Crónica de mi viaje a Palma. Primera parte.
Hola a todos, el Viernes llegué de mis vacaciones, pero por distintas circunstancias no había podido estar con vosotros. Adelanto que, es muy probable que en una temporada vuelva a la asiduidad antes acostumbrada y, ahora, caída en el olvido o en un desuso insólito.
No pretendo poneros los dientes largos con mis pequeñas vacaciones, mas a estas alturas del año que estaréis enfrascados en vuestros compromisos laborales, intelectuales o profesionales, con lo que tan solo haré un pequeño resumen de las mismas en distintos capítulos ;)
Tomé vuelo el día 9 de éste mes. El viaje se fraguó en unos minutos. Mi amigo Oscar recién llegado a Palma de la otra Palma –la de Canarias- enseguida me solucionó los trámites a realizar para embarcarme en el vuelo. Lo que aconteció al día siguiente os lo narré en el anterior post, con lo que empezaré a contaros desde que me metí en el avión. Como era la primera vez que tomaba un avión estaba bastante nervioso, lo se, mi inquietud era infundada, nuestro pequeño aeropuerto de León se asemeja mas a un bar de tapas que a un edificio de los de su especie, pero aún así, yo tenía cierto desasosiego, cosquilleo o gusanillo molesto que inmisericorde, me recorría el cuerpo en la noche de la víspera. Me levanté a las 6 de la mañana a pesar de las insistentes advertencias de Julián, un amigo curtido en viajes, que me repitió hasta la saciedad que en León bastaba con estar 15 minutos antes. Así pues, se levantó toda mi familia a despedirme a esa hora. A pesar de que me iba de vacaciones, como era la primera vez que salía de casa por un tiempo, noté cierto compungimiento en el rostro que normalmente refleja circunspección en mi familia, lo cual me produjo instantes de serena reflexión mientras me embarcaba en el vuelo.
La verdad es que me esperaba mas impresión en el despegue, al menos por lo que yo había oído, pero la sensación apenas difiere de la que se experimenta cuando se va en coche, en una subida-bajada, de una carretera mediocre, con un coche mediocre, normalmente conducido por un conductor mediocre. Además, aunque para la ida no eran asientos numerados, me senté –quizá guiado por una de esas fuerzas misteriosas que a lo largo de nuestra vida nos “obliga” a adoptar decisiones distintas a las que pensábamos tomar, en muchos casos completamente opuestas a lo que instantes antes nos guiaba la razón- en la ventanilla que tenía vistas al ala del avión. Tenía entendido que en esa parte del avión se notan mas las turbulencias, pero como digo, tampoco fue el caso. Antes de que me diese cuenta el avión ya estaba en marcha, poco después se inclinó y, en los instantes posteriores, no había vinculo material entre el suelo que cotidianamente nos sujeta y el avión, salvo la fuerza de la gravedad, que en caso de algún fallo mecánico nos haría caer inexorablemente al suelo como la manzana –ahora que caigo, si me permitís la digresión, estoy empezando a ver la manzana como un fruto “especial”. La manzana de Adán y Eva, por la que nos vimos desterrados a éste mundo de putas remuneradas, tripis de diseño mezclados con Pacharán y, las canciones de Javier Cantero encima de su moto acelerada y calentona. La manzana de la discordia, que provocó la guerra de Troya, pues ya sabéis que la diosa de la discordia no fue invitada al banquete de boda entre Tetis y Peleo y, furiosa, envió una manzana que se daría a la mas bella, Paris, fue el elegido para entregar la manzana, y se la entregó a Afrodita a cambio de que la hermosa Helena se enamorara de él, creo que sabéis cómo sigue ¿verdad?. La manzana de Blancanieves…en fin, que me lío-, ya en el avión comprobé el ínclito servicio de catering de Lagun Air, me dieron un zumo y a elegir –sin ver la elección- entre un bollo de chocolate y una magdalena. Opté por la magdalena, por cierto, era la magdalena mas gorda que jamás había visto, me daba pena meterle el diente, pero me parecía impúdico, lujurioso, casi obsceno, meterme semejante bollo en el bolso, con lo que al final sucumbí a mi concupiscencia y mordí y mordí, no sin antes mirar de reojo con aire picarón, a las azafatas vestidas de verde pistacho que alegremente se contoneaban por el avión a 12.000 metros de altura y unos 900 Km de velocidad, en fin, visiones libidinosas cargadas de cierta pudibundia.
Veo la extensión de lo que os he escrito sólo con los prolegómenos y me he dicho, Javi, mañana les cuentas más, la saga continúa, Un saludo a tod@s.
No pretendo poneros los dientes largos con mis pequeñas vacaciones, mas a estas alturas del año que estaréis enfrascados en vuestros compromisos laborales, intelectuales o profesionales, con lo que tan solo haré un pequeño resumen de las mismas en distintos capítulos ;)
Tomé vuelo el día 9 de éste mes. El viaje se fraguó en unos minutos. Mi amigo Oscar recién llegado a Palma de la otra Palma –la de Canarias- enseguida me solucionó los trámites a realizar para embarcarme en el vuelo. Lo que aconteció al día siguiente os lo narré en el anterior post, con lo que empezaré a contaros desde que me metí en el avión. Como era la primera vez que tomaba un avión estaba bastante nervioso, lo se, mi inquietud era infundada, nuestro pequeño aeropuerto de León se asemeja mas a un bar de tapas que a un edificio de los de su especie, pero aún así, yo tenía cierto desasosiego, cosquilleo o gusanillo molesto que inmisericorde, me recorría el cuerpo en la noche de la víspera. Me levanté a las 6 de la mañana a pesar de las insistentes advertencias de Julián, un amigo curtido en viajes, que me repitió hasta la saciedad que en León bastaba con estar 15 minutos antes. Así pues, se levantó toda mi familia a despedirme a esa hora. A pesar de que me iba de vacaciones, como era la primera vez que salía de casa por un tiempo, noté cierto compungimiento en el rostro que normalmente refleja circunspección en mi familia, lo cual me produjo instantes de serena reflexión mientras me embarcaba en el vuelo.
La verdad es que me esperaba mas impresión en el despegue, al menos por lo que yo había oído, pero la sensación apenas difiere de la que se experimenta cuando se va en coche, en una subida-bajada, de una carretera mediocre, con un coche mediocre, normalmente conducido por un conductor mediocre. Además, aunque para la ida no eran asientos numerados, me senté –quizá guiado por una de esas fuerzas misteriosas que a lo largo de nuestra vida nos “obliga” a adoptar decisiones distintas a las que pensábamos tomar, en muchos casos completamente opuestas a lo que instantes antes nos guiaba la razón- en la ventanilla que tenía vistas al ala del avión. Tenía entendido que en esa parte del avión se notan mas las turbulencias, pero como digo, tampoco fue el caso. Antes de que me diese cuenta el avión ya estaba en marcha, poco después se inclinó y, en los instantes posteriores, no había vinculo material entre el suelo que cotidianamente nos sujeta y el avión, salvo la fuerza de la gravedad, que en caso de algún fallo mecánico nos haría caer inexorablemente al suelo como la manzana –ahora que caigo, si me permitís la digresión, estoy empezando a ver la manzana como un fruto “especial”. La manzana de Adán y Eva, por la que nos vimos desterrados a éste mundo de putas remuneradas, tripis de diseño mezclados con Pacharán y, las canciones de Javier Cantero encima de su moto acelerada y calentona. La manzana de la discordia, que provocó la guerra de Troya, pues ya sabéis que la diosa de la discordia no fue invitada al banquete de boda entre Tetis y Peleo y, furiosa, envió una manzana que se daría a la mas bella, Paris, fue el elegido para entregar la manzana, y se la entregó a Afrodita a cambio de que la hermosa Helena se enamorara de él, creo que sabéis cómo sigue ¿verdad?. La manzana de Blancanieves…en fin, que me lío-, ya en el avión comprobé el ínclito servicio de catering de Lagun Air, me dieron un zumo y a elegir –sin ver la elección- entre un bollo de chocolate y una magdalena. Opté por la magdalena, por cierto, era la magdalena mas gorda que jamás había visto, me daba pena meterle el diente, pero me parecía impúdico, lujurioso, casi obsceno, meterme semejante bollo en el bolso, con lo que al final sucumbí a mi concupiscencia y mordí y mordí, no sin antes mirar de reojo con aire picarón, a las azafatas vestidas de verde pistacho que alegremente se contoneaban por el avión a 12.000 metros de altura y unos 900 Km de velocidad, en fin, visiones libidinosas cargadas de cierta pudibundia.
Veo la extensión de lo que os he escrito sólo con los prolegómenos y me he dicho, Javi, mañana les cuentas más, la saga continúa, Un saludo a tod@s.
6 Comments:
Oye tu!!!! mira a ver si empiezas con la parte interesante del viaje, que la gente está ávida por conocer tus desventuras en la isla (OH qué fino soy)
PD:cuenta lo del bar ese tan chulo en el que estuvisteis
Eso eso cuenta lo del bar.
Ah!! Y que razon tienes Julián ademas de ser un chico curtido en viajes que buen chaval es, eh?
Me alegro de tu vuelta Javi. Me has hecho recordar la vez que cogí un avión en el aeropuerto de León para ir a Barcelona... yo nada más ver lo pequeño que era el aeropuerto y lo pequeño que era el avión pensé seriamente en testar en vez de despedirme de mi madre que ma había acompañado. Y me senté también en la ventanilla que daba para el ala del avión... y sí, las turbulencias se notan mucho ahí.
¿Qué tal las mallorquinas?... ¿o solo viste guiris?
Un saludo.
Buenas Alex, perdón por la dilación en la contestación, poco a poco os iré contando todo lo acaecido en las islas, un saludo.
Buenas Juli¡¡ oye ¿tu también presumiendo de culo como el Jorge? no se que voy a hacer con vosotros dos, solo faltaría que le de a los dos Alex y a Victor por ponerse también al asunto, jejeje.
Muy buenas Roberto, perdón por el retraso en la contestación, yo también me alegro de estar por aquí otra vez aunque allí estaba genial y me dió mucha pena volverme para acá. Las mallorquinas muy guapas, pero lo que mas vi fueron guiris, las suecas, que voy a decir yo de las suecas que no sepa todo el mundo, jejejeje.
Un saludo roberto.
Publicar un comentario
<< Home