Whisky
¿Es legítimo afirmar que Javier Bardem es hoy el actor más
cualificado de nuestros excelsos intérpretes? Tan legítimo, al menos, como calificar
de intelectual a Miguel Bosé, o asegurar que Mario Casas hace uso de una dulce
y suave vocecilla cuando se expresa en las profundas películas que protagoniza.
Que lance la primera piedra quien no viese al menos por unos instantes a MB con
pijama y pajarita en el especial de Nochebuena, entiendo que en pago por los
ponderados y juiciosos comentarios realizados sobre el actual gobierno. Que
tire otra aquel que haya visto a MC actuar una sola vez sin dar un grito,
haciendo una velada apología de la lizipaina. Y, ahora, que alguien defienda
con argumentos la última interpretación de JB en Skyfall. Yo, al menos, voy a
intentarlo. ¿Qué hace tragicómico dicho film? ¿La muerte de M en la película por
serios problemas de salud en la realidad? ¿Que por fin hieran al héroe, y
muestren su cara más humana, y por tanto frágil y vulnerable? ¿Que la filosofía
que subyace en la trama sea que hay algo realmente enorme en el hombre, como
ser humano, cuando aun siendo muy adversas las circunstancias a que se enfrenta
tiene la capacidad y el coraje de mirar a los ojos a su destino, de sacar
fuerzas de flaqueza, de encontrar en su interior la solución, la luz o incluso
la fortuna que le haga salir victorioso del implacable lance en que se halla? No.
Lo tragicómico es el villano. Tan ridículo que devalúa al gran agente. Obsceno amaneramiento
afeminado, lo llaman. Hay que remontarse a la inefable saga Torrente, y
encontrar a un malvado José Luis Moreno con su monito Luis Alberto, para hallar
algo más patético. Lo curioso de la comparación, claro, es que, por exigencias
del guión, en la película de Santiago Segura el malo malísimo estaba obligado a
ser un chiste; pero en la de Sam Mendes, así lo entiendo, el vil bellaco, además
de serlo, debía parecerlo. ¿Interpretación magistral? No son pocos, dentro y
fuera de nuestras fronteras, los que han llegado a esta conclusión. Lo que da
respuesta diáfana del actual estado del celuloide. Del peso que tiene un apellido
y un posicionamiento ideológico determinado, y que el Papa me perdone, en la
ciudad y en el mundo, para abrirse paso con donosura en este valle de lágrimas.
Y, vaya, hasta de lo influenciada que está en la vida la opinión por la opinión.
O tempora, o mores.
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