En el pueblo (V)
Al leer en distintos libros pasajes verdaderamente escabrosos sobre la crueldad humana, uno llega a preguntarse si se está describiendo la excepción o, por el contrario, la auténtica regla. Me ha pasado, sin ánimo de exhaustividad, leyendo a Victor Hugo, en sus Miserables, a Vasili Grossman, en su Vida y destino, a Pérez-Reverte, en su Día de cólera, y, en estos momentos, a Mario Vargas Llosa. La vida de Roger Casement es apasionante. Sus ideales son un ejemplo de coraje y firmeza difícil, por no decir imposible, de encontrar en los tiempos que corren. Pero la realidad que describe el escritor peruano sobre las vejaciones, agresiones, chicotazos y demás sevicias a que era sometida la población congoleña y del amazonas por los comerciantes de caucho (con el beneplácito o mandato directo de las potencias coloniales) pone los pelos de punta. Cómo es posible que el hombre sea capaz de hacer tanto daño a sus semejantes. ¿Necesidad?, ¿circunstancias?, ¿obligaciones incómodas?, ¿enfermedad? Ninguna raza animal sería la mitad de cruel con los suyos de lo que somos nosotros. Parece que gozamos o hayamos deleite en hacer daño al prójimo, que nos regocijamos con el mal ajeno, que tenemos un plus de legitimidad si alcanzamos una meta en la sociedad a costa de otros. Corren tiempos difíciles, sin duda. Y la moral, la ética, la deontología cívica, nunca han estado precisamente de moda. De ahí que me pregunte, y tiemble sólo de pensarlo, hasta dónde seríamos capaces de llegar para conseguir nuestros fines, cuál sería el límite infranqueable (si es que lo hay). Y creo que es de rigor rezar para que nunca hallemos la respuesta.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home