Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

24 julio 2009


Santiago. Este fin de semana Galicia, esa maravillosa tierra llena de mujeres hermosas, doy fe, por si vale de algo, se viste de largo, de gala, de fiesta. Tal vez como debiera vestirse el resto de España. En honor a lo que un día fue su patrón, aunque hoy pocos sepan con precisión el lugar que ocupa el santo. Si algo llama la atención de Galicia, además de esas mujeres a las que antes aludía, cuyo semblante melancólico, dulzón y pizpireto a mí, sencillamente, me subyuga, es el extraordinario género que muestran alguno de sus escaparates. Y así, cuando se pasea, pongamos por caso, por las calles de Santiago de Compostela, en vez de admirar peleterías de postín, ricas joyerías o, no sé, un escaparate con esos suntuosos deportivos que conduce Daniel Craig en las películas, uno no puede dejar de pensar que da gusto ver que así como otros países exhiben al público sus putas, en esa parte de España, lo que se muestra es su mejor marisco. Esos bichitos cuya hermosura contemplada compite ferozmente con su inigualable sabor, cura de tantos males que aquejan a esta pobre sociedad. Deambular por las calles de Santiago, y no digamos en estas fechas, supone participar en un festival de gentes de las más diversas partes del mundo, que vienen a rendir tributo al santo, a una tierra, a una tradición que se remonta a la época en que aquel pueblo gobernado más que aconsejado por druidas, los bélicos celtas, hacían su particular y devoto periplo al cabo que ponía nombre al fin de la tierra. Era, claro, una época en que se oía y hacía caso a las estrellas. Noches despejadas cuya sola lectura desde esta tierra plebeya ya sobrecogía a los corazones más gallardos e impetuosos. ¡Ultreya!, nos recuerda Fernando Sánchez Dragó en su Historia mágica del camino de Santiago, que exclamaban los peregrinos cuando se acercaban a esta prometedora tierra a ganarse el jubileo, aunque poco después sus divagaciones se pierdan en favor de Prisciliano. Ah, Santiago, tierra de meigas, de santa compaña, de milenaria sabiduría. Es la creencia de las personas, los designios santos o profanos que mueven sus actos, lo que en el futuro narra la historia de un pueblo. Y da un gusto tremendo, sana envidia admirativa, que, aunque sólo sea por este fin de semana, la Costa da Morte vuelva como nunca, o como siempre, a la vida.