Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

Correspondencia: fjsgad@gmail.com
Mi foto
Nombre:
Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

23 octubre 2008

Vivimos para vivir, suponemos. En la niñez, y durante la adolescencia, anhelamos la libertad adulta para poder hacer lo que nos plazca. Creemos que todo será más fácil. Que tendremos más amplitud de movimiento. Que, sobre todo, no habrá ningún impedimento para conseguir nuestras metas. Que nuestros deseos, por tanto, y como en los cuentos, se harán realidad. Que no tendremos, ay, preocupaciones. Que nadie, desde luego, nos dirá lo que tenemos que hacer. Que viviremos, en fin, nuestra vida; que debe ser lo más grande, felicidad absoluta. Por eso, vivimos cargados de irisadas ensoñaciones, melifluas como cánticos de sirena. Debido, parece obvio, a ese aura protectora, ese cobijo apacible, ese socaire inexpugnable que conforma el entorno familiar que tantas veces desdeñamos mientras en él vivimos. Pero identificarnos con esas circunstancias, sólo significa que vivimos sin vivir; más, que aún no sabemos qué es la vida. Entonces avizoramos, no deliberadamente, que el tiempo pasa. Y que lo hace, además, para todos igual; y para nadie del mismo modo. Oxímoron vital con el que nunca se aprende a convivir. Y no sólo eso, a pesar de todo, y de todos, se llega al convencimiento de que se crece. Inevitablemente. Aunque, muchas veces, nosotros mismos seamos los últimos en enterarnos. Es duro, sin duda, saber que ese encantamiento pueril se marchita; y ver que aquello en lo que creíamos no es así: vivíamos en un mundo irreal, de sombras, como en el mito de Aristoclo. Pero es entonces cuando vemos la vida. Y llegamos a la conclusión, siempre dolorosa, de que no ha sido ella la que ha cambiado, sino nuestra forma de percibirla.