Hoy, hace cinco años, entre las cuatro y media y las cinco de la tarde, nació mi sobrino. Y si han echado sus cuentas, habrán averiguado que es Virgo. Es decir, un chico pulcro, ordenado y muy crítico consigo mismo y con quien y con lo que le rodea. Estas cosas, como todo el mundo sabe, no son del papa, ni de la mama ni del abuelito. Estas cosas, casi exclusivamente, pertenecen al ámbito zodiacal. Arúspice de nuestra semana, nuestro mes e incluso nuestro año. Yo, for example, hace tiempo que no salgo de casa sin leer a priori si voy a conocer a la mujer de mi vida, si los astros me dan su permiso para que haga bien mi trabajo o incluso si es buena semana para perder los calzoncillos, Dios lo oiga, en la cama de alguna desconocida. Pero, mientras tanto, hay que seguir viviendo.
Acabo de llegar de probar la tarta del aniversario del nacimiento de la criatura. Era de chocolate y nata helada. Cuando llegué a casa de mi hermana, el chaval ya se disponía, cual lobo feroz, a apagar las cinco velitas. Y ya tenía en la boca, y en los dedos, y en su antes inmaculado polito lo que me parecieron vestigios de dicho postre. Muy elemental, por otra parte. Sus padres le regalaron una de esas espadas luminosas de la Guerra de las Galaxias que, además de hacer ruiditos, lucía como en mis tiempos sólo lo hacían los Gusiluces. Y mi hermano, otra criaturilla, le regaló un Hulk de juguete, grande y feo como el de los comics.
No tardé mucho en levantarme y despedirme. La vida de un opositor tiene en sus placeres múltiples limitaciones temporales. El que peor llevo, y quizá nunca me acostumbre, es el de privarme de las veladas, las sobremesas y las charletas de los cafeses que tanto abundan en mi familia. Un lujo plácido y reposado extraordinariamente benéfico para el espíritu.
Cuando ya estaba llegando a mi casa, observé a lo lejos, como quien avista un billete, una mujer con unas caderas formidables, hechas para la música salsa y el baile de sábanas. Viéndola pensé que era una pena que hoy los hombres ya no digan, porque ya no se atreven, o porque ya no saben, piropos a las mujeres. La sociedad se ha empeñado en quitarle a la vida colorido. Y hemos terminado viviendo en un mundo descafeinado. Muy previsto y muy probable. Pero siempre hay excepciones, claro, que no hacen más que confirmar lo sosos que hoy día somos los hombres. Pasaba un coche a cierta velocidad. Y su conductor vio a la mujer como yo la vi. Aminoró la marcha, bajó la ventanilla, le dio un uso prolongado a su claxon y dijo tres olés como tres soles, haciendo la señorita una reverencia cual torero al tendido. Me hizo mucha gracia. No siempre está todo perdido.
Acabo de llegar de probar la tarta del aniversario del nacimiento de la criatura. Era de chocolate y nata helada. Cuando llegué a casa de mi hermana, el chaval ya se disponía, cual lobo feroz, a apagar las cinco velitas. Y ya tenía en la boca, y en los dedos, y en su antes inmaculado polito lo que me parecieron vestigios de dicho postre. Muy elemental, por otra parte. Sus padres le regalaron una de esas espadas luminosas de la Guerra de las Galaxias que, además de hacer ruiditos, lucía como en mis tiempos sólo lo hacían los Gusiluces. Y mi hermano, otra criaturilla, le regaló un Hulk de juguete, grande y feo como el de los comics.
No tardé mucho en levantarme y despedirme. La vida de un opositor tiene en sus placeres múltiples limitaciones temporales. El que peor llevo, y quizá nunca me acostumbre, es el de privarme de las veladas, las sobremesas y las charletas de los cafeses que tanto abundan en mi familia. Un lujo plácido y reposado extraordinariamente benéfico para el espíritu.
Cuando ya estaba llegando a mi casa, observé a lo lejos, como quien avista un billete, una mujer con unas caderas formidables, hechas para la música salsa y el baile de sábanas. Viéndola pensé que era una pena que hoy los hombres ya no digan, porque ya no se atreven, o porque ya no saben, piropos a las mujeres. La sociedad se ha empeñado en quitarle a la vida colorido. Y hemos terminado viviendo en un mundo descafeinado. Muy previsto y muy probable. Pero siempre hay excepciones, claro, que no hacen más que confirmar lo sosos que hoy día somos los hombres. Pasaba un coche a cierta velocidad. Y su conductor vio a la mujer como yo la vi. Aminoró la marcha, bajó la ventanilla, le dio un uso prolongado a su claxon y dijo tres olés como tres soles, haciendo la señorita una reverencia cual torero al tendido. Me hizo mucha gracia. No siempre está todo perdido.
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En Estados Unidos tienen un modo muy peculiar de explicar a sus pequeños la crisis que nos asola. País, como saben, en el que sus estafadores besan muy bien. Casi profesionalmente. Y en el que, a pesar de su puritanismo, y la inexplicable reticencia de sus mujeres a bajarse las bragas antes del matrimonio, no se sabe o no se quiere dar a conocer que proliferen raros síndromes que, en cambio, si se dan entre nosotros. País, el nuestro, ciertamente fogoso, más por lo que nos corresponde como latinos, que por lo que nos toque por lo que nos pega el sol.
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En territorio Linx, siempre fresco, interesante y novedoso, echen un vistazo a este vídeo: la vida, esa adición de pequeños retazos.
2 Comments:
El video de Will Hoffman...es uno de los mejores que has linkeado...me encanta...Gracias
Gracias a ti por el comentario, Juli!
Un abrazo.
Buenas noches.
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