado: pero a mí que no me registren, claro (y para no variar). Vamos a ver. Y va a hablar un hijo de la denostada LOGSE. Cuando escucho a un político, a un periodista, o a un tertuliano sacado de vaya usted a saber qué planeta decir que hoy en España tiene carrera cualquiera me suben los colores y hasta las calores. Me suben, porque cuando leo sus artículos tienen la sintaxis de mi sobrino de ocho años, y a veces los firman catedráticos. Me suben, porque cuando les escucho hablar hacen uso de un lenguaje que, a parte de chabacano, denota una elevada falta de cultura general (por ejemplo, y en directo, escuché a un escritor en el programa de las doce señoritas de Intereconomía confundir a María Magdalena con la Virgen María –tiene bemoles, si atendemos el medio en que se produjo-). Sí, el mismo conocimiento que presumiblemente falta a todos los de mi generación y, al parecer, a ellos les sobra. En mi opinión, un ochenta por ciento de los profesores de este país, y a todos los niveles, tienen unas condiciones para la enseñanza manifiestamente mejorables. No dominan su asignatura (lo cual debería ser imprescindible), no son especialmente inteligentes, no transmiten adecuadamente su escaso o abundante juicio. Siendo ello así, ¿cómo pretenden motivar al alumno? Evidentemente, de ninguna manera. Porque como me decía mi abuela, de donde no hay, no se puede sacar. Y así, esa personita acabará apartada del sistema. Y aunque a algunos les pese, será gracias al propio sistema. En mi época era muy común referirse al alumno poco aplicado como el tonto de la clase. Se aseguraba que no tenía capacidad. Que tenía serias dificultades para el aprendizaje. Y es que no se podía estar todo el día calentando el asiento. Pero en ningún momento escuché entonar el mea culpa. Imagínense la gracia que tendría que un profesor tuviese la humildad, y hasta la decencia, de reconocer que es un inútil, que el no vale para eso, y que su vocación se basaba en hacer algo en alguna parte pero que no importaba demasiado el qué, el cómo, el dónde ni, por supuesto, el por qué. Los culpables, claro, siempre son los otros. La verdad es que cada persona tiene su propia inteligencia, pues ésta no es única. La verdad es que la enseñanza debería ser personalizada, pero esto es inviable. La verdad es que muchas veces aprenderán más en casa que en la escuela, en el instituto o incluso en la universidad, pero a ver quién es el guapo que a nuestros endiosados docentes llama al orden.  Se ha de exigir un riguroso sistema de calificación al profesorado ya. Porque, ¿quién evalúa al evaluador? ¿Con qué  autoridad pueden exigir algo de lo que ellos mismo carecen? Si, como decía Montaigne, al alumno más que en conocimientos habría que educarlo en virtud, y que en consecuencia a ella viva, ¿no sería sin duda recomendable exigir la misma cualidad, y en cantidad mucho más elevada, a quienes se encargan de impartir la enseñanza? Dado que, al fin y al cabo, se trata del cimiento de nuestro futuro, de nuestra vida, de nuestras sociedades, y hasta del legado que de un modo inexorable dejaremos a quienes nos sucedan como actores en este gran teatro de la Historia.