Toma la palabra Dickens
“He hablado ya de mi
perseverancia en ese período de mi vida, y de la paciente y continua energía
que empezó entonces a madurar en mí, y que constituye sin duda la parte más
fuerte de mi carácter (si es que hay alguna fuerza en él). Añadiré solamente
que, cuando vuelvo la vista atrás, descubro en esas cualidades la fuente de mis
éxitos. He sido muy afortunado en los asuntos materiales; muchos hombres han
trabajado más duramente que yo sin conseguir ni la mitad de mis logros; pero yo
habría sido incapaz de realizar lo que he realizado sin los hábitos de
puntualidad, orden y diligencia, sin la determinación de concentrar en cada
momento mis esfuerzos en un solo objeto, aunque hubiera otro a continuación
pisándole los talones. Dios sabe que no lo escribo para vanagloriarme. El
hombre que pasa revista a su propia vida, como lo hago yo aquí, página tras
página, necesita haber sido un santo para no lamentar vivamente las muchas
aptitudes ignoradas, oportunidades desperdiciadas, sentimientos imprevisibles y
malvados, constantemente en pugna dentro de su pecho y siempre victoriosos. Me
atrevo a afirmar que no tengo un solo don natural del que no haya abusado. Lo
que quiero decir simplemente es que, siempre que he intentado hacer algo en mi
vida, he puesto todo mi empeño en hacerlo bien; que cuando me he consagrado a
algo, lo he hecho en cuerpo y alma; que, tanto en las cosas pequeñas como en
las grandes, he trabajado siempre con la mayor seriedad. Nunca he creído
posible que una habilidad natural o adquirida pudiera desdeñar la compañía de
otras virtudes más humildes como la laboriosidad y la perseverancia. En este
mundo no hay nada comparable al deseo de llegar hasta el fondo de las cosas. Es
posible que el talento y la oportunidad constituyan los dos largueros de la
escalera por la que algunos hombres suben, pero los peldaños deben ser sólidos
y resistentes; y nada puede sustituir a una voluntad ardiente y sincera. Ahora
me doy cuenta de que mis reglas han sido no hacer nada a medias y no
menospreciar ninguna de mis tareas, cualesquiera que fueran”.
“A lo largo de mi vida, he
observado esa costumbre en muchos hombres. Tengo la impresión de que es una
regla general. Al prestar juramento ante la ley, por ejemplo, los declarantes parecen
disfrutar enormemente cuando llegan a una ristra de palabras altisonantes que
expresan la misma idea, como cuando afirman detestar, abominar, abjurar…Y los
viejos anatemas se basan en el mismo principio . Hablamos de la tiranía de
las palabras, pero también nos agrada tiranizarlas a ellas; nos gusta tener un ejército
de términos superfluos a nuestras órdenes para las grandes ocasiones; pensamos
que causan una excelente impresión y suenan bien. Al igual que en los momentos ceremoniosos somos poco exigentes con el significado de las libreas, si son lo
bastante elegantes y numerosas, el sentido o la necesidad de nuestras palabras
nos parece secundario si podemos organizar un bonito desfile con ellas”
“Cuando la sociedad es el nombre
que reciben unos caballeros y unas damas tan superficiales, y cuando su
educación no es más que una declarada indiferencia a todo lo que significa
progreso o retroceso del ser humano, creo que nos hemos perdido en el desierto,
y lo mejor que podemos hacer es salir de él”
David Copperfield, recién
terminado. No llevo anotados en una cuenta los libros que he tenido la fortuna
de leer y asimilar a lo largo de mi vida. Pues los verdaderos placeres carecen
de la siempre vanidosa naturaleza contable. Pero sí recuerdo, no con poco
regocijo, aquellos que me han hecho llorar profusamente. Hasta la fecha, sólo
lo habían conseguido tres (tipo duro); y, sin subrayar una coincidencia
demasiado llamativa, todos ellos lo habían logrado en su final. Pero este libro,
en cambio, dosifica placenteramente sus efectos a lo largo del mismo. Me ha
parecido una obra maravillosa y magnífica. He llorado como un bendito hasta en
cuatro ocasiones. Y su historia de amor la podríamos haber firmado cualquiera. (Si
bien con la notable dificultad de identificarnos con el edulcorado final que la
ficción acostumbra a arrebatar, despiadadamente, a la tozuda realidad). Lo
recomiendo de todo corazón. Órgano al que, implícita o explícitamente, apela el
escritor en muchas de sus páginas. Y tengo el convencimiento de que conmovería hasta a
las piedras. Aunque Dios quiera que no caiga este libro en manos de ninguna.
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