Crónica de mi viaje a Palma. Segunda parte.
Buenas chic@s, retomo la crónica de ayer. No sin antes hacer una pequeña reseña a mi estado de perplejidad. Uno, hace tan solo unos días, se paseaba en mangas de camisa por el paseo marítimo de Mallorca y, ayer por la tarde, admiraba como caían copos de nieve por la ventana, en fin. He pasado en tres días, de 22-25 grados que disfrutábamos en Mallorca, a unos 2 grados que ayer marcaban nuestros termómetros en León, resultado lógico-fáctico causal, tengo una amigdalitis de caballo y, aquí me hallo en casa tomando un antibiótico también de caballo, que me está proporcionando un malestar estomacal, como no, de caballo –como estamos en tiempos de paridad también de caballa, porque lo mismo decir yegua es una distinción de segunda para los sociatas, llegamos a tiempos del absurdo en lo lingüístico, ains-, al tema.
Nada mas bajar del avión, uno no se cogía el petate y se iba andando a la salida del aeropuerto como yo pensaba y, como más o menos, se hace aquí en León, que va. Allí a uno lo van a buscar en bus y, como uno no es ducho en esto de los viajes y, encima, me gasto un despiste de órdago a la grande con tres pitos, pues tengo que recurrir a métodos altamente cualificados importados directamente de las escuelas rusas del KGB, es decir, como no sabía por donde carajo iba a salir mi equipaje, siguiendo los consejos que me dieron los colegas, me quedé con la cara de alguno de los pasajeros del vuelo, por supuesto guardando las distancias y sin que se notase que les estaba espiando, vigilando, acechando, avizorando y, que estaba mas perdido que Paco Martínez Soria en “La ciudad no es para mi”. Así pues, memoricé los perfiles faciales de dos pasajeros, uno de ellos era de constitución fuerte, bueno quizá un poco grueso, hinchado, en fin, que le den a los eufemismos, estaba gordo de cojones, además era calvo, con barba, llevaba una camisa a rayas con los cuellos mal planchados, abotonada hasta arriba y, con un Motorola V3 que utilizaba asidua e impulsivamente –supongo-. El otro pasajero, era una rubia, como no, 1.70 aprox., zapatillas de paseo marca Reebok, pantalón vaquero azul claro bien ajustadito que dejaba entrever un tanga color lila bien metiito, culo redondito y durito, con sus don glúteos sobresaliendo ligeramente –lo justo, como a mi me gusta- haciendo al caminar un balanceo suave, que me evocó irresistiblemente la imagen de la bella Serezade haciendo la danza de los siete velos, llevaba una camiseta ajustadilla –para mi alguna talla mas pequeña que la que le correspondía- lo que hacía resaltar sus redondillos pechos cuyos pezoncillos estaban en alza –con tanto diminutivo vais a pensar que estaba plana, cuando tenía dos tetas como calderos- y en fin, que estaba muy buena.
Los seguí, y recogí mi equipaje sin problemas. La noche anterior casi no había dormido pensando que el equipaje iba a ir por un lado y yo por otro, pero al final, todo salió bien. Como mi colega Oscar salía de currar entorno a la una del mediodía, esperé en la sala de espera –permitirme la obviedad redundante- del aeropuerto. Allí, poco después, pasaron unas 15 suecas, tan rubias, tan despreocupadas, tan jóvenes, tan ajenas a su aspecto de corderillas con liguero…y unos señores muy raros, corriendo de aquí para allá, con un cartel en la mano dando la bienvenida a señores/as de fuera. El aeropuerto de Palma es de 4 pisos, ya os contaré lo que me acaeció mi último día en el mismo, comparado con la T-4 igual se queda en nada, comparado con el de León…imaginaros.
Al salir del mismo tome la línea uno que conducía a Plaza España, en el centro de Palma. Me senté en una terraza a leer el periódico mientras llegaba mi colega. Como no conocía más sitios, me senté en una heladería de allí. La tía era desagradable, no se si estaba hasta el moño de guiris y me tomo por uno de ellos, el caso es que me cobró 2.80 euros una Coca Cola que, encima, era de lata. Por supuesto sin tapa, una de las cosas que mas extrañé y eché de menos por aquellas tierras. Allí tapa si, pero cotizando, sino ni agua.
Al llegar mi colega me llevó a conocer su piso. Un bonito apartamento en el centro de Palma. Era un quinto piso, tenía una enorme terraza con unas vistas preciosas, quizá eché de menos vecinillas de mi edad que ingenuamente me fuesen a “pedir sal o aceite” y yo gustosamente les “haría el favor”, pero por lo demás genial todo.
Comimos todos los días fuera y tuve oportunidad de probar las delicias de la tierra mallorquina y, de otros sitios bastante rentables, en los que por un módico precio se comía muy bien. El primer día comimos en el Lizarrán, una cadena de restaurantes dispersados por toda Mallorca. No recuerdo muy bien el plato exacto que comimos, aunque recuerdo que llevaba salsa de queso cabrales, esto también me llamó bastante la atención. Se cocinaba bastante con salsa de queso y la verdad es que daban un toque delicioso a todos los platos. Por la tarde, después de comer, nos fuimos a dar una vuelta por el centro de la ciudad, ocasión en la que ya aproveché para contemplar la belleza de su Catedral y el palacio de la Almudaina, dos edificios emblemáticos de la ciudad, flanqueados por unos jardines de toque mozárabe preciosos. Aquí comencé a darme cuenta de la exótica flora autóctona, por un lado los enormes paseos y avenidas llenos de palmeras por todas partes –árbol que solo había visto en postales y en la tele- por otro, naranjos y limoneros, con el fruto maduro, que daban al conjunto un aspecto casi mágico, una verdadera maravilla vamos.
Después nos fuimos a dar una vuelta por el paseo marítimo, donde además de ver su precioso mar, con esa suave y cálida brisa, observé su puerto. Lo que mas me llamó la atención de éste fueron los yates, una verdadera pasada, eran mansiones descomunales flotantes, a todo lujo, con línea deportiva, clásica, marinera, de competición…pararse a ver el escaparate de una inmobiliaria en la zona, daba a uno una sensación, mas que de pobreza de miseria, había pisos, apartamentos, casas de cientos de millones, incluso de miles de millones –de las antiguas pesetas y en algunos casos en euros, éstas últimas solían incluir con la casa un apartamento para invitados y supongo que incluso para mascotas-, una barbaridad. En ese paseo tuve la oportunidad de probar una verdadera joya en formas de helado italiano, delicioso, sublime, exquisito, no había probado helados tan ricos en mi vida, claro que, con las vistas que me rodeaban, era como si todo me supiese mejor, jeje.
Bueno esto ha sido el resumen de mi primer día, al paso que voy no terminaría en todo el año de resumiros mis vacaciones, con lo que seguro que mañana le doy un avance al tema para trataros otros asuntos que están de actualidad y me están reconcomiendo la conciencia.
Nada mas bajar del avión, uno no se cogía el petate y se iba andando a la salida del aeropuerto como yo pensaba y, como más o menos, se hace aquí en León, que va. Allí a uno lo van a buscar en bus y, como uno no es ducho en esto de los viajes y, encima, me gasto un despiste de órdago a la grande con tres pitos, pues tengo que recurrir a métodos altamente cualificados importados directamente de las escuelas rusas del KGB, es decir, como no sabía por donde carajo iba a salir mi equipaje, siguiendo los consejos que me dieron los colegas, me quedé con la cara de alguno de los pasajeros del vuelo, por supuesto guardando las distancias y sin que se notase que les estaba espiando, vigilando, acechando, avizorando y, que estaba mas perdido que Paco Martínez Soria en “La ciudad no es para mi”. Así pues, memoricé los perfiles faciales de dos pasajeros, uno de ellos era de constitución fuerte, bueno quizá un poco grueso, hinchado, en fin, que le den a los eufemismos, estaba gordo de cojones, además era calvo, con barba, llevaba una camisa a rayas con los cuellos mal planchados, abotonada hasta arriba y, con un Motorola V3 que utilizaba asidua e impulsivamente –supongo-. El otro pasajero, era una rubia, como no, 1.70 aprox., zapatillas de paseo marca Reebok, pantalón vaquero azul claro bien ajustadito que dejaba entrever un tanga color lila bien metiito, culo redondito y durito, con sus don glúteos sobresaliendo ligeramente –lo justo, como a mi me gusta- haciendo al caminar un balanceo suave, que me evocó irresistiblemente la imagen de la bella Serezade haciendo la danza de los siete velos, llevaba una camiseta ajustadilla –para mi alguna talla mas pequeña que la que le correspondía- lo que hacía resaltar sus redondillos pechos cuyos pezoncillos estaban en alza –con tanto diminutivo vais a pensar que estaba plana, cuando tenía dos tetas como calderos- y en fin, que estaba muy buena.
Los seguí, y recogí mi equipaje sin problemas. La noche anterior casi no había dormido pensando que el equipaje iba a ir por un lado y yo por otro, pero al final, todo salió bien. Como mi colega Oscar salía de currar entorno a la una del mediodía, esperé en la sala de espera –permitirme la obviedad redundante- del aeropuerto. Allí, poco después, pasaron unas 15 suecas, tan rubias, tan despreocupadas, tan jóvenes, tan ajenas a su aspecto de corderillas con liguero…y unos señores muy raros, corriendo de aquí para allá, con un cartel en la mano dando la bienvenida a señores/as de fuera. El aeropuerto de Palma es de 4 pisos, ya os contaré lo que me acaeció mi último día en el mismo, comparado con la T-4 igual se queda en nada, comparado con el de León…imaginaros.
Al salir del mismo tome la línea uno que conducía a Plaza España, en el centro de Palma. Me senté en una terraza a leer el periódico mientras llegaba mi colega. Como no conocía más sitios, me senté en una heladería de allí. La tía era desagradable, no se si estaba hasta el moño de guiris y me tomo por uno de ellos, el caso es que me cobró 2.80 euros una Coca Cola que, encima, era de lata. Por supuesto sin tapa, una de las cosas que mas extrañé y eché de menos por aquellas tierras. Allí tapa si, pero cotizando, sino ni agua.
Al llegar mi colega me llevó a conocer su piso. Un bonito apartamento en el centro de Palma. Era un quinto piso, tenía una enorme terraza con unas vistas preciosas, quizá eché de menos vecinillas de mi edad que ingenuamente me fuesen a “pedir sal o aceite” y yo gustosamente les “haría el favor”, pero por lo demás genial todo.
Comimos todos los días fuera y tuve oportunidad de probar las delicias de la tierra mallorquina y, de otros sitios bastante rentables, en los que por un módico precio se comía muy bien. El primer día comimos en el Lizarrán, una cadena de restaurantes dispersados por toda Mallorca. No recuerdo muy bien el plato exacto que comimos, aunque recuerdo que llevaba salsa de queso cabrales, esto también me llamó bastante la atención. Se cocinaba bastante con salsa de queso y la verdad es que daban un toque delicioso a todos los platos. Por la tarde, después de comer, nos fuimos a dar una vuelta por el centro de la ciudad, ocasión en la que ya aproveché para contemplar la belleza de su Catedral y el palacio de la Almudaina, dos edificios emblemáticos de la ciudad, flanqueados por unos jardines de toque mozárabe preciosos. Aquí comencé a darme cuenta de la exótica flora autóctona, por un lado los enormes paseos y avenidas llenos de palmeras por todas partes –árbol que solo había visto en postales y en la tele- por otro, naranjos y limoneros, con el fruto maduro, que daban al conjunto un aspecto casi mágico, una verdadera maravilla vamos.
Después nos fuimos a dar una vuelta por el paseo marítimo, donde además de ver su precioso mar, con esa suave y cálida brisa, observé su puerto. Lo que mas me llamó la atención de éste fueron los yates, una verdadera pasada, eran mansiones descomunales flotantes, a todo lujo, con línea deportiva, clásica, marinera, de competición…pararse a ver el escaparate de una inmobiliaria en la zona, daba a uno una sensación, mas que de pobreza de miseria, había pisos, apartamentos, casas de cientos de millones, incluso de miles de millones –de las antiguas pesetas y en algunos casos en euros, éstas últimas solían incluir con la casa un apartamento para invitados y supongo que incluso para mascotas-, una barbaridad. En ese paseo tuve la oportunidad de probar una verdadera joya en formas de helado italiano, delicioso, sublime, exquisito, no había probado helados tan ricos en mi vida, claro que, con las vistas que me rodeaban, era como si todo me supiese mejor, jeje.
Bueno esto ha sido el resumen de mi primer día, al paso que voy no terminaría en todo el año de resumiros mis vacaciones, con lo que seguro que mañana le doy un avance al tema para trataros otros asuntos que están de actualidad y me están reconcomiendo la conciencia.
4 Comments:
Si si, muy bonito todo pero ,¡¡¡cuentanos lo del negro!!!
Eso eso que esto no interesa a nadie cuenta lo del negro y la serpiente!! jeje
Buenas Alex, aunque con retraso, gracias por tu comentario y me supongo a éstas alturas que ya sabes lo que pasó con el negro, jejejeje.
Buenas Juli, también con retraso, gracias por tu comentario y espero haberos ilustrado suficientemente acerca del negro, un saludo.
Publicar un comentario
<< Home