Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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Lugar: León, Spain

En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

14 julio 2009

En el bachillerato, a los efectos época quizá demasiado tardía, descubrí lo que eran las tías buenas. Hasta la fecha a mí, simplemente, me gustaban las mujeres: rubias, por su blanquita piel; morenas, por su natural pelo frondoso; pelirrojas, por la escasez de dicha materia prima…pero desconocía de facto un concepto tan etéreo, y tan comúnmente manoseado por el buen español de a pie, como el de tía buena, maciza, tus partes me hipnotizan. Todo el mundo sabe que todo en la vida llega. Y a mí me llegó tal experiencia con el cambio de instituto, que trae a muchos hombres la misma frescura que, a las mujeres, trae un cambio de braguitas. Dos eran las partes en cuestión. Hermanas, para más señas. Y además rubias. Su fama, y currículum vitae masculino, eran largamente conocidos en el instituto, en el colegio, incluso en el barrio. Los vecinos las miraban con relativa sospecha. Y las muchas señoras meapilas que pueblan esta zona de León desde la que les escribo, las observaban con recelo casi parroquial. Se veía en ellas esa añorada soltura que antaño se atribuía a las muchachas francesas, de natural tan promiscuas. Y tenían ese garbo y donosura que, salvando las distancias, mostraban las suecas en las películas españolas protagonizadas por don Manolo Escobar, me dicen que aún en busca de su carro. Puedo contarles, además con toda tranquilidad, que me sentaba en clase delante de ellas. Pero qué suerte, oigan. Por aquel entonces, curiosamente, yo era un muchacho tímido, pudibundo, como espeso. Y con las hormonas, como es natural, en pleno festival de verano. Fue en vano mi búsqueda de conversación con ellas. Y más inútil aún supuse que sería buscar otro tipo de trato, ustedes me entienden. Pero he de decir, no sin orgullo, que recogía el bolígrafo a ambas cuando se las caía al suelo. Y que cada vez que me daba la vuelta para preguntarlas alguna estupidez, una sonrisa igual de estúpida a mi pregunta se dibujaba irremediablemente en mi cara. Debían de pensar, y no tengo ningún motivo para creer que hayan cambiado de opinión, que no era un chico de mucha conversación. Que me podían quedar mejor los vaqueros. Y que, con esfuerzo, podría dejar de resultar tan aburrido, tan plasta, en ocasiones tan poco delicado en mi trato con las féminas. Pero pasa la vida, que decía aquel programa de la tele presentado por la madre de Terelu. Y ayer volví a verlas. Con el mismo desparpajo, ¡y misma talla de pantalones!, que gastaban cuando apenas eran unas adolescentes. Con ese aspecto de conocer mucho mundo que adoptan las mujeres cuando lo único que han conocido han sido muchos hombres. Y ninguno bueno.


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Debe ser verdaderamente duro para un hombre que uno de los lugares por él más querido, y donde encuentra más paz, dicha y reposo su cuerpo y espíritu, sea, de repente, mancillado, perturbado, allanado. Yo he tenido experiencias similares, no quiero engañarles, y he de decir, a mi entender, que las he superado con mayor nota, pericia y menor riesgo que el mostrado por los agentes de Policía en su casi cinematográfica actuación.