Relatividad
El delicioso atrevimiento de lo políticamente incorrecto, de la mano de Sánchez Ferlosio:
“Dentro de unos 15 años no se percibirán diferencias entre el cine de Pedro Almodóvar y el de Alfredo Landa. Cualquier película de Almodóvar se revelará como la prolongación más natural, más inerte y más esperable que cualquier otra de Landa”.
Al menos, inherente crueldad de lo obvio, cabe el consuelo de que nadie va a pronunciarse, y retratarse, afirmando que estas palabras han salido de la boca de una persona ignorante, estulta, beocia, intonsa.
Aunque vayan ustedes a saber, claro.
Para algunos espíritus desabridos, pobres y desamparados, la vida es tedio, monotonía, hastío, esa recurrente melancolía que nos embarga las tardes de domingo; para otros, en cambio, de conducta noble, intrépida y curiosa, atrapados ineluctablemente en las poderosas redes de la literatura, la vida es una variedad constante, una retahíla de pequeños detalles, en apariencia insignificantes e intrascendentes, que la oxigenan permanentemente con la añoranza de hacer de sus inquilinos seres más felices y entretenidos.
Un ejemplo notable de estas distracciones que, gratuitamente, se nos ofrecen, lo podemos encontrar en las inveteradas e insaciables disputas entre escritores, verdaderamente entrañables e inevitables, como la que enfrentaba a Arcadi Espada y a Javier Cercas (verbigracia), o aquella otra de Pérez Reverte con Francisco Umbral. Tan ilustrativas del género humano en general y escribiente en particular.
La última contienda literaria de la que he tenido noticia, enfrenta, negro sobre blanco, a Ignacio Ruiz Quintano y a Antonio Muñoz Molina, siendo el origen de este apasionado y virtual encuentro, al parecer, este artículo del académico, magistralmente estructurado, como siempre, pero ciertamente ambiguo en cuanto a su conclusión o posicionamiento.
Yo nunca he leído nada de César González-Ruano, conste por escrito; pero sí soy ídolo, seguidor y fanático empedernido de su sobresaliente progenie: Umbral, Raúl del Pozo, el propio Quintano… Porque pienso que son testigos de un particular lenguaje lírico-costumbrista, elevado, atractivo y elegante, que se está perdiendo en el panorama literario actual, y entiendo que, además, hay bastantes posibilidades de que, con ellos, termine desapareciendo totalmente una estirpe única e irrepetible. Sin omitir que es muy triste decir que vivimos una época en la que no tenemos ni siquiera buenos imitadores.
Dicho lo cual, y volviendo a la pugna plumífera, utópico ideal de contienda, al poco de aparecer el artículo del marido de Elvira Lindo, tuvo una solemne contestación en esta columna por parte de Quintano, al parecer sin obtener réplica ni actitud reparadora alguna, porque, en el suplemento cultural de esta semana, el columnista de ABC, volvía a arremeter contra la desafortunada o presunta estocada de Molina.
Yo creo que no se ha de calificar o enjuiciar el genio e intelecto de una persona de acuerdo con sus preferencias políticas. Y que se ha de atender, en este caso, exclusivamente, a la rica expresividad que se aprecie, a la forma cuidada adquirida por el articulista y a la elocuente utilización que haga de su lenguaje. Porque, a la hora de la verdad, lo único que verdaderamente deja marca indeleble, es el estilo.
Aunque, claro, tampoco estoy seguro de que en el artículo de Muñoz Molina, se desacredite cualitativamente al escritor y a sus frutos; y sí, por el contrario, una forma de vida no comprometida según lo esperado por un intelectual.
Parece la vieja historia de Stefan Zweig y Hannah Arendt, pero en nuestro querido terruño: esa eterna confusión entre víctima y verdugo que con tanto acierto señalaba César Antonio Molina en este artículo que les rescato.
Pasen un buen día. Gracias por leerme.
“Dentro de unos 15 años no se percibirán diferencias entre el cine de Pedro Almodóvar y el de Alfredo Landa. Cualquier película de Almodóvar se revelará como la prolongación más natural, más inerte y más esperable que cualquier otra de Landa”.
Al menos, inherente crueldad de lo obvio, cabe el consuelo de que nadie va a pronunciarse, y retratarse, afirmando que estas palabras han salido de la boca de una persona ignorante, estulta, beocia, intonsa.
Aunque vayan ustedes a saber, claro.
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Para algunos espíritus desabridos, pobres y desamparados, la vida es tedio, monotonía, hastío, esa recurrente melancolía que nos embarga las tardes de domingo; para otros, en cambio, de conducta noble, intrépida y curiosa, atrapados ineluctablemente en las poderosas redes de la literatura, la vida es una variedad constante, una retahíla de pequeños detalles, en apariencia insignificantes e intrascendentes, que la oxigenan permanentemente con la añoranza de hacer de sus inquilinos seres más felices y entretenidos.
Un ejemplo notable de estas distracciones que, gratuitamente, se nos ofrecen, lo podemos encontrar en las inveteradas e insaciables disputas entre escritores, verdaderamente entrañables e inevitables, como la que enfrentaba a Arcadi Espada y a Javier Cercas (verbigracia), o aquella otra de Pérez Reverte con Francisco Umbral. Tan ilustrativas del género humano en general y escribiente en particular.
La última contienda literaria de la que he tenido noticia, enfrenta, negro sobre blanco, a Ignacio Ruiz Quintano y a Antonio Muñoz Molina, siendo el origen de este apasionado y virtual encuentro, al parecer, este artículo del académico, magistralmente estructurado, como siempre, pero ciertamente ambiguo en cuanto a su conclusión o posicionamiento.
Yo nunca he leído nada de César González-Ruano, conste por escrito; pero sí soy ídolo, seguidor y fanático empedernido de su sobresaliente progenie: Umbral, Raúl del Pozo, el propio Quintano… Porque pienso que son testigos de un particular lenguaje lírico-costumbrista, elevado, atractivo y elegante, que se está perdiendo en el panorama literario actual, y entiendo que, además, hay bastantes posibilidades de que, con ellos, termine desapareciendo totalmente una estirpe única e irrepetible. Sin omitir que es muy triste decir que vivimos una época en la que no tenemos ni siquiera buenos imitadores.
Dicho lo cual, y volviendo a la pugna plumífera, utópico ideal de contienda, al poco de aparecer el artículo del marido de Elvira Lindo, tuvo una solemne contestación en esta columna por parte de Quintano, al parecer sin obtener réplica ni actitud reparadora alguna, porque, en el suplemento cultural de esta semana, el columnista de ABC, volvía a arremeter contra la desafortunada o presunta estocada de Molina.
Yo creo que no se ha de calificar o enjuiciar el genio e intelecto de una persona de acuerdo con sus preferencias políticas. Y que se ha de atender, en este caso, exclusivamente, a la rica expresividad que se aprecie, a la forma cuidada adquirida por el articulista y a la elocuente utilización que haga de su lenguaje. Porque, a la hora de la verdad, lo único que verdaderamente deja marca indeleble, es el estilo.
Aunque, claro, tampoco estoy seguro de que en el artículo de Muñoz Molina, se desacredite cualitativamente al escritor y a sus frutos; y sí, por el contrario, una forma de vida no comprometida según lo esperado por un intelectual.
Parece la vieja historia de Stefan Zweig y Hannah Arendt, pero en nuestro querido terruño: esa eterna confusión entre víctima y verdugo que con tanto acierto señalaba César Antonio Molina en este artículo que les rescato.
Pasen un buen día. Gracias por leerme.
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