Disfruten, examinen y, si gustan, paladeen esta excelsa Tribuna de Mario Vargas Llosa, apodado el grande. Qué placer extraordinario, qué delicia literaria, con qué delectación leo quincenalmente sus artículos en el Diario Global en Español.
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Dieta y vida mediterránea. Creo que fue don Constantino Romero, ese hombre a una voz pegada, quien en una ocasión se atrevió a decir que su cena preferida, y yo lo comparto, son unos huevos fritos con patatas fritas. Él si que sabe. Aunque también, claro, hay quien a esta cena ligera la adereza con bacón, salchichas o unos chichos, como algunos llaman al picadillo por esta tierra. Gente, evidentemente, alérgica a la frugalidad en la mesa. Y todo el mundo sabe, hoy día la gente se informa, que eso es una cosa muy fea en ese sitio en particular.
Desde ese momento casi histórico, pues desde entonces la gente famosa no ha hecho más que revelar obscenidades, no había vuelto a ver, escuchar o leer nada semejante. Y todos los comentarios relativos a estas cosas del comer, que no se diferencian en gran cosa de las del querer: el sexo reacciona en nuestro organismo de un modo no muy distinto a como lo hace después de un atracón de chocolate, el corazón de un hombre se conquista por el estómago, donde no hay harina todo es mohína…seguían una pauta muy al estilo del corpore sano latino, tan en desuso cuando más que hambre en esta vida lo que hay es vicio. Y ha tenido que llegar doña Carmen Rigalt, mujer de costumbres ciertamente elegantes, para decirnos que a ella, lo que de verdad le gusta, es zamparse un par de huevos por las noches. Poniendo al buen comensal español en el sitio que de verdad ocupa. Aunque luego, en las encuestas, la gente diga que lo que sí que la pone son un par de hojitas de lechuga. Hombre, hombre.
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“Allí donde hay sensibilidad es más fuerte el martirio”. Leonardo di Ser Piero da Vinci
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Pasear a medianoche por las solitarias calles del pueblo. Respirar lo más cercano a aire puro que se puede respirar en los tiempos que corren. Hablar con los vecinos de cosas tan triviales como el tiempo, las fiestas que ya acechan o el mercadillo de los lunes en el pueblo de al lado. Observar con el agradecimiento e ingenuidad de un muchacho aún no pervertido por las hijas de Eva las nuevas luces que luce el campanario. Y no digamos el porte casi aristocrático de la torre de la iglesia, faro de almas en penumbra. Percibir las voces apagadas de una algarabía que, en las fechas en que nos encontramos, ya empieza a levantar un agradable dolor de cabeza. Dejar disfrutar la pituitaria con el aroma a pan recién horneado con que envuelven al pueblo la actividad de sus dos panaderías. Irse a la cama con la certeza de que estas altas temperaturas veraniegas no impedirán un descanso negado a gran parte de la población española, que no gozará de los placeres mayestáticos que ofrece al cuerpo el clima de la ribera leonesa.
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Estaré en el pueblo hasta el viernes por la noche. Gracias por leerme. Tengan una buena semana.
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