Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

11 enero 2010

Querido diario

Martes, 5 de Enero. Por la tarde he ido a ver con mi hermana, mi cuñado y mi sobrino la cabalgata de Reyes. Este año, en ejemplar ejercicio de coherencia municipal, no han mezclado estas carrozas con las de Papa Noel. Y quiero recordar que la última de ellas, la destinada al carbón, era mucho más grande que la de otros años. Aunque no sé si por el factor frío o porque este año los querubines leoneses habían sido más malos que de costumbre.

Los pajes venían en caballos. Y había una variopinta partida de romanos, con sus carruajes tirados por caballos, sus lanzas de pega y sus túnicas abiertas que, por cierto, no eran precisamente envidiados, dado el penetrante y despiadado frío reinante.

También había animales. Los gansos venían un poco a su aire, rebeldes, desenfadados, como pasando del protocolo. Y en cuanto a las ovejas, pero qué delicia, oigan, había que verlas. Ahí todas en rebaño, ordenadas, con paso firme, disciplinadas. A una señal del pastor daban vueltas en círculo, para regocijo del público adulto. Y a otra distinta, seguían la marcha. Mi sobrino tenía miedo a todos los animalillos. Cada vez que se acercaba uno se guardaba detrás de sus padres. No sé qué va a ser de este chico cuando le toque lidiar con las mujeres.

Después del desfile me fui a dar un tranquilo paseo, para despejar y retomar fuerzas para la fiesta de la noche. Serán casualidades de la vida, no sé, pero me encontré con casi todos mis amigos, que no sé si habían salido a ver a los Reyes o a avizorar muchachas. El caso, nada curioso ni extravagante, es que estuvimos de cortos hasta la hora de cenar. Tarde completa, vaya.


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Miércoles, 6 de Enero. Día de Reyes. La noche anterior ha ido bien. He conocido a muchas mujeres e incluso he hablado con ellas (que no es exactamente lo mismo). Comenzó la misma en una cervecería llamada El Lago Ness. No lleva mucho tiempo abierta, ponen buena música, sirven una bebida decente, y es uno de esos sitios recogidos, bien decorados y coquetos, cuyo amueblado en oscura madera y con una iluminación nada excesiva, hacen del establecimiento un lugar ideal para principiar la aventura nocturna. Me metí en la cama a las 7:45 de la mañana. A las 10:30 ya estaba leyendo la prensa.

Por la tarde llegó mi sobrino con una caja enorme de trucos de magia. Y nos estuvo mostrando a todos, radiante, feliz, sus nuevas habilidades adquiridas. A mí también me gustaba y me gusta la magia. Tiene algo que fascina, que atrae, que le hace a uno creer en lo imposible e irracional. Y yo, la verdad, no me preocupo, como otros, en averiguar dónde está el truco. Simplemente disfruto. Y me deleito. Hay quien por buscar y no encontrar la solución, incluso sufre. ¡Hay que ser ganso! Existe un proverbio árabe precioso, que dice: “Mientras el sabio señala la luna, el necio se queda mirando el dedo”. Curiosamente, lo he visto citado en alguna columna de Santiago González y Arcadi Espada. Pero ambos, ignoro si por desconocimiento o deliberadamente, omitieron lo de "sabio". Y en algún caso, trocaron lo de "necio" por "tonto". No sé. Quizá tienen reparo en calificar de sabio a quien señala la luna, como si ver y mostrar lo evidente no fuera, precisamente, lo más difícil.


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Jueves, 7 de Enero. Ha sido un día tranquilo, sin sobresaltos. Por la tarde he quedado con los amigos para echar una partida. En la foto, de izquierda a derecha, pueden observar a Iván, Alejandro y a su tocayo. Posando con cierta profesionalidad, esperando a un tapete y a unas cartas que no tardarían en llegar a la mesa, y afuera comenzando a caer los primeros copos de una pequeña nevada…

Por la noche estuve viendo The Queen, con mis padres. Les encantó. Consideraron que tanto en el aspecto físico como en el psíquico estaban verdaderamente logrados los personajes. La interpretación de la Reina, memorable. Y el respeto profesado por Tony Blair a la Casa Real, y entiendo que así fue en la realidad, se debería tomar como buen ejemplo a seguir por otros países europeos cuyas presidenciales familias dejan bastante que desear al respecto.


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Viernes, 8 de Enero. Hoy he estado en el pueblo. La nieve caída y la bajísima temperatura anunciada para las próximas horas, cerca de 20º bajo cero, hicieron que mi padre viajase hasta allí para tomar ciertas precauciones. Le acompañé, básicamente, para ver el paisaje nevado. Hacía años que no lo veía tan hermoso, tan calmo, tan blanco, como una dama que contraerá matrimonio tras el breve paseo hacia el altar catedralicio.

Dentro había que hacer un poco de limpieza y dar al entorno cierto aspecto de orden, cosa buena o muy buena incluso, o sobre todo, en las mejores familias. Aprovechando la coyuntura, palabra manida donde las haya en los tiempos que corren, para sacar una foto a mi padre, en el comedor, poco antes de dar buena cuenta del almuerzo. Y también saqué otra, muy rápidamente, a una parte del jardín delantero, sólo para que vieran un poquito de nieve (aunque imagino que estarán hasta el gorrum de tanto copito).

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Sábado, 9 de Enero. Hay veces que al leer la crítica de un libro en el periódico me entran ganas de salir corriendo a buscarlo. Algo parecido me pasó con ésta, de Eugenio Trías. Acudí con premura y frescura a la que ostenta, y no sé por qué, el rango de mejor librería de León. Les cuento. A pesar de su tamaño, y el evidente número de volúmenes que alberga, no siempre tienen lo que uno busca. Y en cuanto a sus dependientes, en fin, dejan bastante que desear: no dan los buenos días ni, por supuesto, las buenas tardes; desde luego, no dan las gracias por haber comprado en el establecimiento; si pueden, no dan ticket con la compra (aunque yo siempre lo pido, y con una amplia sonrisa, sobre todo para fastidiar); ponen trabas para pedir el libro que necesitas; no son cultos, educados, ni amables: características, a mi entender, imprescindibles para estar al frente de una librería (si fuese un zoo ya sería otra cosa, claro, pero no lo es); y encima, corrigen a uno sin motivo y sin razón.

Después de estar cerca de media hora en el apartado de Historia Universal, en el piso de arriba, donde aguardan recogidos los ensayos, me acerco cauto al mostrador y le digo al buen hombre que si tienen La crisis del siglo XVII, de Hugh Trevor Roper. Y me dice que a ver si estoy seguro de si es ese siglo. Le digo que sí, claro. Pone cara de concentración, levanta imperceptiblemente la ceja y acerca su cara de pasmado a la pantalla del ordenador.

-Nada. Oye, que aquí pone crisis del siglo XVI

-Ehhh, no, no, es Crisis del siglo XVII

-Pues aquí pone Crisis del siglo XVI

-Bueno, pues si lo pone ahí, igual…

Después de estar otro buen rato mirándolo, y poniéndome de los nervios (¡pero cómo puede haber tanto inútil suelto!), me dice que bueno, que si lo encuentra me llama.

Por supuestísimo, no llamó. Pero, ya les digo, que era La Crisis del siglo XVII. Para mi que este hombre, a una silla y un ordenador pegado, o no sabía los números Romanos o se comió un palito. Pero así va España, como saben.


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Domingo, 10 de Enero. Hace unos meses, en El País Semanal, leí un artículo de Rosa Montero al que en su día no había dado ninguna importancia, aunque como todo lo que sale de la mano de esta señora, daba gusto leerlo; como seguramente no desconocen, lo que a hoy no miras, mañana no le quitas el ojo, y, por consiguiente, me ha venido ahora a la mente, como si lo acabase de leer recientemente y me hubiese parecido totalmente insoslayable.

Ya hace unas semanas se traspasó un despacho de pan en mi barrio; sus nuevos dueños, creo que son marroquíes. Y, cosa curiosa, frente a algún recelo que despertaba en los clientes de toda la vida el cambio de dueño, debido a la costumbre y a la falta de confianza que, necesariamente, se daría en los primeros días, todo ha ido verdaderamente bien. Es más, creo vehementemente, que todo el barrio ha salido ganando con el cambio. Por las mañanas lo atiende un tipo agradable, cordial y desenvuelto. Y, por las tardes, su mujer. Siempre saludan, siempre tienen dibujada una sonrisa, siempre son agradecidos con la compra efectuada con independencia de su volumen. Sólo por esto, en mi opinión, ya deberían de darles un título honorífico de ciudadanos ejemplares. Sobre todo andando suelto, como andan, por las calles, comercios y plazas de nuestras ciudades, tanto ganso reconocido y acreditado.

Por la noche he estado viendo La búsqueda, ¡sin publicidad! Ya la había visto varias veces. No es difícil de seguir, sino todo lo contrario; no tiene una trama compleja y estudiada, sino que es lineal y previsible; su temática está más vista que la orilla del río, pero no deja de resultar sugerente todo lo relacionado con los templarios, los masones y los preciosos tesoros con los que todo ser humano, en algún momento de su vida, ha soñado cubrir su existencia, aunque siempre varíe la forma de éstos. Y, además, a la prota le quedan tan bien los vaqueros…