Búsqueda, endémico, acorralado, exactamente
En el suplemento cultural del ABC, encuentro esta joya de Gabriel Albiac: “Con fascinación y desasosiego iguales, escribía Pierre Bayle, en el inicio del siglo XVIII, que «podría compararse a la filosofía con unos polvos tan corrosivos que, tras haber consumido las carnes purulentas de una llaga, roerían la carne viva y corroerían los huesos, horadándolos hasta los tuétanos». Quien quiera resultar grato que se dedique a otra cosa. «La filosofía refuta de entrada los errores, mas si no se la detiene en ese punto, ataca a las verdades, y cuando se la deja campar por sus respetos, va tan lejos que uno no sabe hasta dónde ha llegado, ni sabe ya cómo detenerse»”
.
En El País Semanal, el académico Javier Marías, después de despotricar contra el escaso o inexistente sentido del humor español, y contra su obscena estrechez de miras, circunstancia que hace entender la vida de un modo lineal y poco inteligente, huyendo de ironías, sarcasmos y demás anfibologías, recomienda un poemilla que encuentro en esta página, que les copio aquí abajo, y que dice mucho, y muy poco bueno, del ciudadano español, con independencia de donde haya tenido la fortuna o desgracia de echar raíces:
Regionalismo, Francisco Vighi:
“Para que te exaltes, castellano,
hombre seco, hombre de tierra.
Para que me odies, catalán,
más fenicio que de Grecia;
y tú, manchego retardado,
cazurro de alma plebeya;
isleño cursi y rastacuero,
balear ladrón, hijo de chueta;
leonés rencoroso y zafio;
montañes vano, hombre de cera;
y tú, aragonés que llamas
a la bestialidad franqueza;
para que me mates, levantino,
simulador de arte y de belleza;
vasco hipocrita y ambicioso,
insultame con tu pobre lengua;
asturiano traidor y falso;
gallego llorón, y sin vertebras;
murciano sucio, feo y torpe;
extremeño de las cavernas;
madrileño que de Real orden
eres tonto por dentro y por fuera.
Yo os desprecio, os maldigo y os odio,
gentes cobardes de mi tierra.
Y para ti, andaluz idiota,
¡culebra!, ¡culebra!, ¡culebra!”
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Leyendo la Vida de Samuel Johnson, hallo, siempre bien acompañada, una anécdota preciosa que le narra el biógrafo, James Boswell, al biografiado: “Le referí que durante mi estancia en Italia había presenciado en varias ocasiones el experimento resultante de poner a un escorpión dentro de un círculo de carbones al rojo vivo; que el animal corría dando vueltas presa de un intensísimo dolor, y que al no hallar vía de escape se retiraba al centro del círculo y, cual filósofo verdaderamente estoico, se asestaba un aguijonazo en la cabeza, liberándose en el acto de sus males”. No me digan que no es una maravilla. Un verdadero acto de heroicidad: antes la muerte que caer vencido, rendido, humillado. Carácter épico cinematográfico. Auténtica nobleza. Inalcanzable altura. Y eso que se trata de un animal, digamos, con mala fama. Haciendo a uno recordar aquella frase, creo que atribuida a Lord Byron, que decía algo así: “cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro”. Cada vez pienso de un modo más parecido. Y eso que yo no tengo perro. Ni nada que se le asemeje.
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“En la vida más vale tener suerte que talento” Woody Allen, Match Point.
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