Se dice en los mentideros de España que al Real Madrid lo entrena cualquiera. Y yo estoy muy de acuerdo. Sólo faltaría. Por eso, precisamente, lo entrenó Vicente del Bosque. Sin duda alguna, el ser humano tiene muchas ocasiones a lo largo de su vida para demostrar su valía como persona, como profesional. Sin embargo, siempre hay quien vive en continua demostración, salvo para consigo mismo. Ya no recuerdo quién dijo aquello de que a las grandes personas se las reconoce en sus peores momentos. Desde luego, cuando la vida sonríe, ser feliz no tiene mérito. Pero he aquí al seleccionador nacional. Ha llegado de figura. Y a ver si va a ser normal. Con el equipo blanco lo ganó prácticamente todo. Era el equipo de los galácticos, no sé si recuerdan. Un entrenador de la casa, tranquilo, buena persona, prudente, con cierto aire paternal tomaba las riendas del equipo en un mal momento. Criticado en un principio. Vitoreado ulteriormente. Y claudicado en el postre. Esa persona de apellido modesto, acabó siendo un auténtico soberbio: reivindicando el mérito de haber hecho campeón a un equipo en cuyo plantel se encontraban figuras como Figo, Zidane, Ronaldo o Beckam. Aunque en honor a la verdad, el mérito a su capacidad se lo reconocieron en Turquía. Su actuación como entrenador fue una verbena. A España sólo llegaron ecos, un tanto distorsionados, del asunto, entiendo que por respeto a lo que había conseguido al frente del Real Madrid. Pero en fin, los hechos dan o quitan razones. Incluso al diario As. Fue a Turquía con su recetario, bajo el brazo, y le dijeron que el pueblo no le quería. Y lo debió de entender, porque lo tenemos con nosotros. Se alegó por parte de la prensa que “no pudo implantar su estilo”. También es muy normal, porque es inexistente. Nunca lo ha tenido. Ahora, en un alarde de sentido común, dice ese entrenador grande, grande porque con cada halago crece una par de centímetros, que "si le pasase lo que a Luis con Raúl, oiría al pueblo". Entre nosotros: debe de tener la profunda convicción de que el pueblo a él, sí le quiere.
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Fantástico leer a Alvite, no me digan. Lo fascinante en una columna no es hacer de lo abstruso algo incomprensible, sino conseguir simplificarlo. Y para eso no basta sólo con el talento o la inteligencia, que se dan por supuestas. Además, hay que querer. “El que con el alma escribe al alma llega”, no creo que don José Luis haya hecho otra cosa en su vida.
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Ahhh, el heredero de Quevedo, qué fino, qué elegante.
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