“Uno de los mayores riesgos a que se enfrenta, especialmente en verano, un viajero aficionado a la buena mesa son los niños asilvestrados. Aunque se ven todavía algunos casos de familias civilizadas y reunidas en torno a una mesa de restaurante, son más frecuentes los niños que, carentes de las más elemental urbanidad, corretean entre las mesas y gritan y saltan y convierten en ruidoso caos lo que, en puridad, debiera ser un acto litúrgico de convivencia”. Martín Ferrand, en su almirez de mediados de Agosto, dando fe de lo que hay que aguantar.
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En el crepúsculo de una de esas maravillosas tardes en el pueblo, ilustrativas todas ellas, por cierto, y sabiendo, supongo que al igual que ustedes, que el abono es cosa buena en la fertilización de la tierra, cuna de futuros gozos alimenticios, tuve ocasión de escuchar, pues estoy dotado, entre otras cosas, de unos oídos finísimos, palabras de una profundidad extraordinaria, asombrosa, ciertamente inefable:
-abuelitaaaaa, ¡aquí huele a mierda!
-te habrás cagao tú, no te digo…
Me retiré desconsolado. Mi sensibilidad había tocado fondo.
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Después de años de muchísima observación minuciosa, y no mucho menos estudio del serio, un día llegué a la seria conclusión de que la única razón por la que las personas van de compras en pareja es, yocreísmo puro, verse mutuamente el trasero en ese momento tan delicado, en que la prenda, sin sonrojo, trata a nuestro cuerpo como a un desconocido. Pues todos sabemos que de un dependiente macho, o hembra, o mixto, uno no se puede fiar. Porque él está ahí para vender, y nosotros, para que nos tienten. Y así uno acude al establecimiento, a parte de con dinero, con un amigo, un familiar, o en su defecto un vecino. Que siempre son encontrados en buena disposición para este tipo de menesteres. Pero la sociedad, que es prodiga en resolver necesidades que previamente ha creado, ha dado con la solución a todos nuestros problemas. O al menos, al que nos acucia, y a mí particularmente, en las líneas que nos ocupan. La marca de vaqueros Jeanswest, debe de odiar que los clientes se pregunten en sus tiendas, a la vista de todos, y sin previo aviso, que a ver si el pantalón va a hacer mal culo al nene, a la nena o al caballero. Y ante la disyuntiva de dar la razón a quien en estos casos siempre la tiene, y ser un alma noble y decir francamente que de donde no hay va a ser asunto complicado que algo pueda sacarse, han optado por la conocida salida Poncio Pilatos, siempre tan socorrida. Instalando en el interior de los probadores unos monitores muy chulos, muy cuadrados, y como muy finos que, si bien no le dicen directamente que con ese culo mejor se ponga una falda, al menos le sugieren que mire por usted mismo, y compruebe, que a partir de ahora ya tiene total libertad para dar al gasto destinado en cojines un uso como más comedido. ¡Hay que fuckyourself!
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Esta es, probablemente, una de las imágenes del día.
Y esta, con toda seguridad, la más acertada cogitación al respecto.
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La evocadora e indeleble magia de Las mil y una noches, a pesar de su incesante manoseo por tipos cultivados y como muy leídos, sigue tocándonos obscenamente la fibra.
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Stefanía Fernández. Uno bien sabe que se encuentra ante un quesito en cuanto lo ve:
“La belleza no es superior a otros conceptos, pero brilla ante los ojos, el más diáfano de nuestros sentidos, con mayor claridad que todas las demás imágenes a causa de su corporeidad”, lo dijo un filosofo griego hace más de 2.000 años, a quien llamaron Platón, por sus anchas espaldas.
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