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Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

02 mayo 2012

Toma la palabra Dickens


“He hablado ya de mi perseverancia en ese período de mi vida, y de la paciente y continua energía que empezó entonces a madurar en mí, y que constituye sin duda la parte más fuerte de mi carácter (si es que hay alguna fuerza en él). Añadiré solamente que, cuando vuelvo la vista atrás, descubro en esas cualidades la fuente de mis éxitos. He sido muy afortunado en los asuntos materiales; muchos hombres han trabajado más duramente que yo sin conseguir ni la mitad de mis logros; pero yo habría sido incapaz de realizar lo que he realizado sin los hábitos de puntualidad, orden y diligencia, sin la determinación de concentrar en cada momento mis esfuerzos en un solo objeto, aunque hubiera otro a continuación pisándole los talones. Dios sabe que no lo escribo para vanagloriarme. El hombre que pasa revista a su propia vida, como lo hago yo aquí, página tras página, necesita haber sido un santo para no lamentar vivamente las muchas aptitudes ignoradas, oportunidades desperdiciadas, sentimientos imprevisibles y malvados, constantemente en pugna dentro de su pecho y siempre victoriosos. Me atrevo a afirmar que no tengo un solo don natural del que no haya abusado. Lo que quiero decir simplemente es que, siempre que he intentado hacer algo en mi vida, he puesto todo mi empeño en hacerlo bien; que cuando me he consagrado a algo, lo he hecho en cuerpo y alma; que, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes, he trabajado siempre con la mayor seriedad. Nunca he creído posible que una habilidad natural o adquirida pudiera desdeñar la compañía de otras virtudes más humildes como la laboriosidad y la perseverancia. En este mundo no hay nada comparable al deseo de llegar hasta el fondo de las cosas. Es posible que el talento y la oportunidad constituyan los dos largueros de la escalera por la que algunos hombres suben, pero los peldaños deben ser sólidos y resistentes; y nada puede sustituir a una voluntad ardiente y sincera. Ahora me doy cuenta de que mis reglas han sido no hacer nada a medias y no menospreciar ninguna de mis tareas, cualesquiera que fueran”.




“A lo largo de mi vida, he observado esa costumbre en muchos hombres. Tengo la impresión de que es una regla general. Al prestar juramento ante la ley, por ejemplo, los declarantes parecen disfrutar enormemente cuando llegan a una ristra de palabras altisonantes que expresan la misma idea, como cuando afirman detestar, abominar, abjurar…Y los viejos anatemas se basan en el mismo principio . Hablamos de la tiranía de las palabras, pero también nos agrada tiranizarlas a ellas; nos gusta tener un ejército de términos superfluos a nuestras órdenes para las grandes ocasiones; pensamos que causan una excelente impresión y suenan bien. Al igual que en los momentos ceremoniosos somos poco exigentes con el significado de las libreas, si son lo bastante elegantes y numerosas, el sentido o la necesidad de nuestras palabras nos parece secundario si podemos organizar un bonito desfile con ellas”




“Cuando la sociedad es el nombre que reciben unos caballeros y unas damas tan superficiales, y cuando su educación no es más que una declarada indiferencia a todo lo que significa progreso o retroceso del ser humano, creo que nos hemos perdido en el desierto, y lo mejor que podemos hacer es salir de él”




David Copperfield, recién terminado. No llevo anotados en una cuenta los libros que he tenido la fortuna de leer y asimilar a lo largo de mi vida. Pues los verdaderos placeres carecen de la siempre vanidosa naturaleza contable. Pero sí recuerdo, no con poco regocijo, aquellos que me han hecho llorar profusamente. Hasta la fecha, sólo lo habían conseguido tres (tipo duro); y, sin subrayar una coincidencia demasiado llamativa, todos ellos lo habían logrado en su final. Pero este libro, en cambio, dosifica placenteramente sus efectos a lo largo del mismo. Me ha parecido una obra maravillosa y magnífica. He llorado como un bendito hasta en cuatro ocasiones. Y su historia de amor la podríamos haber firmado cualquiera. (Si bien con la notable dificultad de identificarnos con el edulcorado final que la ficción acostumbra a arrebatar, despiadadamente, a la tozuda realidad). Lo recomiendo de todo corazón. Órgano al que, implícita o explícitamente, apela el escritor en muchas de sus páginas. Y tengo el convencimiento de que conmovería hasta a las piedras. Aunque Dios quiera que no caiga este libro en manos de ninguna.