Hasta pronto
Meses de avería en el ordenador me mantuvieron hace una temporada alejado de la red. Y ahora, cuando por fin el ordenador no tenía o no parecía tener ningún problema, y volvía a coger ese inefable gustirrinín por contarles con mayor o menor fortuna mis preocupaciones, lo que me falla es la red. Ayer llamé a los de timofónica. Trataron de configurar el ordenador desde la central. Lo cual, y disculpen mi vocabulario, acojona un huevo. Lo saben to(do). Y lo ven to(do). Pero, al final, na(da). La criatura no podía conectarse. Llegaron a la juiciosa conclusión de que había que cambiar el módem. Porque el aparatejo que permitía mi vida virtual se había quedado más que obsoleto. Mi hermano me tranquilizó asegurando que al vecino no se lo pusieron antes de mes y medio. Ya no contaba, pues, con volver a darle a la tecla hasta después de navidades. Sin embargo, hoy por la mañana llamaron, e incluso vinieron. ¡Servicio 24 horas! Curiosidades de la vida, el técnico había estudiado conmigo en los tiempo del cole. Charlamos amigablemente, y me instaló todo lo instalable. Pero tampoco funcionó. Me comentó que al cambiarme la placa me lo habrían configurado mal. Y algo relacionado con una tarjeta de red. Con lo que yo sigo sin tener internet. Por el contrario, toda la casa tiene señal. Y así mi hermano felizmente wasapea, conecta su Play a la red, y hasta su portátil. Con el que les estoy escribiendo estas líneas disculpatorias. El lunes me pasaré por la tienda de informática a ver qué me comentan, cómo me lo solucionan y, si hay suerte, a ver si llegamos todos a una solución razonable y pacífica. Antes de que pierda los papeles y me cisque en todo lo que haya que ciscarse. Pues hay maneras muy elegantes, e incluso civilizadas, de solucionar los problemas y hacerse entender en este valle de lágrimas. O al menos, en ese sentido, aún no he perdido toda la esperanza. Volveré por aquí cuando pueda conectarme como toda la vida, con el ordenador de toda la vida, y sentado en la incomodísima silla de toda la vida. He pasado muchos disgustos junto a esos objetos. Se han quedado con parte de mí (que diría Pamuk). Se han llevado mis exabruptos más originales, frescos y espontáneos. Y, ahora que me necesitan, no pienso dejarlos en la estacada. Entre otras cosas, claro, porque mucho más los necesito yo a ellos.
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