Parecidos razonables, el inconformista apátrida, él no tiene quien le quiera, cuando el resto sobra
“No es cierta la apodíctica y fatalista sentencia de que una sociedad tiene los políticos que merece, pero me temo que sí es cierto que una sociedad se parece a los políticos que elige”. Ricardo García Cárcel, en la Tercera del miércoles.
“Internet está viviendo últimamente situaciones convulsas. ¿Qué te parece la ley Sinde? ¿Compartes el rechazo masivo que han mostrado blogueros e internautas?
Paso de temas de leyes. No estoy de acuerdo con que haya que discutir con gente que no tiene amplitud de miras. Hay que dejarlos que hagan lo que se les antoje porque se van a morir. Me aburre soberanamente esta discusión. No tiene ningún sentido lo que está ocurriendo, no quiero dar argumentos sobre esto porque no me merece el más mínimo interés quien está al otro lado. Si alguna vez este país se convierte en China me iré a otro lugar”. Hernán Casciari, bloguero porque él lo vale.
Ramoncín, no quiere que le llamen mamoncín; tampoco, chulo barato. No debe de tratarse de nada personal: simplemente, le molesta. Aunque el primer calificativo rime y tenga cierto ingenio, y, el segundo, desacredite al ingenioso. Lo considera un delito de injurias, no una descripción fidedigna, exacta, de su persona y su denostada actitud personal.
Se ve que hay quien no se ha enterado de que insultar, hoy día, no sale gratis: a veces, porque el destinatario no se siente cómodo con los adjetivos con los que, socialmente, le han bautizado; pero, sobre todo, porque casi nunca hay consulta previa a la hora del etiquetamiento.
Éste soberbio vilipendiado, no elije los motejos, no cobra por su utilización o aprovechamiento: muy al contrario de lo que, desde su punto de vista, ocurre y debe seguir ocurriendo con tantas otras cosas en esta vida.
Lo decía hoy David Trueba: “Qué difícil es sentarse a escribir de algo cuando suceden catástrofes como las de Haití”. Ayer, por ejemplo, yo pensé en hacerlo, pero me pareció obsceno, indecente, poco serio. Miles y miles de muertos y de heridos, sumados a la ya decadente e indigna situación que atravesaba un país pobre, mísero, desestructurado.
Huelga decir que una tragedia de este tipo no se describe con palabras. No se explica con imágenes. Y, desde luego, no se comenta. Lo único que queda es el compadecimiento, la solidaridad, pedir, de alguna manera, que la ayuda en camino llegue a su destino y sirva de algo. Que no se pierda, vaya. Que quienes están allí hagan bien su trabajo. Que no (se) estorben. Que no perjudiquen. Que no molesten.
Hablar de Zapatero, de Rajoy, de Montilla y de la madre que los trajo a todos, es ridículo, inmoral, indecoroso. Cuando de verdad ocurre algo de tanta gravedad, tan catastrófico, trágico y doloroso, las inanidades y ridiculeces de nuestros políticos, de nuestra acomodada sociedad, y todas aquellas que, a diario, nos cuentan nuestros periódicos, ha de causarnos, o debería, un cierto sonrojo en nuestras deslizantes jetas, un escozor agudo en nuestras poco ejemplares almas y un profundo descrédito en nuestra depauperada jerarquía de valores.
¿Vivir para aprender? Para qué si no.
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“Internet está viviendo últimamente situaciones convulsas. ¿Qué te parece la ley Sinde? ¿Compartes el rechazo masivo que han mostrado blogueros e internautas?
Paso de temas de leyes. No estoy de acuerdo con que haya que discutir con gente que no tiene amplitud de miras. Hay que dejarlos que hagan lo que se les antoje porque se van a morir. Me aburre soberanamente esta discusión. No tiene ningún sentido lo que está ocurriendo, no quiero dar argumentos sobre esto porque no me merece el más mínimo interés quien está al otro lado. Si alguna vez este país se convierte en China me iré a otro lugar”. Hernán Casciari, bloguero porque él lo vale.
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Ramoncín, no quiere que le llamen mamoncín; tampoco, chulo barato. No debe de tratarse de nada personal: simplemente, le molesta. Aunque el primer calificativo rime y tenga cierto ingenio, y, el segundo, desacredite al ingenioso. Lo considera un delito de injurias, no una descripción fidedigna, exacta, de su persona y su denostada actitud personal.
Se ve que hay quien no se ha enterado de que insultar, hoy día, no sale gratis: a veces, porque el destinatario no se siente cómodo con los adjetivos con los que, socialmente, le han bautizado; pero, sobre todo, porque casi nunca hay consulta previa a la hora del etiquetamiento.
Éste soberbio vilipendiado, no elije los motejos, no cobra por su utilización o aprovechamiento: muy al contrario de lo que, desde su punto de vista, ocurre y debe seguir ocurriendo con tantas otras cosas en esta vida.
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Lo decía hoy David Trueba: “Qué difícil es sentarse a escribir de algo cuando suceden catástrofes como las de Haití”. Ayer, por ejemplo, yo pensé en hacerlo, pero me pareció obsceno, indecente, poco serio. Miles y miles de muertos y de heridos, sumados a la ya decadente e indigna situación que atravesaba un país pobre, mísero, desestructurado.
Huelga decir que una tragedia de este tipo no se describe con palabras. No se explica con imágenes. Y, desde luego, no se comenta. Lo único que queda es el compadecimiento, la solidaridad, pedir, de alguna manera, que la ayuda en camino llegue a su destino y sirva de algo. Que no se pierda, vaya. Que quienes están allí hagan bien su trabajo. Que no (se) estorben. Que no perjudiquen. Que no molesten.
Hablar de Zapatero, de Rajoy, de Montilla y de la madre que los trajo a todos, es ridículo, inmoral, indecoroso. Cuando de verdad ocurre algo de tanta gravedad, tan catastrófico, trágico y doloroso, las inanidades y ridiculeces de nuestros políticos, de nuestra acomodada sociedad, y todas aquellas que, a diario, nos cuentan nuestros periódicos, ha de causarnos, o debería, un cierto sonrojo en nuestras deslizantes jetas, un escozor agudo en nuestras poco ejemplares almas y un profundo descrédito en nuestra depauperada jerarquía de valores.
¿Vivir para aprender? Para qué si no.
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