Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

25 mayo 2009


Verdaderamente, hay cosas en esta vida que no dejan de sorprenderle a uno. No sé si llegará el día en que la gente saldrá a la calle como sale de la ducha. Pero una vez mostrado el camino, no deja de haber quien lo anda. Al abrir esta tarde la edición digital de El Mundo me he encontrado con esta foto y una pregunta, obvia, por otra parte, en el aire: ¿moda o broma? El asunto se está dando en Japón, y yo ya estoy contando los días y las horas que tardará en trasladarse a España. A mí, personalmente, no me parece mal. He visto cosas, y casos peores. Me gusta mucho menos, por ejemplo, el vestuario con el que nos daña los ojos, y la sensibilidad, nuestra querida María Teresa Fernández de la Vega. Y nadie dice nada. Si al menos tuviese un semblante más jocoso, cuya imagen, inevitablemente, contagiase de alegría a esas pobres almas y esos pobres espíritus que, en esta época de grandes penurias, asola nuestros campos y ciudades…



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Este improvisado decálogo que dice tanto, por si hiciera falta, de Alejandro Gándara.



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Llego al pueblo con mi padre, siempre tan a mano. Tras su marcha soledad, que es silencio, paz, armonía, algunos lo llaman tranquilidad. Recorro la casa casi a oscuras, y casi a solas. En un pueblo pequeño, en realidad, nunca se está solo. Deslizo la mano suavemente por el pasamanos de la escalera; es suave, liso, nada desagradable y recuerdo, fugazmente, el sedoso tacto que presentan algunas mujeres. Me encanta. Oscurece, se hace tarde. Muchos poetas nos han dejado escrito que la vida y los días no siempre caminan al unísono, pero cómo lo parece. Bajo las persianas. El hombre siempre anhela la luz del sol, la luz del día que es cuando hay esperanza, cuando hay vida. Enciendo las otras luces, éstas dependientes de la voluntad humana: tan poco valiosas. Pongo música, sonido nada estridente. Y cierro los ojos y pienso y entonces sueño despierto: el viejo Santana da a su guitarra algo más que un sonido propio, característico, inconfundible. En el pasado hubo hombres que vendieron su alma al diablo, y muchas mujeres también hicieron lo mismo: Santana cerró la transacción con su guitarra. El ángel caído envidia, desde entonces. Y no es el único.