En el pueblo (II)
Con la que está cayendo... y la gente aún se digna a montar en bici, leer y pasear. Parece que hay una clara consigna para que los medios de incomunicación de masas nos transmitan de un modo nítido el siguiente mensaje: preocúpese todo lo que pueda, y si aún no tiene motivos para ello, da igual, preocúpese de todos modos para cuando los tenga, porque los va a tener. El ambiente en las calles, incluso en las calles de un pueblo apacible y razonablemente silencioso, está asaz enrarecido. Mucha gente dice con la mirada todo aquello que no se atreve a pronunciar con la boca. Los gestos son si no de hostilidad cuando menos de desconfianza. Y esto es absolutamente sorprendente. ¿Cómo es posible que uno trate de huir por una pequeña temporada del mundanal ruido que ofrece la actualidad, e incluso en los parajes más remotos se respire ese clima apocalíptico, derrotista y tremendamente pesimista? Es que no hay respiro, oigan. La gente debería contentarse con tener salud y algo de dinero, porque ya saben que sería algo milagroso gozar de buenos políticos. Que a un dirigente pésimo lo convierta en regular uno malo es desesperante. Pero que desde los púlpitos de hostigamiento intelectual se trate de vender una mercancía sesgada, interesada y parcial como la única posible y verdadera, metiéndonos a todos cierto temor reverencial en el cuerpo si osamos levantarnos contra la verdad absoluta es verdaderamente inquietante. El miedo siempre ha sido un arma muy eficaz para las élites gobernantes. En el pasado, por ejemplo, la iglesia hizo un uso muy eficaz de dicho instrumento. Uno tenía miedo de ser un pecador y terminar en el infierno, porque se pregonaba de un modo muy persuasivo que la desobediencia y las conductas disolutas eran susceptibles de castigo divino. Así, las masas, allí donde el individuo pierde su identidad, se comportaban de un modo dócil y sumiso. Obedecer sin rechistar, es decir, sin cuestionar, siempre ha sido lo mejor para evitar problemas. Pero me inquieta enormemente qué decisiones puedan tomar nuestros dirigentes no teniendo delante de ellos una muchedumbre de ignorantes, incultos y analfabetos.
Y que mi intención fuese escribir crónicas veraniegas... hay que fuckyourself.
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