La coyuntura
¿Qué tienen en común la victoria
de Mariano Rajoy y la de François Hollande? En España, en su día, se vendió que
Zapatero perdió las elecciones por su pésima gestión al frente del ejecutivo. El
líder socialista, se venía a decir, y a pesar de sus simpáticas confidencias de
alcoba, no estaba preparado para dirigir un país como España. Por razones
obvias, hay que decir que esto era absolutamente cierto. Pero con una salvedad:
no era, y no lo es nunca, la única razón. En Francia, en cambio, se ha
subrayado como principal factor en la victoria socialista, el miedo de los
franceses a las políticas de rigor, ajuste y austeridad que la señorita Rottenmeier
sugiere (es un decir) desde Berlín a toda Europa. O, a sensu contrario: los
franceses han escuchado los cantos de sirena que prometen un mantenimiento de
su estado del bienestar pese a quien pese. ¿Qué se desprende de todo lo anterior?
En primer lugar, que el electorado francés no difiere en cuanto a madurez democrática
respecto del electorado español; en segundo lugar, dado el cariz de las
promesas, y a pesar de los lúcidos artículos de nuestros actuales afrancesados,
que tampoco existe una diferencia cualitativa notable respecto a los candidatos
o aspirantes a las respectivas presidencias; en tercer lugar, que las grandes
naciones no siempre producen grandes hombres; y en cuarto y último lugar, por
no hacer demasiado pesada la retahíla de obviedades, que al mejor gobernante
posible de la mejor de las naciones se lo merendarán las circunstancias si,
evidentemente, éstas son adversas. Quizá no tardemos en hablar de Obama en un
sentido parecido. Y, seguramente, no se tratará tanto del incumplimiento de unas
expectativas sobredimensionadas, como de una insoslayable imposibilidad de pasar
de su teoría a la práctica. Espero, pues, que los creadores de opinión nacionales
e internacionales se dejen de defensas de valores grandilocuentes, de solucionar
supuestas faltas de liderazgo intelectual u otras pamplinas semejantes. A la
gente lo que le preocupa en Madrid, París, Roma o Nueva York, es la buchaca y
el puchero. Y hoy todos somos mejores y más buenos, y todos tenemos la lección
bien aprendida, y ninguno nos dejamos embaucar por fuegos de artificio: pero
los totalitarismos, en sus orígenes, fueron los primeros que supieron entenderlo. Países
en ruina o al borde de la misma, un estado general de depresión ciudadana, la
necesidad de ver luz al final de un túnel que todo el mundo contempla
absolutamente a oscuras… Excelente abono para lo indeseable y los indeseables,
para los que dicen lo que la gente quiere escuchar, para quienes hacen de su
deshonesta capa un sayo quintaesenciado. Los políticos cabales no pueden dejar
tomar la iniciativa a quienes presentan lo despreciable disfrazado de
ventajoso. La gente quiere soluciones. Y está en manos de nuestros representantes públicos
que éstas no lleguen a cualquier precio. ¿Es tan difícil entenderlo?
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