Cogitación, primavera
Creo, sinceramente, que hay que estar muy agradecido a la hija de Alejandro Gándara, por haber compartido con los lectores de su padre este fantástico vídeo, en el que se aglutinan una retahíla de sensaciones inefables, enfatizadas por una inmejorable fotografía, música excelente, y un mensaje elaborado, profundo y de exquisito sabor a poesía:
En la tranquilidad y frescura del asiento de su oficina, atiende llamadas, visitas y despliega sonrisas. Ajetreada por el incesante ritmo de la vida, se relaja cruzando sus largas y evocadoras piernas, dejando entrever un camino profano, pecaminoso y lleno de delicias. Calza unas sandalias negras que muestran unos piececillos pequeños, uniformes y revoltosos. Su suéter ceñido a rayas rojas y blancas, sugiere unos pechos firmes y golosos, coronados por unos pezoncillos puntiagudos que arañan la vista de los corazones intrépidos; su cuello de porcelana, frágil e inmaculado, pronostica un cuerpo bien proporcionado, envidia de amigas y vecinas, y anhelo furtivo de maridos meapilas. Cuando le hastía la rutina pasea sus encantos con encanto y alegría, despreciando el tenue rumor de no pocas lenguas viperinas. De pensamiento esporádico y mirada vacua, ladeando imperceptiblemente su testa helénica, entorna las pequeñas esmeraldas de su anguloso rostro para desasosiego crónico del mirón incauto. Seguramente un pobre diablo.
.
En la tranquilidad y frescura del asiento de su oficina, atiende llamadas, visitas y despliega sonrisas. Ajetreada por el incesante ritmo de la vida, se relaja cruzando sus largas y evocadoras piernas, dejando entrever un camino profano, pecaminoso y lleno de delicias. Calza unas sandalias negras que muestran unos piececillos pequeños, uniformes y revoltosos. Su suéter ceñido a rayas rojas y blancas, sugiere unos pechos firmes y golosos, coronados por unos pezoncillos puntiagudos que arañan la vista de los corazones intrépidos; su cuello de porcelana, frágil e inmaculado, pronostica un cuerpo bien proporcionado, envidia de amigas y vecinas, y anhelo furtivo de maridos meapilas. Cuando le hastía la rutina pasea sus encantos con encanto y alegría, despreciando el tenue rumor de no pocas lenguas viperinas. De pensamiento esporádico y mirada vacua, ladeando imperceptiblemente su testa helénica, entorna las pequeñas esmeraldas de su anguloso rostro para desasosiego crónico del mirón incauto. Seguramente un pobre diablo.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home