Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

05 enero 2010

Noche especial

Hoy es Noche de Reyes, de esperados regalos, de señoritas remilgadas aderezadas de lencería fina, suave y transparente. La gente saldrá a la calle ilusionada con la idea de que, a la vuelta, sus deseos escritos en la epístola real se habrán hecho realidad. Porque la gente de bien, aquella de misa, cepillo y vermut diarios, está totalmente convencida de que sus Majestades los Reyes Magos, como nuestro presidente, son muy verdes, muy ecológicos, gente fetén, y, por tanto, muy poco dados a contaminar el ambiente ya de por sí infectado, llegando a la sabia conclusión de que llegará el día en que, en vez de carbón, bajo el árbol, aun siendo malos, nos encontraremos una placa fotovoltaica.

Saldremos felices y contentos como si de un cuento de hadas madrinas nos hubiésemos escapado, sin recordar que, a las doce de la noche, también en la vida, se acaba el influjo del hechizo, el poder de la magia, y ya no podremos aspirar a otra cosa distinta que no sea participar en una farsa mal escrita y peor representada. Se trata de una obra pobre, con los mejores papeles ya repartidos, y cuyos espectadores no son otros que sus propios actores. No se esperan, por tanto, demasiados aplausos; aunque, inevitablemente, la asistencia esté garantizada.

En esta noche especial, en que culminarán las navidades, las muchachas ya no saldrán de casa con sus braguitas coloradas, su entreteto a la vista de presuntuosos aludidos, y el cotillón prestado a modo de prenda, de abrigo, como signo de distinción. Será una noche reposada, tranquila, recogida, incluso íntima, con ese sabor a nostalgia que sólo tienen algunas despedidas.

No será entonces nada raro avizorar entre la multitud, ya en la profundidad del festivo despiporre, a alguno de los Reyes que, horas antes, ante la implorante mirada de ingenuos nenes y nenas, se mostraban hieráticos, majestuosos, como importantes, sentados en su circunstancial poltrona. Siendo una verdadera lástima, sobre todo para ellos, que algunos cuentos duren tan poco.

Cuando yo era un joven polluelo, y en esta noche tan señalada no iba a buscar polluelas, me pasaba horas y horas dando vueltas a la cabeza, sobre la cama, abrazando fuertemente la almohada. Pensaba que no había sido lo suficientemente bueno, que no me había portado bien, en fin, que no era merecedor de los anhelados presentes. Pero luego, al despertar, y descubrir que los Reyes si habían sido buenos conmigo, pronto se me olvidaban los remordimientos y acudían a mí las risas y alborozos. Abría todos los regalos, los miraba fijamente, acudía presto a la habitación de mis padres. Auténticos artífices del sueño hecho realidad, propagadores de algo más que de una tradición, y, sobre todo, esclavos de sus propios deseos, febrilmente necesitados de perpetuar la costumbre para no defenestrar al abismo del olvido la adorable certeza de que algún día también ellos fueron niños.

Años más tarde, cuando los ojos de la criatura vayan tornándose maduros, perspicaces, algo desconfiados, y descubran el embeleco, llegarán a la prematura conclusión de que no han sido víctimas de un cruel, vil y miserable engaño, sino que, simplemente, en esta, para todos, difícil vida, han recibido su primera lección.