Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

12 diciembre 2014

Un decir



Es lugar común afirmar que se trabaja para vivir. Y que debe ser mala cosa vivir para trabajar. Lo suscribo. Trabajar es sentirse útil: a la sociedad, a la familia, a los amigos, al entorno inmediato que comparte con uno la oficina o el agradable o desagradable centro de trabajo en el que se tenga la dicha, mayúscula en los tiempos que corren, de desempeñar la labor a diario. Pero, sobre todo, es sentirse útil a uno mismo. Es desolador, terriblemente desolador, no tener trabajo, ni posibilidades de encontrarlo. La gente que con pereza y malas caras se levanta cada mañana al rugir el despertador, debería tener muy presente lo afortunados que son. Deberían agradecer cada día que tienen que madrugar, aguantar al compañero pelmazo, y callar ante los desajustes hormonales o neuronales del jefe o la jefa de turno. Deberían sentirse dichosos, afortunados, plenamente felices. Sin paliativos. Sin adjetivos que maticen la tonalidad del discurso. Pues fuera, permítaseme la recurrente metáfora, hace mucho frío. Sin duda. Da pena, y pavor, ver a la gente desesperanzada. Observar semblantes de sufrimiento en personas que no pueden aportar recursos económicos al nido familiar, que no pueden seguir manteniendo no ya el nivel de vida del que venían disfrutando, sino, ni tan siquiera, sostenerse con una dignidad que aun relativa les permitiese mirar de frente al resto de convecinos como a iguales. ¿Igualdad? Ya es sólo un término filosófico. Hay que reseñar que la ley, siempre tan pomposa, se llena, cuando no se hincha, con palabras de grandes significados que, debido a la imposibilidad de llevarlas a la práctica, terminan formando parte de frases huecas, pasando a ser, pues, papel mojado, un brindis al sol, o cualquier otro sintagma más o menos literario que se les ocurra y tenga un significado próximo y pertinente. ¿De qué sirven la igualdad, la justicia o la solidaridad? Carentes de contenido efectivo, es evidente que no son más que palabras. Y palabras terribles. Porque lo que las ha hecho grandes, dignas de mención en las bocas más nobles y de presencia en los textos más egregios, ha sido que más allá de su significado tenían, a efectos prácticos, un contenido concreto, por todos más o menos conocido, y que, además, podían reclamarse ante diversas instancias. Pero ahora, ¿qué es lo que ocurre? ¿Asistimos a la muerte de los derechos en el manido Estado de Derecho? ¿A la obscena indefensión del ciudadano, solo tenido en cuenta a efectos tributarios o electorales? ¿Qué hay por encima de las personas? ¿Los Partidos Políticos?¿El país en el que hemos nacido?¿Las ideas o principios siempre sublimes por los que a lo largo de los siglos se ha asesinado, torturado, impuesto o, en fin, cometido las vilezas más abyectas de la Historia? Un sistema ha de servir al ciudadano. Exclusivamente. Someterse a sus necesidades más apremiantes. Un sistema, ha de ser el instrumento por el que el hombre civilizado y racional alcance la cúspide de su desarrollo económico, social, cultural, emocional, simplemente humano. De nada sirven siglos de Historia, de luchas y guerras, de copiosa sangre derramada por la consecución de una vida mejor, más humana y cabal, si al primer traspié se da la espalda a quien ha hecho todo esto posible. Y el sistema, nuestro sistema, tal y como lo conocemos,  no lo ha hecho posible una política económica determinada, intervencionista o liberal. Gran soberbia la de los economistas, siempre dispuestos a explicar el mundo desde sus propios ombligos, como si no existiese vida más allá de ellos, como si todo lo controlasen, como si su óptica o punto de vista fuese un dogma irrefutable, como si nada cayese fuera de su radio de acción, como si nada en la vida de las personas se escapase a su diabólico influjo. Que equivocados están. No todo en la vida tiene una explicación científica o académica. Esta, claro, ha surgido porque a los ojos de la Historia tienen que justificar su existencia, y nada mejor para eso que atribuirse una importancia en el devenir de los acontecimientos que, siendo mínimamente realistas, no es tal. El sistema lo ha hecho posible el hombre, el ciudadano, sí, el contribuyente, pero sobre todo, lo han hecho posible las personas. Con independencia de su raza, sexo, religión. Sin importar su belleza, su calidad humana, su inteligencia, o incluso el tamaño de su cuente corriente. Somos piezas de una maquinaria antigua y sofisticada, pero piezas fundamentales, sin cuya presencia probablemente su funcionamiento sería inviable. Señores políticos, banqueros, poderosos empresarios, ¿librepensadores?, insignes académicos y profesionales cualificados todos. No den la espalda a sus iguales. Las personas no somos solo palabras.