Dicen que el saber no ocupa lugar. Pero en mi casa ya no caben más libros. Uno va con toda su buena voluntad a dar cuenta de una pieza de embutido a la despensa y allí se encuentra, radiante, Las ilusiones perdidas de Honoré de Balzac. Me encamino con saludable asiduidad a limpiar, fijar y dar esplendor a mi boca, sobre todo para evitar esa desagradable halitosis fecal con la que inexorablemente a veces se topa en el transporte público, y donde debiera encontrarse cepillo de dientes y complementos, se halla alguna obrilla de esa literatura romántica, trágica, elegante y algo arrogante de Gastón Leroux. Que me entra antojo, pues solo de pan no vive el hombre, de Thomas Mann, y en extraordinaria casualidad, en ese momento, recuerdo que ya hace tiempo que la mesita de la última habitación de mi casa ya no cojea; entonces, la inquietud invade mi habitual sosiego, y pronuncio, no sin compungimiento: madre, ¿no habrá visto usted, últimamente, el paradero de La montaña mágica?
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Dos chismes mejor que uno. En mi facultad, generalmente, la gente tendía humanamente a relacionarse. Aunque nunca demasiado, o nunca con demasiada frecuencia. Nos unía, especialmente, el hecho de intercambiar dimes y diretes sobre nuestros dilectos profesores en los descansos de las clases magistrales. Recuerdo un día en que un compañero llegó raudo a clase asegurando que Germán Bercovitz, catedrático de civil, además de joven, alto, delgado, rubio y con dos ojillos tirando a verdes salía en el anuncio de un coche. Peugeot, para más señas. Hubo caras de escepticismo, por supuesto. Y se especuló con la posibilidad de que se tratase de algún hermano gemelo, que es la disculpa de siempre. El caso es que al final, curiosamente, el hombre del anuncio resultó ser nuestro profe. Imagínense. Tendrían que haber visto la cara de buenas muchachas que ponían mis queridas compañeras durante sus clases. Y también producía alborozo, para qué negarlo, que don Francisco Sosa Wagner estrenase pajarita. Yo, durante sus clases, no podía apartar la mirada de su gaznate. Me llamaba especialmente la atención una de sus pajaritas preferidas que era roja como un tomate y que, lejos de darle una imagen alegre y desenfadada, le otorgaba un aspecto augusto y como melancólico. Últimamente he visto su imagen, junto a la de Rosa Díez, en grandes autobuses pintados en un tono rosáceo. También he visto alguna entrevista suya en la televisión, y me ha dado la impresión de que ha hecho desaparecer el novelesco complemento de su vestuario. Es una verdadera pena. A mí siempre me había parecido que el señor Sosa se había escapado de algún libro de Charles Dickens, Oscar Wilde o Arthur Conan Doyle. Pero entiendo que la señora de izquierdas venida a ocupar un espacio inexistente en la política española quiera descargar de seriedad la imagen de su Lord: veremos si lo consigue.
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En cuanto a la situación de Manuel Chaves, se puede resumir perfectamente con un proverbio tibetano que gusta de darle uso a Fernando Sánchez Dragó en alguno de sus artículos: “cuanto más alto sube el mono, más claro se le ve el culo”. Es lo que tiene que, en contra de su naturaleza, la mediocridad destaque.
3 Comments:
Te aseguro yo que sí, que era el del anuncio...y de otros muchos también.
Tiene varias caras....
O varias personalidades ...para ser más exactos.
Te veo yo muy informada, eso es que hay interés (supongo). Hay que ver lo que os tiran los rubios a las mujeres :-) (eso también lo supongo, claro).
Gracias por tu comentario, Laura. Creo que el profe es un caso digno de estudio.
Buenas noches.
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