¿Año Nuevo?
Paseo de año nuevo a la vera del
río. Gélida mañana tras una helada no por asidua en la tierra y en la fecha en que
nos encontramos menos contundente. Como está de moda tener perrito, e incluso
pasearlo, no fui el único que madrugó para sentir ese frío cortante que trae el
eco de las nevadas relativamente copiosas de las montañas cercanas. Una de las
cosas buenas que trae consigo el invierno, es la deliciosa contemplación de
señoritas con gorrito de lana, bufanda de lana y guantecitos de lana, todo ello
a juego, variando, además, según el día de la semana, el estado de ánimo, o
incluso la suerte que les está trayendo la vida, la tonalidad de los
complementos que convierten a una muchacha cualquiera en un proyecto de monada.
La apoteosis del cuadro, por supuesto, llega cuando estas delicadas damas
trasladan sus perversiones estilísticas a sus mascotas. No siendo extraño, sino
más bien bastante frecuente, hallar perritos con un pequeño jersey, y
aderezados con unas pajaritas con forma de campana que no sé si hacen las veces
de cencerro o de sonajero, y que, parece ser, hacen las delicias de los
distintos transeúntes que, sumidos en una profunda perplejidad, reparan en lo
bien que está o marcha el mundo. Cosa y caso distinto es el de los deportistas.
Se ven bastantes culones, y como soy un muchacho políticamente correcto he de
incluir la correspondiente paridad de género, y bastantes culonas, bajar los
excesos de los condumios de estos días. Es muy normal que las personas tengan
muy presente durante las celebraciones las virtudes del buen cristiano, es
decir, que todo el mundo se dé a una desenfrenada concupiscencia. Gente pía,
devota, meapilas por los cuatro costados, que piensan con profundidad
filosófica con qué modelito sorprender a la parroquia en la misa del día
siguiente, se dan auténticos atracones que no son capaces de bajar en todo el
año. Comer hasta la indigestión, beber hasta que los sentidos dejan de tener su
natural utilidad, o gastar por el puro placer de gastar es algo tan humano que
no hay creencia religiosa o política que tenga la fuerza y fortuna suficientes
como para volvernos a todos un poquito más animales. Sin embargo, ahí tienen a
barbudos izquierdistas, pijos derechistas y la pléyade de santurrones creyentes
entonando de boquilla aquello de abracen lo mío. Nada. Que después del paseo,
lo mejor, es entrar en una churrería. Allí no encontrarán simpáticos perritos,
ni guapas muchachas. Un uno de Enero cualquiera, lo que se van a encontrar sin duda son residuos, los despojos humanos
de la última noche del año. Y, por supuesto, estadistas. En los desechos no
entro. No merece comentario sucumbir a Baco. Pero un estadista de barrio…eso ya
es otro asunto. Me pregunto cómo nuestro Mariano, o nuestra vivaracha Sorayita,
en vez de contratar a elegantes y pomposos asesores, con su morbosa propensión
a cobrar por alumbrar obviedades, no se dan un paseo por las cafeterías de
cualquier ciudad. Allí encontrarán a psicólogos, juristas, médicos, profesores,
economistas e incluso a ingenieros varios. Aunque, en honor a la verdad, creo
que todos ellos entrarían en la categoría genérica de artistas. Pues que otra
cosa es una persona que no va, sino que vuelve, que no aprende, sino que sólo
enseña, que no necesita hacer acopio de datos a través del estudio y de sesudas
lecturas, dado que su particular naturaleza le ha dotado de un conocimiento
arcano y mayúsculo, y de una nada exigua modestia, que hace que restriegue lo
que para una mente poco entrenada sería su soberbia ignorancia, y que para una
persona con amplitud de miras y despojada de prejuicios es, inobjetablemente, venerable
sapiencia. En fin. Que el año nuevo comienza como termina el viejo. Que
tendemos a prometer no sólo aquello que no podemos cumplir, sino sobre todo
aquello que no podemos cumplir. Que no vamos a ser mejores, y que probablemente
tampoco lo intentemos, porque total para qué. Y que seguiremos echando pestes
de políticos, de periodistas no afines, de lo mal que va el mundo y hasta de la
vecina del quinto, porque últimamente tiene una tontería consigo que no sé como
la aguanta el marido.
Feliz año, por cierto.
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