No pone un café cualquiera
Una cara nueva. Llega seria: por carácter, por timidez o
porque la vida no le sonríe del modo que quisiera sólo ella lo sabe. El uniforme
le queda estupendamente. Consta de unos pantalones negros ajustados y una
camiseta blanca. Su piel es aún más blanca que la prenda que lleva. Su rostro
es ovalado. De rasgos simétricos y bien proporcionados, llaman la atención unos
ojillos no demasiado grandes, de expresión tranquila, que denotan cierta
inteligencia, un carácter pausado, reflexivo y poco dado a los impulsos
femeninos. Su pelo es rizado, de ese rizado suave y anhelante de curiosos dedos masculinos. Las
manos son pequeñas, quiero pensar, porque tengo una naturaleza muy retorcida,
que además son juguetonas, y que su tamaño no las impedirá explorar, no sé si
experimentadamente, términos inenarrables aunque ciertamente imaginables. No
mira a los clientes a la cara. Puede que el hábito haya hecho mella en su
sociabilidad, o puede que lo último que desee es establecer cualquier tipo de
proximidad o confianza con el acreedor de un café. Poco tiempo después termina
su turno. La veo alejarse con cierta coquetería, mientras aquilato en su justa
medida, debido sin duda a la primavera, el placer inefable que supondría
estrechar el cerco a esas bravas caderas. Y lo dejo, porque no es plan de
adelantar el verano. Ya saben.
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