Decadencia comunicativa.
Siglo XXI. Suena bien ¿verdad? Suena a una sociedad cada vez más educada. Pero eso es mentira, todos lo sabemos. Suena a una sociedad cada vez más pacífica, pero eso, desgraciadamente, también es mentira. Suena a muchas cosas que, o son mentira o, lo serán. El caso, es que esta sociedad que principia el siglo, sonido tiene. Distinto es lo que escuche cada cual. Porque esta sociedad que es todo oídos, no oye, no escucha, no comprende y, muchos dirán, que ni falta hace.
Hemos pasado de no tener intimidad alguna, a guardar celosamente la misma. Antaño en los pueblos, lo secreto no existía. Sólo en el confesionario del señor cura, tenían cabida asuntos que no eran del común. Supongo yo, que referidos a pecadillos y minucias sin importancia. El cura de pueblo era un ser privilegiado con trato de don independientemente de su merecimiento, pues éste era inherente a la condición de cura. Al cura, tras su etapa de seminarista más o menos alargada, se le entregaba su sotana, su crucifijo, sus zapatitos negros –pues un cura sin zapatitos negros, podría decirse que era un cura descalzo, vamos, un cura sin zapatos- su don en un sobre lacrado desde la sede episcopal de turno y, hala, a repartir hostias y bendiciones.
Pero en fin, el tema no son los curas, ni lo merecen. El asunto es la perdida de confianza y de comunicación a la que nos dirigimos ineluctablemente. Un servidor, que no pertenece a la generación de las nuevas tecnologías, es decir, ni móvil, ni Play, ni anillos vibradores que valgan, se asombra de algunos hábitos de reciente implantación.
El fenómeno del Messenger, que tiene ciertas cosas buenas, lo considero una verdadera lacra, peste, cáncer. Es la auténtica plaga de nuestro siglo y, desgraciadamente, su cura no saldrá de un laboratorio. La gente, da la impresión de no saber lo que se está perdiendo.
Mi hermano es un adolescente de 17 años. Alto, delgado, él dice que guapo, con un nuevo peinado cada día, tiene una patología alérgica a los cintos cuyos efectos inmediatos se reflejan en la caída de los pantalones hasta las rodillas…le gusta leer a Dickens, Balzac…tranquilos, era coña. Lo curioso es que el chico es muy sociable y, digo curioso, porque no tengo la menor idea de cómo lo hace. Hablo de mi hermano, pero podría hablar de cualquier chico de su edad. Ya sabéis que generalizar es la forma más fácil de equivocarse, pero es la única forma de entenderse –ésta bonita frase, la leí esta semana en alguno de los suplementos dominicales, pero no recuerdo ahora mismo en cual-. Los chicos de hoy se conocen a través del Chat. En mis tiempos nos conocíamos en clase, en el barrio, los más románticos en el parque, los más duros en la sala de juegos, los más frescos en la piscina…sólo después de mucho rodaje, llegábamos a la tierra prometida, a nuestro Reino de Fantasía, a nuestra Comarca Hobbittiana, a nuestro Oz particular, al gran Camelot que, no era otra cosa que la discoteca, un mundo de luz, color y sonido. Un mundo donde los padres dejaban a sus vástagos en una sesión sin droga, alcohol o tabaco y de la cual volvían bebidos, colocados y, en el mejor de los casos, habiendo tocado miembro ajeno.
Pero esto era sano, había contacto, relación, ganas de comunicarse. Desde luego no es lo mismo conocer a alguien in situ que, conocerlo a través de un Chat. No es lo mismo animarte a cortejar a una señorita –que educado estoy hoy, cualquiera que me lea…- en el acto, que hablar con ella a través del portátil. Para mí desde luego no y, seguramente que para casi todos los de mi generación tampoco, necesitamos el contacto visual, ambiental, carnal…pero estos chicos no, se conforman con mantener una conversación trivial con cualquier desconocido y, lo gracioso, es que llaman a esa relación amistad. Es una pena que las nuevas generaciones no lleguen a descubrir nunca que es verdaderamente un amigo o, bueno, quizá si, a su manera.
En fin, otra vez se me agota el tiempo de libre disposición. No sé cómo me comportaría de haber nacido en estos tiempos –de los que tampoco disto tanto-, pero a mi me parece impagable una velada con una señorita, una noche de timba con los amigos, una conversación amistosa y provechosa tomando un café en cualquier cafetería… todo esto que parece tan simple, tan de recibo, tan normal…se está perdiendo. La sociedad se está acomodando, las relaciones se están acomodando, el lenguaje se está acomodando…pero que por culpa de este acomodo se esté perdiendo la interacción personal, social y cultural del todo punto necesaria para nuestro crecimiento y desarrollo moral, intelectual y empático, es una pena, o más.
Hemos pasado de no tener intimidad alguna, a guardar celosamente la misma. Antaño en los pueblos, lo secreto no existía. Sólo en el confesionario del señor cura, tenían cabida asuntos que no eran del común. Supongo yo, que referidos a pecadillos y minucias sin importancia. El cura de pueblo era un ser privilegiado con trato de don independientemente de su merecimiento, pues éste era inherente a la condición de cura. Al cura, tras su etapa de seminarista más o menos alargada, se le entregaba su sotana, su crucifijo, sus zapatitos negros –pues un cura sin zapatitos negros, podría decirse que era un cura descalzo, vamos, un cura sin zapatos- su don en un sobre lacrado desde la sede episcopal de turno y, hala, a repartir hostias y bendiciones.
Pero en fin, el tema no son los curas, ni lo merecen. El asunto es la perdida de confianza y de comunicación a la que nos dirigimos ineluctablemente. Un servidor, que no pertenece a la generación de las nuevas tecnologías, es decir, ni móvil, ni Play, ni anillos vibradores que valgan, se asombra de algunos hábitos de reciente implantación.
El fenómeno del Messenger, que tiene ciertas cosas buenas, lo considero una verdadera lacra, peste, cáncer. Es la auténtica plaga de nuestro siglo y, desgraciadamente, su cura no saldrá de un laboratorio. La gente, da la impresión de no saber lo que se está perdiendo.
Mi hermano es un adolescente de 17 años. Alto, delgado, él dice que guapo, con un nuevo peinado cada día, tiene una patología alérgica a los cintos cuyos efectos inmediatos se reflejan en la caída de los pantalones hasta las rodillas…le gusta leer a Dickens, Balzac…tranquilos, era coña. Lo curioso es que el chico es muy sociable y, digo curioso, porque no tengo la menor idea de cómo lo hace. Hablo de mi hermano, pero podría hablar de cualquier chico de su edad. Ya sabéis que generalizar es la forma más fácil de equivocarse, pero es la única forma de entenderse –ésta bonita frase, la leí esta semana en alguno de los suplementos dominicales, pero no recuerdo ahora mismo en cual-. Los chicos de hoy se conocen a través del Chat. En mis tiempos nos conocíamos en clase, en el barrio, los más románticos en el parque, los más duros en la sala de juegos, los más frescos en la piscina…sólo después de mucho rodaje, llegábamos a la tierra prometida, a nuestro Reino de Fantasía, a nuestra Comarca Hobbittiana, a nuestro Oz particular, al gran Camelot que, no era otra cosa que la discoteca, un mundo de luz, color y sonido. Un mundo donde los padres dejaban a sus vástagos en una sesión sin droga, alcohol o tabaco y de la cual volvían bebidos, colocados y, en el mejor de los casos, habiendo tocado miembro ajeno.
Pero esto era sano, había contacto, relación, ganas de comunicarse. Desde luego no es lo mismo conocer a alguien in situ que, conocerlo a través de un Chat. No es lo mismo animarte a cortejar a una señorita –que educado estoy hoy, cualquiera que me lea…- en el acto, que hablar con ella a través del portátil. Para mí desde luego no y, seguramente que para casi todos los de mi generación tampoco, necesitamos el contacto visual, ambiental, carnal…pero estos chicos no, se conforman con mantener una conversación trivial con cualquier desconocido y, lo gracioso, es que llaman a esa relación amistad. Es una pena que las nuevas generaciones no lleguen a descubrir nunca que es verdaderamente un amigo o, bueno, quizá si, a su manera.
En fin, otra vez se me agota el tiempo de libre disposición. No sé cómo me comportaría de haber nacido en estos tiempos –de los que tampoco disto tanto-, pero a mi me parece impagable una velada con una señorita, una noche de timba con los amigos, una conversación amistosa y provechosa tomando un café en cualquier cafetería… todo esto que parece tan simple, tan de recibo, tan normal…se está perdiendo. La sociedad se está acomodando, las relaciones se están acomodando, el lenguaje se está acomodando…pero que por culpa de este acomodo se esté perdiendo la interacción personal, social y cultural del todo punto necesaria para nuestro crecimiento y desarrollo moral, intelectual y empático, es una pena, o más.
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