No sé si a ustedes les pasa lo mismo. Quién sabe. Pero a mí me causa una gran sorpresa, una de esas fuertes, fuertes que se lo juro, cada vez que ficción y realidad tienden a mezclarse. Dándome una sensación muy similar a la que me causaría, probablemente, que un personaje de la televisión saliese de repente de su interior: con lo pequeños que hacen hoy día esos aparatos. Y pillándome ahí todo cómodo en el sofá de casa, con mi batín, mis zapatillas de paisano y esos pelos tan indisciplinados que se le ponen a uno por las mañanas.
Pues algo parecido he experimentado hace un rato viendo el programa Cara a cara, de mi querido Antonio San José. Esperaba encontrarme una de sus espléndidas entrevistas a algún escritor, político, actor o cantante. Pero en su lugar, me he encontrado a este hombre. Que además de lo que parece, es sacerdote. Su nombre es José Antonio Fortea. Y ha escrito un libro, que no pienso comprar, titulado Memorias de un exorcista.
Al leer un titulo semejante, uno puede llegar a la conclusión de que el artífice del libro está, como ustedes comprenderán, como una puñetera cabra. Pero luego uno lo ve, lo escucha, y se dice: “bueno, es, o mucho lo parece, un hombre ciertamente estudiado”. Y además se observa en él ese rostro de cansancio que sólo aparece después de muchos años de esfuerzo intelectual; esa ineluctable fatiga psíquica tan común en el semblante de personas verdaderamente eruditas; y entonces se opta, naturalmente, por esperar a ver qué es lo que habla.
Este siervo de Dios, dice en su libro que ha hecho muchos exorcismos; y todos ellos, además, muy curiosos. Por ejemplo, reconoce haberle practicado uno a una chica de unos once años, sin conocimiento previo de lenguas clásicas; y, en el transcurso del mismo, asegura haber formulado una pregunta compleja en latín, y, ¡contra todo pronostico!, haber respondido la criaturilla, supongo que habiéndosele quedado al buen hombre cara de pan (aunque a todo se acostumbra uno con los años), en un perfecto latín.
Y no paró aquí. Provocando, ya saben de mi naturaleza, que escuchase el resto de la entrevista con los ojos casi tapados.
Dijo que había tenido casos de personas que hablaban una lengua desconocida. Al menos para él. Gente que no hablaba con su voz natural, sino con la del espíritu que los había poseído Y que había habido otros, pues hay de todo en este mundo, que incluso habían osado escupirle. A él. Un hombre... tan serio. Aunque, eso sí, negó tajantemente, también contra todo pronóstico, haber visto un caso como el de la película en que la criatura fuese capaz de hacer el movimiento de rotación con su cabeza.
Pero qué mundo éste, Señor. Qué mundo.
Pues algo parecido he experimentado hace un rato viendo el programa Cara a cara, de mi querido Antonio San José. Esperaba encontrarme una de sus espléndidas entrevistas a algún escritor, político, actor o cantante. Pero en su lugar, me he encontrado a este hombre. Que además de lo que parece, es sacerdote. Su nombre es José Antonio Fortea. Y ha escrito un libro, que no pienso comprar, titulado Memorias de un exorcista.
Al leer un titulo semejante, uno puede llegar a la conclusión de que el artífice del libro está, como ustedes comprenderán, como una puñetera cabra. Pero luego uno lo ve, lo escucha, y se dice: “bueno, es, o mucho lo parece, un hombre ciertamente estudiado”. Y además se observa en él ese rostro de cansancio que sólo aparece después de muchos años de esfuerzo intelectual; esa ineluctable fatiga psíquica tan común en el semblante de personas verdaderamente eruditas; y entonces se opta, naturalmente, por esperar a ver qué es lo que habla.
Este siervo de Dios, dice en su libro que ha hecho muchos exorcismos; y todos ellos, además, muy curiosos. Por ejemplo, reconoce haberle practicado uno a una chica de unos once años, sin conocimiento previo de lenguas clásicas; y, en el transcurso del mismo, asegura haber formulado una pregunta compleja en latín, y, ¡contra todo pronostico!, haber respondido la criaturilla, supongo que habiéndosele quedado al buen hombre cara de pan (aunque a todo se acostumbra uno con los años), en un perfecto latín.
Y no paró aquí. Provocando, ya saben de mi naturaleza, que escuchase el resto de la entrevista con los ojos casi tapados.
Dijo que había tenido casos de personas que hablaban una lengua desconocida. Al menos para él. Gente que no hablaba con su voz natural, sino con la del espíritu que los había poseído Y que había habido otros, pues hay de todo en este mundo, que incluso habían osado escupirle. A él. Un hombre... tan serio. Aunque, eso sí, negó tajantemente, también contra todo pronóstico, haber visto un caso como el de la película en que la criatura fuese capaz de hacer el movimiento de rotación con su cabeza.
Pero qué mundo éste, Señor. Qué mundo.
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