Hubo un tiempo no muy lejano en que oí hablar de gente que escribía en Internet. Gente muy curiosa, sin duda. Y he de decir que ya en sus orígenes el asunto me pareció verdaderamente fascinante, atrayente, digno de admiración. Por alguna extraordinaria razón, y aun antes de que me atacase mi actual fiebre lectora, fiebre que no siempre me ha acompañado, pensaba que a mí también me gustaría un día escribir aquí. Y, fíjense ustedes, las vueltas que da la vida: aquí estoy. Leyéndome, y teniendo la riquísima posibilidad de que lo haga muchísima gente, conocida y desconocida, amigos y enemigos, personas de una altura intelectual sin parangón y también, claro, algún que otro ganso, porque de todo debe haber, y además es cosa muy buena, en la ubérrima viña del señor.
Hoy hace tres años este modesto espacio de la red en que un servidor cuelga sus ocurrencias más o menos acertadas, sus anécdotas vitales, reales o ficticias, e incluso, o sobre todo eso, sus variadas perversiones. El blog nació un poco a modo de buffet libre. Aquí, enseguida lo vi venir, tendría cabida de todo. Y no sería uno de esos espacios especializados en una temática determinada que tanto frecuento, pero que no van para nada conmigo, con mi ser, siempre tan necesitado de múltiples y diversas fuentes para saciar su sed. Supongo, en parte, que por saber, como decía Francisco Umbral, que ahora todo es temático, y que eso es una pedantería de los analfabetos, que, como saben, es la peor de las pedanterías. Y también, y también supongo, por quedarme entusiasmado con aquella bella distinción entre zorros y erizos, identificándome más con los primeros, a que aludía Isaiah Berlín.
En cualquier caso, queridísimos lectores, tanto si se asoman por vez primera a esta Jam Session, como si ya es inveterado este espacio en sus favoritos, sean ustedes bienvenidos. Y tengan paciencia, y un pellizquito de bondad, para no juzgar como pendejadas o notables melonadas lo que a primera vista les haya parecido leer. En las palabras, en las frases, así como en las personas, no hay que detenerse nunca en su superficie, en su apariencia, en esas primeras, y tan a menudo equivocadas, primeras impresiones. Rasquen, hurguen, realicen un beneficioso y saludable ejercicio de arqueología. Después, si gustan, pueden mandarme con toda tranquilidad al carajo.
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Gabriel Albiac, en su excelente artículo de hoy, trayéndonos voces de un pasado quizá no del todo olvidado: “Al ario y el judío, los opongo mutuamente. Y, si doy nombre a uno de hombre, estoy obligado a buscar un nombre diferente para el otro. Porque están tan separados entre sí, cuanto lo están las especies animales de la especie humana. Y no es que yo esté llamando animal al judío. Está el judío más lejos del animal que nosotros, los arios. Es un ser ajeno al orden natural; es un ser contra natura” (Adolfo dixit). Pasan los años, y sigue sorprendiendo que después de haber corrido auténticos ríos de tinta tratando de dar una explicación lógica, coherente y verosímil al inhumano fenómeno nazi, aún no se sepa decir cómo pudo calar en una sociedad con una cultura y refinamiento intelectual verdaderamente exquisito, el pensamiento que dio lugar a semejante barbarie.
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Ayer, en el ocaso del paseo, los vi. Dos, eran. A la orilla del río, que es lugar donde se guarda la frescura en conserva. Había un par de jovencitas sinvergonzonas, descaradas, y a pesar de todo alegres como las muchachas de los cuentos que nunca me contaron, con sus perritos, y sus correspondientes tanguitas. Muy coloridos ambos. Me miraron. Y tuvo lugar el natural cuchicheo y naturales risillas con que debajo del brazo vienen, o venían antaño, todas las mujeres. Ambas, al unísono, y creo que sin previo ensayo, se dieron la vuelta. Pusiéronse ambos culos en pompa. Un tanga azul verano, como los polos de los chicos de Chanquete, y otro rojo agranatado, como la apasionada lencería de venta en los zocos de postín. Un encanto de chicas, que mucho se tienen que torcer para que algún día las llamen señoritas. Las devolví la sonrisa. Y miré, sin mucho entusiasmo, porque además de humano soy hombre, pero sépase que a mí siempre me han tirado más unas buenas braguitas.
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