Indigencia
Oh, la seducción y la
prepotencia. Extravagante curiosidad el devenir del vicio en sublime virtud. La
derecha se ha acostumbrado, quizá durante demasiado tiempo, a confundir la brillantez
intelectual de una testa con la que proporciona la gomina de supermercado. Y
considera que una respuesta pronta e ingeniosa, aunque contemplada desde la
distancia sea meramente absurda, es aquella que sólo puede venir de una cabeza ejemplarmente
amueblada. Mediocres son los otros (y aunque parezca extraordinario: ¡siempre!).
¿A ver si ahora va a resultar que el panorama político, y no digamos el social,
está saturado de gente gris e intelectualmente justita? Gran descubrimiento, se
supone. Desde los medios afines se engrandecen las cultas cualidades de sus
protegidos. Y dotan al ejemplar de marras de elocuentes calificativos con
sonoridad de cafetería provinciana. Magnificar es de sabios (¿o de pelotas?) Baltasar Gracián dejó escrito
que saber, y saberlo demostrar, es saberlo dos veces. Pero a mí, de momento, no
me salen las cuentas. Dicen que la mayor pobreza de un hombre es su ignorancia. Convendrán
conmigo en que nosotros no podemos presumir de otra cosa. Pero nuestros
dirigentes… tampoco.
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