Noche, gracieta, y lo que te rondaré, miembro privilegiado, al despertar, qué putada
Finalizaba la noche, nos recogíamos al calor del hogar, se acababan las navidades. De un Pub estaban sacando a la gente como con muy malos modos. Hacía frío. ¡Estamos en Enero! De dicha multitud, pude identificar a tres personajes: dos de ellos con barba y el otro con la cara pintada de negro. Tenían capas. Y tres grandes coronas. Cantaban, se tambaleaban, proferían una serie de sonidos ininteligibles. Tal vez estaban bebidos. La muchedumbre se agolpaba a su alrededor. Les tiraban de la barba, les daban abrazos. Como es natural, yo también me acerqué a ellos:
-¿Sois los Reyes Magos?
-¡Sí, chaval!
-¿Y qué hacéis que no estáis currando?
Contar chistes es un gran remedio contra el tedio, una pésima ayuda para el conocimiento en profundidad del otro sexo y, cuándo se hacen repetitivos, comienzan a ser verdaderamente molestos. Empero:
-¿Sabéis cómo ladra un dálmata de 400 kg?
-Pues la verdad…
-Muuuuuuuu
Dos hembras distintas cada tres días. Hay que joderse (nunca mejor dicho)
Las mujeres de veintiún años son niñas. Las niñas tienen veintiún años. Los que tienen veintiún años son niñas.
Al gran Vicente Verdú le ha dado últimamente por filosofar sobre objetos que encontramos en nuestras casas. Aquéllos que, para el común de los mortales, no son otra cosa que una diana donde lanzamos nuestra más absoluta indiferencia. Y que, por esta misma razón, llevaban mucho tiempo pidiendo su minuto de gloria.
Llegado el turno al socorrido papel higiénico, y llevado por una curiosidad entre pueril y malvada a leer los comentarios de sus fieles, me encuentro con un enlace que lleva al siguiente anuncio:
-¿Sois los Reyes Magos?
-¡Sí, chaval!
-¿Y qué hacéis que no estáis currando?
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Contar chistes es un gran remedio contra el tedio, una pésima ayuda para el conocimiento en profundidad del otro sexo y, cuándo se hacen repetitivos, comienzan a ser verdaderamente molestos. Empero:
-¿Sabéis cómo ladra un dálmata de 400 kg?
-Pues la verdad…
-Muuuuuuuu
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Dos hembras distintas cada tres días. Hay que joderse (nunca mejor dicho)
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Las mujeres de veintiún años son niñas. Las niñas tienen veintiún años. Los que tienen veintiún años son niñas.
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Al gran Vicente Verdú le ha dado últimamente por filosofar sobre objetos que encontramos en nuestras casas. Aquéllos que, para el común de los mortales, no son otra cosa que una diana donde lanzamos nuestra más absoluta indiferencia. Y que, por esta misma razón, llevaban mucho tiempo pidiendo su minuto de gloria.
Llegado el turno al socorrido papel higiénico, y llevado por una curiosidad entre pueril y malvada a leer los comentarios de sus fieles, me encuentro con un enlace que lleva al siguiente anuncio:
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