Sábado noche
Quedar en hora y lugar precisos: la puntualidad es de
quienes se aburren. Las muchachas caminan con deliciosos gorritos y guantes a
juego. Hasta la primavera se acabaron los escotes, las sugerentes cinturas, los
delicados muslos, las laudables nalgas. Aquí en el norte se abrigan hasta los
perritos. La espera llega a su fin, y el esperado partido y compañía toman
forma. Sitio pequeño, tranquilo. Las anchoas tristes y las almendras no
entusiasmaban; pero con los calamares aún salivo, y la tortilla era
absolutamente provocadora. El estilo Simeone, la preponderante posición en la
tabla, la pegada del tigre: al final lo de siempre. Momento crucial en la vida
de un hombre en el que opta por el calor y la seguridad del hogar y la
incertidumbre y los peligros de la noche: eligiendo sin titubeos ni remordimientos
interiores. Dije, digo y Diego. Pues eso. La cervecería perfecta. Un par de
señoritas nos miran, cuchichean entre ellas, se ríen: ya saben cómo son las
mujeres, y la alta dignidad que asumen para enseñar las bragas. Aunque sólo sea
la puntita. Y lo hagan con la indiscutible decencia de una dama. Pero supongo
que también saben cómo son los hombres: efecto parchís, una insignificante
mirada femenina bien puede interpretarse por una declaración de amor eterno,
póngame otra copa. Pruebo un ron nuevo como recomendación para empezar la
noche: no tenía fuerza, ni afortunadamente mucha pegada, pero sí la dulzura de
la miel y un exquisito contraste con sus primos hermanos. Siguiente parada, un
pub donde se asegura que no sirven garrafón. Se dice, se cuenta, se comenta: ya
saben. Hay distintas graduaciones de veneno, pero no hay que tomarse la
molestia de volver a bautizarlo. Antaño comentar qué tema estaba sonando por
los altavoces era motivo de no pocas disputas. Hoy sacas el móvil con la
aplicación que se ha bajado hasta el último mono y se acaba la discusión.
Pregunto, ¿es lo que hemos ganado, o lo que hemos perdido? ¿Cómo se puede
mantener una conversación en términos civilizados sin apartar los ojos y los
dedos de un aparato nada minúsculo? ¿Y si una mujer, o un hombre, les están
ansiosamente ofreciendo (o sugiriendo pero no mostrando) sexo con la mirada,
pues de todo hay en la viña, y todas sus neuronas, su afamado ingenio, y no
digamos ya sus sentidos, se concentran en resultar agradable a alguien que no
se encuentra presente en cuerpo, y sólo presumen que lo está en espíritu? Qué
penita, por Dios. Pasamos por un pub bastante pijo y bastante transitado en la
noche leonesa. Allí se encuentran las juventudes populares: caras de niño de
papa, por supuesto con el dinero de papa, y esa mirada altiva, arrogante y
soberbia que da prolija información sobre su naturaleza y de lo poquito que de
cuanto les rodea se enteran. Estos sí que me dan pena. Pero la noche avanza,
dejando atrás gestos, personajes y no pocos tugurios. Entramos en un pub de
nombre casi patriótico, y concurrencia más que castiza. Repertorio: Fari,
Manolo Escobar, Los centellas. Y lo peor es que a esas horas no podría asegurar
si salude al mismísimo Torrente. Aunque terminamos la noche, nuestro periplo, y
lo que había en nuestro bolsillos en un Punto. ¿La ingestión paulatina de
sustancias nocivas vuelve inocuos sus efectos? Encontré la respuesta a la
mañana siguiente.
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