En el pueblo (XII)
Mi madre leyendo a Dickens. Mi padre echando una leve siesta, arrullado por el leve rumor de los pajarillos. Mi sobrino... justo detrás de mí, descubriendo que su su tío, al que no sé si hipocorísticamente llama "celebrito", tiene una página en internet donde cuenta con mayor o menor fortuna las cosas que le ocurren. Y, en estos mismos momentos, sobre todo para no olvidarme de la obviedad más socorrida, voy a decirles que se está levantando una suave brisa que está haciendo las delicias de los seres más sensibles: verbigracia, uno que que les habla.
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Tres días sin wifi. ¿Sobrecarga de usuarios?¿inevitable ineficiencia del servicio debido al mes en que nos encontramos?¿el alcalde quiere hacernos la puñeta a los veraneantes? Desconsolado me he hallado.
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Ya ha llegado el programa de las fiestas. Y las páginas que he consultado con mayor interés, no sé además si también con mayor curiosidad, no han sido las de las actividades lúdicas y las actuaciones musicales de las que vamos a disfrutar los vecinos en días venideros, sino aquellas en que la ínclita comisión de fiestas ha tenido la inexorable necesidad de escribir más. Es decir, la presentación y los agradecimientos. Expresiones forzadas, construcciones sintácticas incorrectas, y una palmaria y obscena falta de delicadeza con los demás signos de puntuación es el balance más favorable que puedo hacer. Me podría callar, claro. Pero veo en sus caras tal expresión de suficiencia que, al saber que entre ellos hay gente que debería saber detrás de lo que anda, no puedo menos que subrayarlo (no sin cierta delectación, y la vana esperanza de que alguien de la zona me lea y tenga la decencia intelectual de replicarme con cierta dignidad semántica).
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