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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

21 junio 2008

Mujeres.

Sinceramente: creo en mi fuero interno, y corroboro en el externo, que llegada esta época del año se puede llegar a la conclusión de que una de las circunstancias por las que un hombre se siente dichoso de serlo es la existencia de esos seres frágiles, bellos, entusiastas, cabezotas y extraordinariamente caprichosos que la historia, y la vida, han tenido a bien en denominar mujeres. Esto es así, yo que se lo digo; tan real como la vida misma. Y aun siendo así, Dios me libre de exagerar, no conozco a ningún ejemplar de lo que la historia en igualdad de condiciones ha calificado con el nombre de hombres, que sea capaz de comprenderlas. Tampoco que lo intente, claro. En una ocasión me llegaron rumores de un osado que, con total desprecio por las costumbres de su género, intentó adentrarse en ese terreno tan delicado como desconocido. Les daré, no sin una pizca de orgullo, más datos: era pariente; aunque reconozco que de una rama lejana, difusa, casi ignota. Ustedes ya saben que quedamos pocos valientes. Incluso mi padre, docto en el conocimiento del pensamiento femenino, y un poco filósofo los Domingos, al confiarle que me hallaba absorto, y con incipiente desconcierto, en el aprendizaje de la psyque femenina, me dijo que había aprendizajes que duraban toda una vida. Vamos, que no tuviese prisa.

Un servidor, que se tiene por joven risueño, jocundo e hilarante, pensaba, no ha mucho de estas líneas, que eran cosas propias; como la propia casa, la propia cara o la propia madre de uno que, probablemente, y en propiedad, sea una de las cosas más propias que en esta vida tenemos. Pero no. No era tal. Las mujeres, para nosotros, y los hombres, para ellas, a la postre, somos unos y otros un interrogante recíproco que nunca acaba de obtener respuesta. Al menos una respuesta clara, obvia, notoria, diáfana, meridiana, perspicua. Y ya saben ustedes que es costumbre castiza por vieja criticar todo aquello que se desconoce, que no se comprende, que se ignora. Pero también saben que el ignorante de nada duda, evidentemente, porque nada sabe. Así que permítanme que dude.

Los inveterados seguidores de este blog, tan inveterados como la antecitada costumbre, habrán venido observando, con cierto deleite, mi recalcitrante pensamiento respecto a las mujeres y sus gustos y sus actitudes y, en fin, su dispar modo de ver la vida. Algunas, sobre todo, pensarán que hablo del género por el modo en que en la feria me ha ido. No tal, queridos y queridas. Si hablase de todo lo que compone mi mundo según mi propia experiencia tal vez no dejaría títere con cabeza; o tal vez pintaría todo de un modo excesivamente maravilloso.

Mujeres, decía. En esas cuitas ando yo metido todo el día. Todos los días. Toda la vida. Pues me considero hombre de costumbres monótonas, asiduas, muy vistas que dicen. No les voy a engañar a estas alturas. El artículo de hoy, la verdad, iba a tratar sobre una sinécdoque. Una de las muchas sinécdoques que aquí, en alguna otra ocasión, he tratado. Pero por una vez, y sin que sirva de precedente, el todo ha merecido tanto como la parte.

Tengo un compañero en el curso que mi persona viene desempeñando de un tiempo a esta parte, razón primera por la que no les incordio a diario, que asegura, de un modo apodíctico e inconcuso, que las mujeres son muy caprichosas. Y, por favor, no se me alborote el personal femenino. Ya no me acuerdo quien dijo aquello de que generalizar es la forma más fácil de equivocarse pero, también, la mejor forma de entenderse. Permítaseme, pues, que me entienda con todos ustedes. Argüía el chico, además, y me atengo a la enmienda del pecado y el pecador, que la mujer tenía el sentido de la delicadeza extraordinariamente desarrollado. ¿Lo pueden creer? Y no sólo eso. Afirmaba, impepinable, que eran seres, por naturaleza, cambiantes, transmutables, producto de alquimia. ¿Será posible? Todas estas cuestiones, que como saben me inquietan desde que cambié el fútbol por las mujeres, despertaron mi curiosidad, y con ella mis oídos, por entero. Me hallaba ante un erudito, un sabio, un pragmático. Tenía que exprimir el limón; pues de todos es conocido que hay trenes en esta vida que, una vez perdidos, no vuelven a pasar. Sin embargo, y de un modo absolutamente curioso, cambió de tercio. Comenzó a decirme que tenían cosas buenas, que él había cambiado mucho, y para mejor, con su actual novia…escuché con verdadero interés pero, al cabo, finiquitó su disertación con un lacónico, y ambivalente, las mujeres son así. Gozos y pozos, ya saben.

En cualquier caso, no me lo nieguen. Son complicadas, contradictorias, y, para mayor desazón, vienen sin libro de instrucciones. Quizá sean más fáciles de lo que parecen, o quizá sean mucho más complejas. El psiquiatra Benito Peral, en su blog, escribió al respecto del tema una estrofilla del Lebrijano que decía: “esta gitana está loca / lo que dice con los ojos / lo desmiente con la boca /". Qué maravilla, ¿verdad? Y un amigo mío, hablemos siempre de terceras personas, me aseguraba que el truco está en decirlas lo que quieren escuchar. ¡Lo que quieren escuchar!, me dice, y no se sonroja. Pero, ¿ustedes saben lo difícil que es eso? Sería mucho más asequible entablar contacto con vida extraterrestre, y, en ocasiones, mucho más seguro.

Por último, tengo entendido que existe en el ámbito femenino la creencia, seguramente fundada aunque no por ello menos viperina, consistente en que los hombres no escuchamos. O en que escuchamos sólo lo que nos interesa. ¡Hombre, hombre! Como si a las mujeres, por el contrario, sí las interesase todo lo que las contamos. Aunque yo lo que pienso, más bien, es que unos y otros, ambos pecadores, pensamos una cosa y decimos otra. Actitud hipócrita que el paso del tiempo troca en inane, ya que el pensamiento se hace obra, y ésta tiene mal disimulo. Por esta razón, y para evitar que esta situación se prolongue ad eternum, me gusto de comenzar la conversación con las mujeres con un pequeño juego de palabras, que la mayoría de las veces desemboca en imprecaciones a mi ingenua persona, y que dice así: ¿quieres que te diga lo que quieres escuchar o quieres escuchar lo que te voy a decir? Como respuesta, lo primero es la elegancia, me mandan a la mierda. Y a veces, allí me quedo. Claro que, como dice Arcadi Espada, así va España.

Fundamentos de derecho literario: “que cualquiera pase revista a sus particulares temores, y analice a continuación en qué medida le colocan ante el abismo de lo desconocido o le remueven algo extremadamente íntimo, profundamente constituyente de la estructura más básica de su ser” Max Horkheimer. Buen fin de semana, gracias por leerme.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

javi, corrigo mis opiniones, hay muvhas tias que merecen la pena...

sábado, 19 julio, 2008  
Blogger Javi said...

Huy...me parece escuchar la voz de un hombre enamorado. Incluso me hago una idea de quien se puede tratar:-) Supongo que como las meigas, haberlas haylas. Aunque yo siempre he sido una persona escéptica. Será cuestión de paciencia.

Buenas noches.

lunes, 21 julio, 2008  

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