Jam Session

Política, literatura, sociedad, música

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En plena incertidumbre general, y de la particular mejor no hablamos, tratando de no perder la sonrisa...

20 octubre 2013

Lo que hay que oír

Comienza la mañana del domingo con voz de mujer, en Onda Cero. Es siempre característico el tono edulcorado, suave y aterciopelado femenino. También luce el sol. ¿Son suficientes ingredientes para empezar el día con buen pie? Todo lo contrario. Como invitada, una psicóloga. No creo en los psicólogos. Y tampoco en muchas mujeres. Poco después de iniciarse el programa hace su aparición la charla distendida, tan profesional. Qué buenas son las mujeres. Qué amables y delicadas. ¡Qué sensibilidad más grande!, oigan. Pero, son tan cotillas… Hay que ver cuántas palabras utilizan, en numerosas ocasiones, para decir tan poco. Confunden la realidad con sus deseos, y vayan a moverlas. ¿Nadie insinúa a la personificación de la coquetería que existen otros puntos de vista distintos al suyo? Rezuman autosuficiencia. Dan consejos a tutiplén, pero habría que ver como los reciben. La receta es sencilla. En tiempo de crisis fuera caras largas. Nada de tristeza y malos rollos. ¡Alejémonos de la gente tóxica! Sabiendo que todo el mundo tiene un detector infalible que, mecachis, sólo se desconecta con uno mismo. Afirman que nadie tiene derecho a colgar sus problemas al prójimo. Y es verdad. Pero las personas que no tienen quebraderos de cabeza de ninguna índole, ni motivos por los que sentir inquietudes poco benevolentes, tampoco tienen ninguna legitimidad para exigir a quien sí los tiene una actitud amable, piadosa, e incluso un punto cristiana. Nunca se puede asegurar, sobre todo en público, que un psicólogo carece de empatía. Pero si encima es una mujer, género que viene con dicha cualidad prácticamente de fábrica, el asunto clama al cielo. Y como las psicólogas son un poco tertulianas, aprovechando el paso del Bernesga por la ciudad del palíndromo navideño, a continuación, pasan a analizar en profundidad relativa el maltrato a menores. Está muy mal zarandear a una criatura, asegura la doña en la radio. Aunque se lo merezca. O, al parecer, sobre todo cuando se lo merece. Me dicen que además de los psicólogos, también lo dice la ley. Pero es obvio que hay que dar prioridad a nuestros arúspices de la mente. Antes de la entrada en vigor de la Ley de Adopción Internacional, el artículo 154 de nuestro código civil permitía, a quienes ejercían la patria potestad, dar al fruto de sus anhelos más íntimos una corrección leve y moderada. Que traducido venía a ser el cachete o torta a tiempo de toda la vida. Pero tras la entrada en vigor de la nueva norma, que por imperativo europeo nos traía aire fresco, la patria potestad se ejercería literalmente en beneficio de los hijos, de acuerdo con su personalidad, y con respeto a su integridad física y psicológica. Permítanme una licencia pertinente: la madre que me parió. Esta sociedad no ha perdido los valores y principios rimbombantes que siempre la han caracterizado, como se pregona desde tantos y tan fantasiosos púlpitos. ¿Cuándo los ha habido? ¿Cuáles eran y dónde constaban? Porque yo, desde luego, no me he enterado. Lo que, en cambio, sí ha perdido esta España nuestra, es esa deliciosa caricia materna que ha acalorado certeramente las inocentes mejillas de tantos españolitos de hostia y cepillo. Panacea ínclita para irritantes benjamines y molestos infantes. Una cosa es que no haya que maltratar a la criatura. Quién va a estar en desacuerdo, pobres angelillos. Y otra muy distinta que se les deje libertad libérrima para perpetrar alevosamente sus más malvados y aviesos propósitos de terrorismo doméstico. Nada de tirones de orejas, ni de descubrir al pequeño gamberro que ha salido clavado a su padre. Ya saben que cualquier alboroto o sobresalto, por sutil que sea, puede cercenar o entorpecer para siempre el libre desarrollo de la personalidad del neno o la nena. Igualdad con los padres, hoy progenitores alfabéticos. Que no haya color entre familia y amigos. ¡Principio de no injerencia, ya! Y mentores como el Gran Wyoming, para que aprendan a sacar genuina punta al lapicero. Un último consejo: eviten a los profesionales. Al precio que sea.