Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

16 octubre 2008

No todo en la vida va a ser desafortunado, claro. Este verano, en una de esas noches en que el descanso acaricia el alma en forma de agobiante bochorno, descubrí un programa de radio maravilloso. Un programa serio, culto, exquisito, realmente bueno y que, por supuesto, lo quitaron tras el estío. Pues hay que comprender que, ante todo, los medios tienen que mantener una media cualitativa. Una media bastante mala, por cierto. Lo dirigía Macu de la Cruz. Escuchar su título, ya era una provocación para un alma ávida de nuevos sabores, nuevas posturas, nuevas experiencias: “La vuelta al mundo en 80 libros”. Duraba sólo una hora. Y consistía, básicamente, en la lectura de párrafos escogidos de grandes obras literarias, aderezado con un fondo de música sinfónica, normalmente muy selecta, que provocaba la sensación en el oyente de estar siendo parte activa de la propia novela. La voz de los narradores era mágica, profunda, apasionante. Estoy convencido de que si todo el mundo hablase así, con signos de puntuación, no habría problemas en el mundo.

En cualquier caso, menos mal que tenemos Internet, no me digan. Precisamente me he encontrado en la página del programa, ¡dónde si no!, todas sus emisiones íntegras, dispuestas, casi frescas. Si les place y tienen tiempo, echen un vistazo. Les dejo el prólogo:



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Acaba de llegar mi hermano de realizar el examen de conducir. Criaturilla. Llevaba toda la semana imprimiendo a sus saludos, sobre todo de mañana, cierta hosquedad, como de viejo gruñón que a pesar de haberse mantenido fiel y enamorado durante toda su vida, no ha sabido demostrar su amor a su mujer de otro modo que tratando de herirla, aprovechando, tal vez, esa aparente vulnerabilidad y fragilidad que hace a la mujer un ser digno de protección, un ser verdaderamente hermoso. Pero en el caso de mi hermano, quiero pensar, no se trata de amor. Es joven. Y guapo. Y efímero, como el peinado que con tanto esmero construye frente al espejo todos los días. En el caso de mi hermano, digámoslo así, y en esta ocasión, son nervios. Mis padres, insistieron en que fuese tranquilo, ¡como si el sosiego lo fuese todo en la vida! Un servidor, en cambio, hizo hincapié en que no se preocupase por hacer el examen bien, perfecto. Es decir, que pusiese interés en no hacerlo mal. No fastidiarla, vamos. Creo que este punto de vista, incluso en otras circunstancias de la vida, descarga en cierto modo ese peso enorme e invisible que muchos de nosotros arrastramos a diario. Pero la juventud nunca ha sobresalido por dar buen uso a sus oídos. Con lo que puedo llegar a la conclusión, siempre se llega a alguna, de que no me hizo ni puñetero caso: aparcó en un vado. Al menos, eso sí, tuvo el detalle de quitarse los cinco o seis pendientes que adornan su rostro rebelde e inconformista. Qué angelito.